Homilía del evangelio del Domingo: «Habéis sido transformados en luz de Cristo. Caminad siempre como hijos de la luz, perseverando en la fe» / Por P. José María Prats

* «¿Pero qué consecuencias tiene esta “presentación” de Jesús? Responde a ello la profecía de Malaquías que hemos escuchado en la primera lectura: «De repente llegará a su santuario el Señor a quien vosotros andáis buscando… refinará a los levitas y los acrisolará como oro y plata… entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén». Queda ahora claro que este episodio trata de la purificación del culto operada por el sacrificio de Cristo, tal como dice el Apocalipsis: «Él nos ha librado de nuestros pecados con su sangre, y ha hecho de nosotros un Reino de sacerdotes para Dios, su Padre» (Ap 1,5-6)»

La Presentación del Señor:

Malaquías 3, 1-4  /  Salmo 23  /  Hebreos 2, 14-18  /  Lucas 2, 22-40

La obra representa al mismo tiempo la purificación de la Virgen María en el Templo de Jerusalén y la presentación del Niño Jesús en dicho lugar poco después de su nacimiento

José María Prats / Camino Católico.- En este pasaje del evangelio se nos presenta a la Sagrada Familia acudiendo a Jerusalén para cumplir dos preceptos de la ley de Moisés:

1) La purificación de las madres después de dar a luz  (Lev 12).

Según la ley, tras dar a luz un hijo, la madre quedaba legalmente impura por cuarenta días, sin poder participar en el culto público. Transcurrido este tiempo debía ir al Templo para ser declarada legalmente pura, ofreciendo para ello un sacrificio que dependía de sus posibilidades económicas. En el caso de familias pobres, como la Sagrada Familia, la ofrenda prescrita era de «dos tórtolas o dos pichones».

2) La consagración al Señor de los primogénitos  (Ex 13,2.12-13; Nm 3,13; 18,15-16).

Por otra parte, la ley prescribía que todos los primogénitos, tanto de los hombres como del ganado, pertenecían a Dios, porque Él los había salvado de la muerte antes de salir de Egipto. Esta consagración de los primogénitos a Dios debía hacerse, en el caso del ganado, sacrificando a los animales, y en el caso de los hombres, rescatándolos al mes de nacer mediante el pago de cinco siclos de plata a un sacerdote de la localidad.

José y María cumplen el segundo precepto de una forma muy singular porque no consta que paguen ningún rescate y, en cambio, llevan a Jesús al Templo para «presentarlo al Señor», presentación que se describe con un término griego (παραστησαι) que pertenece al lenguaje cultual-sacrificial y que significa “llevar víctimas al altar”. Se nos está diciendo que Jesús no es un primogénito como los demás, que va a ser rescatado, sino que va a ser consagrado al Señor por un sacrificio real.

¿Pero qué consecuencias tiene esta “presentación” de Jesús? Responde a ello la profecía de Malaquías que hemos escuchado en la primera lectura: «De repente llegará a su santuario el Señor a quien vosotros andáis buscando… refinará a los levitas y los acrisolará como oro y plata… entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén».

La Presentación de Jesús en el Templo, Catedral de Tarragona

Queda ahora claro que este episodio trata de la purificación del culto operada por el sacrificio de Cristo, tal como dice el Apocalipsis: «Él nos ha librado de nuestros pecados con su sangre, y ha hecho de nosotros un Reino de sacerdotes para Dios, su Padre» (Ap 1,5-6).

En este mismo sentido, es interesante notar que, al satisfacerse conjuntamente dos preceptos (purificación de la madre y consagración del primogénito) que según la ley se cumplían por separado, se pone de manifiesto su profunda conexión en Cristo: la presentación de Jesús en el Templo como víctima de expiación purificará a su pueblo, representado en María, para que pueda celebrar un culto agradable al Señor.

María, en su espera penitencial de cuarenta días, y los ancianos Simeón y Ana, son un icono precioso del resto fiel de Israel que, guiado y sostenido por el Espíritu Santo, ha permanecido durante siglos a la espera del Mesías que haría posible una nueva alianza y un nuevo culto, por los que entraría a participar para siempre de la luz y de la de vida de Dios.

Finalmente, y como evoca el rito inicial de las candelas, conviene notar que los sagrados misterios que celebramos en esta fiesta están conectados de una manera muy especial con los ritos que acompañan al bautismo. La participación sacramental en el sacrificio de Cristo por el baño bautismal tiene tres consecuencias: consagración a Dios (unción con el crisma), purificación (imposición de la vestidura blanca) e iluminación (entrega de la luz pascual).

Que las palabras dirigidas a los neófitos tras recibir el cirio bautismal nos ayuden a tomar conciencia de los bienes inefables que hemos recibido y que tenemos que custodiar: «Habéis sido transformados en luz de Cristo. Caminad siempre como hijos de la luz, a fin de que perseverando en la fe, podáis salir con todos los santos al encuentro del Señor».

José María Prats

Evangelio

Cuando se cumplieron los días de la purificación, según la Ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la Ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones».

Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel, y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.

Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con Él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:

«Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: Luz para alumbrar a las naciones y Gloria de tu pueblo Israel».

Lucas 2, 22-40


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