Gilberto fue abusado de niño, cayó 30 años en la prostitución y ejerciéndola le hablaron de Dios: «Ante el Santísimo sentí como si me quitaran una losa de encima, una culpa enorme»

* «Luego, sentí a San José cercano, sanador. No sé cómo explicar mi relación con él, pero le rezo en todo momento, le pido ayuda. Recuerdo la devoción que mi madre le tenía cuando yo era solo un niño y siento que él es quien me ha rescatado, quien ha hecho que rompa con todo ese mundo. San José me ha pasado de la oscuridad a la luz»

Camino Católico.- La vida de Gilberto solo puede contarse de dos formas: con edulcorante o sin él. Nosotros hemos elegido la segunda. A Gilberto le violaron siendo un niño, comenzó a prostituirse en la adolescencia y permaneció atrapado en ese mundo durante 30 años. Tres décadas oscuras, de sufrimiento y vacío. Pero “un ángel”, como él dice, le llevó hasta san José, y su corazón de padre se encargó de devolverle a la vida. Lo entrevista Israel Remuiñán en la Revista Misión, con fotografías de Patricia Martín.

La historia de Gilberto empezó a torcerse muy pronto, cuando tenía 10 años. Un vecino abusó sexualmente de él y esas cicatrices duran para siempre. Aquella herida le hizo caer en la prostitución siendo todavía adolescente: “Con 15 años abandoné mi pueblo rumbo a Caracas (Venezuela). Era un niño, falsifiqué la firma de mi madre y empecé a ganarme la vida en el mercadillo. Pobrecita, ella plantó en mí la semilla de la fe, era muy devota de san José”, cuenta para Misión.

Pero un día, en la plaza Bolívar, conoció a un chico llamado Katiuska, que le ofreció hacerse rico y ganar mucho dinero: “Es muy sencillo: solo tienes que vestirte de mujer”, me dijo. Y allá que me fui. Lo hice por curiosidad y con una simple pañoleta en la cabeza conseguí 3.000 bolívares en pocas horas”, relata.

Gilberto, a la derecha , junto a Nacho que le habló de Dios cuando ejercía la prostitución / Foto: Patricia Martín

El mundo de la noche le fue atrapando, se dejó el pelo largo y se lo tiñó de rubio platino. Cuando quiso darse cuenta, Gilberto ya se había convertido en Yunai. Ganaba muchísimo dinero, pero no era consciente de que se sumía en la oscuridad más absoluta: “Convivía con drogas, violencia, robos, asesinatos… Delante de mí han matado a mucha gente, pero yo me callaba para no ser el siguiente”, nos dice.

Poco después, el sueño europeo se cruzó en su camino. Una mujer le ofreció trabajo y riquezas en Milán. Cuando llegó al norte de Italia vio que era, de nuevo, un engaño: la dirección de su casa era falsa y el trabajo tampoco existía.

El engaño europeo

Gilberto ya vive una nueva vida en Cristo / Foto: Patricia Martín

Desconsolado y perdido, acabó trabajando de lo que ya sabía. Cada día que pasaba tocaba un fondo más profundo, trabajaba todas las noches y consumía droga para soportarlo. Así era su vida italiana y así se prolongó durante 20 años. Su madre murió en Venezuela y Yunai, necesitado de su familia, sintió la necesidad de ir a Barcelona con un primo suyo en busca de un abrazo familiar, cercano, radicalmente distinto a todos los que recibía.

En España, y con 45 años, retomó su trabajo en la noche. Se instaló en las cercanías del Camp Nou y siguió haciendo dinero en la prostitución. Lo que Yunai no sabía era que “un ángel” estaba cerca. Su nombre es Nacho y, con un grupo de voluntarios, se vuelca hablando de Dios a personas que han caído en esta esclavitud moderna. Nacho y sus amigos siempre acudían de madrugada a esa zona de Barcelona. Cada vez que Yunai los veía se escondía rápidamente para evitarlos.

Risa ante una estampa

Pero un día no estuvo tan ágil en su fuga: “Cuando me encontré con Nacho, me dio una estampita de la Virgen. Yo recuerdo que me reí… Dios era algo que tenía olvidado, que permanecía oculto entre tanta oscuridad. Me anunciaron su amor y me hablaron de la Adoración al Santísimo, mientras yo les escuchaba –con mi pelo largo y rubio– en el lugar en que solía esperar a mis clientes. Se pusieron tan pesados con que les acompañara, que una noche decidí hacerlo solo para que me dejaran en paz”, nos cuenta.

Y he aquí el momento clave de la historia. El instante en el que su vida dio la vuelta como un calcetín: “Estaba frente al Santísimo y solo recuerdo que empecé a llorar sin saber por qué. Lloraba y lloraba sin parar; no tenía ninguna explicación racional, yo llevaba muchísimos años desconectado de Dios, en la oscuridad absoluta. Nadie había hablado conmigo ni me había dicho nada esa noche, estaba solo, sentado en la iglesia, pero sentí como si me quitaran una losa de encima, una culpa enorme”.

De vuelta a la luz

Gilberto, a la derecha, y Nacho / Foto: Patricia Martín

Ese encuentro le marcó. Aún así y después de semejante experiencia, cuenta –con relativa vergüenza– que volvió a trabajar un par de noches. Pero el Señor se encargó de mostrarle que su vida ya no era la de antes. Una de esas madrugadas se estaba maquillando para salir de casa mientras rezaba delante del espejo.  “Sácame de este mundo, Señor”, repetía sin parar. De repente, la base del maquillaje se le partió en dos. Imposible trabajar. Noche perdida.

Pocos días después llegó la segunda señal, la definitiva. Había cogido un taxi rumbo al Camp Nou, decidido pero con cierto remordimiento. El coche lo dejó en el lugar equivocado y vio a varias compañeras en corrillo, sentadas en la acera y drogándose para soportar la noche. “Ahí dije: ‘Basta. Yo ya no quiero esto’. Me di la vuelta, volví a entrar en el taxi y le pedí que me llevara de vuelta a casa”. Esa noche fue la última y Yunai empezó a ver la luz.

El milagro de san José

Yunai se refugió en la parroquia. Ellos le dieron una casa, un lugar en el que vivir, y le ayudaron en todo lo necesario para no recaer. Luego llegó el corte de pelo, un retiro de Emaús y el redescubrimiento de san José. Dice que le impresionó su figura, su corazón de padre:  “Lo sentí cercano, sanador. No sé cómo explicar mi relación con él, pero le rezo en todo momento, le pido ayuda. Recuerdo la devoción que mi madre le tenía cuando yo era solo un niño y siento que él es quien me ha rescatado, quien ha hecho que rompa con todo ese mundo. San José me ha pasado de la oscuridad a la luz”, sentencia.

Gilberto sueña ahora con conseguir un trabajo diferente y poder ganarse la vida. Se emociona pensando en pagar una casa con su sueldo. Sus noches ahora son muy distintas. Sigue saliendo, pero para ayudar a los más necesitados. Forma parte de los Jóvenes de San José y recorre la calle dando una palabra de ánimo, ese mensaje de esperanza que él recibió hace ya tiempo. Su historia es real, aunque parezca de película. Por eso no extraña que su testimonio haya aparecido, junto al de otras personas, en el documental Corazón de Padre. Sobre san José, por supuesto.


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