Homilía del Domingo de Pentecostés: «El Espíritu Santo es el que nos hace participar de la vida eterna de Dios y de su amor» / Por P. José María Prats

“Hoy muchos quieren reducir la fe cristiana a “valores cristianos” prescindiendo del Espíritu, que se alimenta de la oración, la Palabra de Dios, la celebración de la eucaristía… Lo importante y auténtico –dicen ellos– es ser “buenas personas”, “vivir con valores”. Es un error tremendo que nos lleva a la ruina moral y espiritual, porque la vida santa, la vida justa y virtuosa, no es la que contempla embelesada unos valores ideales sino la que, con el poder del Espíritu Santo, los convierte cada día en realidad”

Domingo de Pentecostés – B:

Hechos 2, 1-11 / Salmo 103 / 1 Corintios 12, 3b-7.12-13 / Juan 20, 19-23

P. José María Prats / Camino Católico.- La escena del evangelio de hoy en que Jesús sopla su Espíritu sobre sus discípulos evoca el relato de la creación, donde «Dios modeló al hombre del polvo del suelo y sopló en su nariz aliento de vida» (Gn 2,7). Este simbolismo nos indica que con la efusión del Espíritu Santo, la vida espiritual perdida por el pecado regresa de nuevo al hombre reconciliado con Dios por el sacrificio de Cristo.

En la primera lectura vemos cómo el Espíritu dinamiza la Iglesia naciente confiriéndole los dones y carismas que necesita para dar a conocer al mundo el evangelio. Los Hechos de los Apóstoles narran cómo las personas que han recibido al Espíritu Santo empiezan a formar comunidades donde se vive en el amor, compartiendo los bienes, orando y celebrando juntos la eucaristía.

El Espíritu Santo es, pues, el que nos comunica la vida espiritual, el que nos hace participar de la vida eterna de Dios y de su amor. Si el Espíritu de Dios no habita en nosotros tenemos vida natural, biológica, pero no vida espiritual, incorruptible y eterna.

Es muy importante tener esto en cuenta, porque hoy muchos quieren reducir la fe cristiana a “valores cristianos” prescindiendo del Espíritu, que se alimenta de la oración, la Palabra de Dios, la celebración de la eucaristía… Lo importante y auténtico –dicen ellos– es ser “buenas personas”, “vivir con valores”. Es un error tremendo que nos lleva a la ruina moral y espiritual, porque la vida santa, la vida justa y virtuosa, no es la que contempla embelesada unos valores ideales sino la que, con el poder del Espíritu Santo, los convierte cada día en realidad.

Para entender el fenómeno de Pentecostés es importante notar que los judíos celebraban en ese día la entrega de la Ley a Moisés, una ley externa, escrita en tablas de piedra, que el pueblo era incapaz de cumplir (en el mismo momento de recibirla estaban ya adorando un becerro de oro). Lo que ocurre en Jerusalén el día de Pentecostés, según hemos escuchado en la primera lectura, supone la plenitud de lo que ocurrió en el Sinaí: en medio de fuego y de un estruendo como de un viento impetuoso, desciende el Espíritu Santo para escribir en lo más íntimo del corazón –no en tablas de piedra– la Ley que Jesucristo ha llevado a su plenitud, comunicándonos el poder para cumplirla.

Recibimos al Espíritu Santo por la fe en Jesucristo y el bautismo. Y esta llama del Espíritu se mantiene y acrecienta por la oración, la acogida de la Palabra de Dios y los sacramentos. Si dejamos de alimentarla nos quedamos secos, sin vida espiritual, sin poder: «en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros» (Jn 6,53). Regresamos entonces a la situación del Antiguo Testamento: deseamos vivir según unos ideales –los valores– pero no tenemos el poder para hacerlo. Y en estas, nos acaba ocurriendo lo que dice el refrán: “Si no vives como piensas, acabarás pensando como vives”. Después de décadas “educando en valores” y prescindiendo de la fe, la Palabra y los sacramentos, hemos entrado en la fase siguiente, la de cambiar los valores. Así, el crimen del aborto se convierte en “derecho de la mujer”, la eutanasia en “muerte digna”, el matrimonio en contrato temporal de convivencia y la antropología cristiana es substituida por la ideología de género.

Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía, Señor, a tu Espíritu y renueva la faz de la tierra.

José María Prats

Evangelio

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo:

«La paz con vosotros».

Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor.

Jesús les dijo otra vez:

«La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío».

Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:

«Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Juan 20, 19-23


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