Homilía de la Vigilia de Pentecostés: «El Espíritu Santo es Espíritu de comunión y dador de vida» / Por P. José María Prats

“El Espíritu Santo es dador de vida, y lo es porque nos injerta en Cristo, la vid verdadera, para que participemos de la vida divina y demos frutos de vida eterna. El Espíritu Santo dinamiza esta vida espiritual en nosotros moviéndonos a orar, iluminando el misterio de Cristo y el sentido de su Palabra, concienciándonos de que somos hijos de Dios porque grita en nuestros corazones «¡Abbá, Padre!». Pero también propaga esta vida por el mundo comunicando a los creyentes los carismas necesarios para extender con poder el Evangelio de Jesucristo, tal y como anunció el profeta Joel: «profetizarán vuestros hijos e hijas, vuestros ancianos soñarán sueños, vuestros jóvenes verán visiones»”

Vigilia de Pentecostés – B

Génesis 11, 1-9 / Éxodo 19, 3-8a.16-20b / Ezequiel 37, 1-14 / Joel 3, 1-5 / Romanos 8, 22-27 / Juan 7, 37-39

P. José María Prats / Camino Católico.- Nos hemos reunido en esta vigilia entorno a María, nuestra Madre espiritual, para orar pidiendo la efusión del Espíritu Santo. Y lo estamos haciendo inspirados por la Palabra de Dios, que nos ha hablado de Él y de su acción vivificadora y santificadora en la historia. Vamos a reflexionar sobre tres aspectos esenciales del Espíritu Santo que nos transmite esta palabra.

El Espíritu Santo es Espíritu de comunión

La lectura del Génesis nos ha presentado el episodio de Babel, donde la soberbia de los hombres, que quisieron alcanzar la gloria por sí mismos construyendo una torre para llegar hasta el cielo, propició la ruptura de la comunión con Dios y entre ellos. Esta ruptura se manifestó en la proliferación de lenguas y en la consiguiente incapacidad de entenderse.

El día de Pentecostés se produce el fenómeno contrario: al descender el Espíritu Santo sobre los apóstoles, los peregrinos llegados a Jerusalén desde lugares remotos les oyen hablar de las maravillas de Dios en su propia lengua.

Y es que el Espíritu Santo es el Espíritu de comunión, el que restablece la unión de los hombres con Dios y entre sí rota por el pecado. Él es el que puede sanar el espíritu de discordia y división presente en nuestra sociedad y en tantas familias. Por eso hoy invocamos la presencia del Espíritu Santo para que suscite la concordia y el amor entre nosotros.

El Espíritu Santo escribe y aviva en nuestros corazones la plenitud de la Ley

La lectura del Éxodo nos ha hablado de la Ley dada por Dios a Moisés en el Sinaí. Era una ley santa, escrita en tablas de piedra, que decía al hombre lo que tenía que hacer pero que éste no era capaz de interiorizar y cumplir.

El Espíritu Santo descendió por primera vez justamente en el día en que Israel celebraba la entrega de la Ley a Moisés y también lo hizo acompañado del fuego y de un estruendo como de un viento impetuoso, igual que en la teofanía del Sinaí.

Con estos signos, el Espíritu Santo se manifestaba como el poder de Dios que al descender sobre nosotros ha escrito a fuego en nuestros corazones la Ley que Jesucristo ha llevado a su plenitud y nos ha hecho capaces de interiorizarla e identificarnos íntimamente con ella, dándonos el poder para cumplirla venciendo la seducción del pecado.

En un contexto mundial que promueve leyes y conductas contrarias a la Ley de Dios, invocamos hoy la presencia del Espíritu Santo para que nos lleve a reconocer y cumplir los designios santos de Dios que hacen posible una existencia justa y armónica.

El Espíritu Santo es Espíritu dador de vida

La profecía de Ezequiel nos ha presentado al Espíritu como poder capaz de hacer revivir unos huesos secos. Como proclamamos en el credo, el Espíritu Santo es dador de vida, y lo es porque nos injerta en Cristo, la vid verdadera, para que participemos de la vida divina y demos frutos de vida eterna. El Espíritu Santo dinamiza esta vida espiritual en nosotros moviéndonos a orar, iluminando el misterio de Cristo y el sentido de su Palabra, concienciándonos de que somos hijos de Dios porque grita en nuestros corazones «¡Abbá, Padre!». Pero también propaga esta vida por el mundo comunicando a los creyentes los carismas necesarios para extender con poder el Evangelio de Jesucristo, tal y como anunció el profeta Joel: «profetizarán vuestros hijos e hijas, vuestros ancianos soñarán sueños, vuestros jóvenes verán visiones».

En un mundo que abandona la fe y abraza el materialismo, invocamos hoy al Espíritu Santo para que haga revivir nuestra sequedad espiritual y nos conceda los carismas necesarios para emprender una nueva evangelización.

Jesús nos ha dicho: «El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí, que beba. Como dice la Escritura: de sus entrañas manarán torrentes de agua viva». ¡Danos, Señor, de esta agua viva!

José María Prats

Evangelio

El último día, el más solemne de la fiesta, Jesús, poniéndose de pie, exclamó:

«El que tenga sed, venga a mí; y beba el que cree en mí». Como dice la Escritura: «De su seno brotarán manantiales de agua viva».

Él se refería al Espíritu que debían recibir los que creyeran en él. Porque el Espíritu no había sido dado todavía, ya que Jesús aún no había sido glorificado.

Juan 7, 37-39


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