Homilía del evangelio de la Sagrada Familia: El padre de familia debe ser obedecido si él es obediente a Dios, como San José que expresa la justicia y la voluntad de Dios / Por P. José María Prats

* «La consecuencia de destruir la autoridad del padre que, bien ejercida, era fuente de unidad y cohesión, ha sido destruir también la propia familia, que es el mayor bien de una sociedad. Frente a este modelo de confrontación tan destructivo, los cristianos estamos llamados a reconstruir el tesoro de la familia con las armas del amor, el servicio, la humildad y el perdón. Así nos lo ha pedido San Pablo en la segunda lectura: “Vestíos de la misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada”»

Fiesta de la Sagrada Familia – A:

Eclesiástico 3, 2-6.12-14  /  Salmo 127  /  Colosenses 3, 12-21  /  Mateo 2, 13-15.19-23

P. José María Prats / Camino Católico.- El evangelio de hoy narra la huida de la Sagrada Familia a Egipto y su retorno posterior a Nazaret tras la muerte del rey Herodes, que había intentado asesinar al Niño Jesús.

El gran protagonista de este evangelio es San José. Es a él a quien Dios pide por medio de su ángel que lidere a la Sagrada Familia según sus designios: «Levántate, coge al niño y a su madre y huye a Egipto… levántate, coge al niño y a su madre y vuélvete a Israel».

En la segunda lectura, San Pablo confirma esta autoridad del padre dentro de la familia: «Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos, como conviene en el Señor». Algunos comentaristas creen que esta atribución de la autoridad al padre es meramente un reflejo de la sociedad patriarcal de aquella época. Sin embargo, en la carta a los Efesios, San Pablo desmiente esta tesis al afirmar que el marido y la mujer son respectivamente sacramento de Cristo y de su Iglesia, por lo que «el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es Cabeza de la Iglesia». (Ef 5,23).

La Escritura, por tanto, sostiene que, según el designio de Dios, la vocación del padre conlleva asumir la autoridad y el liderazgo de la familia. Muchas personas consideran que esta afirmación es inaceptable y acusan por ello a la Biblia de machismo. Detrás de esta acusación se esconde, en realidad, una comprensión nada cristiana de la autoridad que la confunde con autoritarismo.

En primer lugar hay que aclarar que la autoridad es un bien que promueve la unidad y la paz en la familia. Cuando hay que tomar una decisión, después de dialogar y de escuchar el parecer de cada miembro, es necesario que alguien tenga la última palabra y los demás la acaten con respeto; de lo contrario la familia se romperá o se deteriorará mucho la convivencia.

Pero lo que más subraya Jesús es que la autoridad no es un privilegio o un instrumento para imponerse, sino una exigencia de servir y velar por los demás: «Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor» (Mt 20,25-26). La autoridad del padre en la familia no es, por tanto, un privilegio, sino más bien una carga, una responsabilidad exigente y preciosa al mismo tiempo que debe ejercerse desde el amor y el servicio. Y los demás miembros de la familia deben ayudar al padre a llevar esta carga con su obediencia y su colaboración al bien de todos.

Finalmente, la autoridad del padre es legítima cuando, como en el caso de San José, expresa la justicia y la voluntad de Dios. El padre debe ser obedecido en la medida en que él, a su vez, es obediente a Dios.

La figura del padre y su autoridad dentro de la familia ha sido atacada ferozmente. El espíritu de confrontación marxista que alentaba la lucha de clases entre proletarios y burgueses se ha reeditado en nuestra sociedad postindustrial como lucha de sexos, presentando al padre como explotador de la madre e instigando la revolución feminista. La consecuencia de destruir la autoridad del padre que, bien ejercida, era fuente de unidad y cohesión, ha sido destruir también la propia familia, que es el mayor bien de una sociedad.

Frente a este modelo de confrontación tan destructivo, los cristianos estamos llamados a reconstruir el tesoro de la familia con las armas del amor, el servicio, la humildad y el perdón. Así nos lo ha pedido San Pablo en la segunda lectura: «vestíos de la misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada».

P. José María Prats

Evangelio

Cuando se marcharon los Magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo:

«Levántate, coge al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo».

José se levantó, cogió al niño y a su madre de noche; se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes; así se cumplió lo que dijo el Señor por el profeta:

«Llamé a mi hijo para que saliera de Egipto».

Cuando murió Herodes, el ángel del Señor se apareció de nuevo en sueños a José en Egipto y le dijo:

«Levántate, coge al niño y a su madre y vuélvete a Israel; ya han muerto los que atentaban contra la vida del niño».

Se levantó, cogió al niño y a su madre y volvió a Israel. Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea como sucesor de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allá. Y, avisado en sueños, se retiró a Galilea y se estableció en un pueblo llamado Nazaret. Así se cumplió lo que dijeron los profetas, que se llamaría Nazareno.

Mateo 2, 13-15.19-2

Homilía del Evangelio del Domingo: Derecho y deber de transmitir el ideal del matrimonio / Por P. Raniero Cantalamessa, ofmcap.


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