Homilía de la Vigilia Pascual: En Cristo el hombre en su integridad ha sido rescatado, sanado, glorificado, divinizado / Por P. José María Prats

* «¿Y qué debemos hacer nosotros para participar de esta sanación y de esta glorificación? Pues simplemente asirnos con fuerza a Cristo en su ascenso desde los abismos hasta su gloria eterna. La humanidad es como un niño cuya cabeza es Cristo y que, por la resurrección, está naciendo a la vida eterna. Lo primero que sale del útero materno es la cabeza, es decir, Cristo, y todos los demás miembros podrán también salir únicamente en la medida en que estén unidos a la cabeza”

Vigilia Pascual:

Génesis 1, 1-2,2; Éxodo 14, 15-15,1; Ezequiel 36, 16-28 /  Romanos 6, 3-11  /  Lucas 24, 1-12

P. José María Prats / Camino Católico.- Esta noche es para nosotros la noche de las noches porque estamos celebrando el fundamento de nuestra fe, aquello que da pleno sentido a nuestra vida: la resurrección de nuestro Señor Jesucristo.

En esta noche venimos a recordar y a celebrar quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos.

Somos, como se nos ha dicho en la primera lectura, seres creados por Dios a su imagen y semejanza y, por tanto, llenos de nobleza y dignidad, destinados a regir la creación como lugartenientes de Dios.

Venimos de una larga historia marcada, por una parte, por el pecado y la infidelidad del hombre y, por otra, por la misericordia infinita de Dios que no abandona nunca la obra de sus manos.

Y, finalmente, nos dirigimos hacia un horizonte de bienaventuranza y plenitud de vida en el que compartiremos eternamente la gloria de la resurrección de Jesucristo.

Y este panorama es tan alentador, tan esperanzador, que no hemos podido menos que cantar el gloria y el aleluya a pleno pulmón.

En esta noche, quisiera que meditáramos sobre el misterio de la redención, sobre cómo ha sido posible que siendo por nuestra desobediencia prisioneros del pecado y de la muerte, podamos ahora aspirar a una vida de eterna bienaventuranza.

Y la respuesta tiene un nombre: Jesucristo. Jesucristo es el Hijo eterno de Dios que se ha hecho hombre y ha asumido toda la realidad humana: ha asumido nuestra carne mortal en el misterio de su encarnación; ha asumido el trabajo y la vida familiar en el hogar de Nazaret; ha asumido la amistad y la vida social en su relación con sus amigos y discípulos y, finalmente, ha asumido la humillación, el sufrimiento, la enfermedad y la muerte en la Cruz. Nos dice el credo que hasta «descendió a los infiernos», es decir, compartió con nosotros la máxima pobreza y despojo de uno mismo que pueda imaginarse: la cautividad oscura y silenciosa en el reino de la muerte.

Pero una vez que Cristo hubo cargado sobre sí la totalidad de la existencia humana, entonces tuvo lugar la gran batalla, la batalla que hoy estamos celebrando y que la secuencia pascual narra con estas bellísimas palabras: «lucharon vida y muerte / en singular batalla / y muerto el que es la vida / triunfante se levanta». En efecto, como hemos escuchado en el pregón pascual, «esta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo» y, arrastrando toda la realidad humana que ha asumido en sí mismo, entra para siempre en la gloria eterna de Dios. En Cristo, por tanto, el hombre en su integridad ha sido rescatado, sanado, glorificado, divinizado.

¿Y qué debemos hacer nosotros para participar de esta sanación y de esta glorificación? Pues simplemente asirnos con fuerza a Cristo en su ascenso desde los abismos hasta su gloria eterna. La humanidad es como un niño cuya cabeza es Cristo y que, por la resurrección, está naciendo a la vida eterna. Lo primero que sale del útero materno es la cabeza, es decir, Cristo, y todos los demás miembros podrán también salir únicamente en la medida en que estén unidos a la cabeza.

Nos unimos a Cristo en su muerte y resurrección por el sacramento del bautismo y, por ello, desde los tiempos antiguos, ésta es la celebración bautismal por excelencia, donde los catecúmenos reciben los sacramentos de iniciación y los bautizados renuevan sus compromisos bautismales. Que la renovación de estos compromisos nos lleve a un seguimiento más fiel y a una comunión más estrecha con Jesucristo para que un día podamos compartir plenamente la gloria de su resurrección.

P. José María Prats

Evangelio

El primer día de la semana, de madrugada, las mujeres fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado. Encontraron corrida la piedra del sepulcro. Y entrando, no encontraron el cuerpo del Señor Jesús. Mientras estaban desconcertadas por esto, se les presentaron dos hombres con vestidos refulgentes. Ellas quedaron despavoridas y con las caras mirando al suelo y ellos les dijeron:

«¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado. Recordad cómo os habló estando todavía en Galilea, cuando dijo que el Hijo del hombre tiene que ser entregado en manos de hombres pecadores, ser crucificado y al tercer día resucitar».

Y recordaron sus palabras. Habiendo vuelto del sepulcro, anunciaron todo esto a los Once y a todos los demás.

Eran María la Magdalena, Juana y María, la de Santiago. También las demás, que estaban con ellas, contaban esto mismo a los apóstoles. Ellos lo tomaron por un delirio y no las creyeron.

Pedro, sin embargo, se levantó y fue corriendo al sepulcro. Asomándose, ve solo los lienzos. Y se volvió a su casa,

Lucas 24, 1-12


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