Giacomo Celentano, cantante, hijo de Adriano Celentano, tuvo una depresión: «Jesús vino a buscarme y me cargó sobre sus hombros, es el verdadero médico de cuerpo y alma»

* «Dios había permitido la enfermedad porque sabía que sólo de esta manera, habiendo hecho tierra quemada alrededor de mí, yo, como su hijo pródigo, podía regresar a él. Y así sucedió… Fui a Lourdes con mamá y papá. La Gruta de Massabielle me impresionó mucho. Una tarde había muchos enfermos, incluso más graves que yo, rezando. Yo también recé a la Virgen: ‘María, no te pido éxito, popularidad, sino de dar sentido a mi vida, de realizarme’… Somos una familia de creyentes, ahora tratamos de vivir el Evangelio en la vida cotidiana, incluso con nuestras limitaciones, nuestros pecados, nuestra fragilidad. Yo, por mi parte, puedo decir que he encontrado a Jesús en los ojos de mi esposa Katia, y que mi encuentro con el Señor puede resumirse en la parábola de la oveja perdida»

A.L.M 7 Camino Católico.-  Giacomo Celentano (1966) es hijo de Adriano Celentano, uno de los grandes de la música en Italia de los años 70 y cuyas canciones como Azzurro se cantaron por todo el mundo. Siguiendo los pasos de su padre, Giacomo también empezó en el mundo de la música y apuntaba lejos pero pronto ocurrió algo que le cambió la vida para siempre aunque Dios luego le dio el ciento por uno. Cuando hizo su debut lanzando su primer álbum en solista en 1989, leemos en Chiesadi Milano, admitió que estaba ‘dedicado solo a las canciones y a mi trabajo: ya no iba a la iglesia ni rezaba’.

El cantautor cristiano publicó en 2017 el libro “I tempi di Maria”, en el que hace un recorrido por su vida y su familia a través de los ojos de la fe. El texto es un canto de alabanza a Dios pero especialmente a la Virgen María, con el que Celentano tuvo un fuerte encuentro a los 30 años.

La Virgen supuso para él el culmen de su conversión iniciada varios años antes tras una enfermedad que le dejó solo. Esta travesía le llevó a la Iglesia, donde descubrió a María y de la cual ahora ya no puede separarse.

Un joven “niño de papá” que tenía todo

Todo comenzó en 1990 cuando Giacomo empezaba su carrera musical como cantante y compositor.

En el libro Giacomo él mismo relata cómo en ese momento lo tenía todo, “dinero, juventud, novia, amigos, mi familia, coche, iba de noche a las discoteca. En resumen, yo era el clásico niño de papá… Una cosa me faltaba pero no lo tenía porque estaba demasiado envuelto en mí mismo, Dios”.

La depresión que no le dejaba respirar

Giacomo continúa su relato afirmando que “el hecho es que una noche de septiembre, cuando estaba a punto de irme a dormir, de repente me sentí enfermo” y no podía respirar. “En el corazón de la noche me di cuenta de que algo grave había sucedido dentro de mí pero no sabía qué”.

De repente su capacidad torácica se había recudido a la mitad y respiraba como un anciano de 90 años. “De un tipo deportivo, lleno de vida, de aficiones, en pocos días me convertí en un vegetal que no salía de casa, no quedaba con los amigos…”.

Le llevaron a varios médicos y todos le decían que estaba bien de salud pero él seguía sin poder respirar y se fue encerrando en sí mismo al sentirse incomprendido. “En pocos meses perdí casi todo: amigos, novia, el trabajo pues la primera consecuencia de esta enfermedad era que no podía cantar”, cuenta. Se encontró solo con una enfermedad que tenía nombre: depresión profunda.

El fuerte encuentro con Dios

Él habla de “tierra quemada” a su alrededor, de un desierto en el que Dios quiso encontrarse con él para que le reconociera como su Padre y él se supiese su hijo.

“Dios había permitido la enfermedad porque sabía que sólo de esta manera, habiendo hecho tierra quemada alrededor de mí, yo, como su hijo pródigo, podía regresar a él. Y así sucedió”.

Así que volvió a orar, a su manera: «Señor, ¿por qué yo? ¿Quieres que no cante más? ¿Quieres que sea fraile?». Un pensamiento que obstinadamente volvió a su mente. Luego, gracias al padre Emilio, un fraile franciscano de Milán, inició un camino vocacional para comprender cuál era el plan de Dios para él. Entonces, cuando su guía espiritual le preguntó: «Si Dios te devuelve la voz mañana por la mañana, ¿volverás a cantar o serás fraile?», Giacomo respondió: «Volveré a cantar». Y el padre Emilio: «Entonces el convento era un paliativo». Esas palabras le abrieron los ojos.

Mientras tanto, Giacomo iba a Misa y leía libros espirituales: cuanto más rezaba mejor estaba, incluso físicamente. «Luego fui a Lourdes con mamá y papá – recuerda –. La Gruta de Massabielle me impresionó mucho. Una tarde había muchos enfermos, incluso más graves que yo, rezando. Yo también recé a la Virgen: ‘María, no te pido éxito, popularidad, sino de dar sentido a mi vida, de realizarme’».

Después de Lourdes otro punto de inflexión. Siente que hay algo más que amistad hacia una chica que había conocido poco antes: Katia. Se compromete con ella, pero «en castidad, porque para nosotros era un valor importante»

Un día un amigo mío, Roberto Bignoli, cantante cristiano y compositor, me dijo: ‘Giacomo, ¿por qué no vamos a Schio, en el Veneto?; allí, en un pequeño pueblo llamado San Martino se aparece la Virgen’ (estas apariciones no han sido aprobada por la Iglesia n.d.a.). No perdí la oportunidad y fuimos de inmediato todos juntos: yo, Roberto, Katia, entonces todavía mi novia y Paolo. Es un lugar extraordinario (…) Una vez allí respiré un aire diferente de inmediato y experimente paz. Entonces recibí una señal casi de inmediato: en algunos lugares, como por ejemplo cerca de la fuente que se encuentra a medio camino en el Via Crucis, percibí un dulce aroma de rosas, que de acuerdo con la gente del lugar es una de las señales más frecuentes que la Virgen envía a los peregrinos”.

 La fe le ayudó a salir de sí mismo y también a salir de esa enfermedad, que en realidad fue, según él, un regalo de Dios. En 2002 se casa con Katia y en el 2004, para coronar su amor, nace su hijo. «Somos una familia de creyentes, ahora tratamos de vivir el Evangelio en la vida cotidiana, incluso con nuestras limitaciones, nuestros pecados, nuestra fragilidad. Yo, por mi parte, puedo decir que he encontrado a Jesús en los ojos de mi esposa Katia, y que mi encuentro con el Señor puede resumirse en la parábola de la oveja perdida. Es decir, Jesús en mi momento de máxima confusión y oscuridad vino a buscarme, me encontró. Me cargó sobre sus hombros. Jesús  es el verdadero médico de cuerpo y alma».

Su experiencia en Medjugorje

En una entrevista, Giacomo ahondaba en su experiencia en Medjugorje. “Estuve en 2010 con un grupo de amigos. Viví un momento muy emotivo, cuando en la noche, fuimos al monte de la aparición, me arrodillé delante de la estatua de la Dama blanca, y empecé a orar fervientemente. Luego vinieron otros peregrinos, nos tomamos de la mano y comenzamos a orar juntos. Fue realmente un momento muy hermoso. (…) En Medjugorje se descubre a María como madre, y allí la Reina de la Paz es esencialmente una maestra de oración”.

La caridad

Con Vito Cifarelli, Katia y su hijo, Giacomo, fundó la asociación ‘La ciudad de la divina misericordia’ (el mismo título del himno que compuso) con el objetivo de ayudar a los niños y adolescentes en dificultad, los pobres, los enfermos, las personas con discapacidades acogiéndolas en un centro de acogida.

 

Publicado en Camino Católico en marzo de 2019 y actualizado


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Fuente:Cari Filii
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