Homilía del Viernes Santo del padre Raniero Cantalamessa ante el Papa Francisco: «Justificados gratuitamente por medio de la fe en la sangre de Cristo»
En su «Historia eclesiástica del pueblo inglés», Beda el Venerable narra cómo la fe cristiana hizo su ingreso en el norte de Inglaterra.
La cruz separa a los creyentes de los no creyentes, porque para unos es un escándalo y una locura, y para otros es el poder de Dios y la sabiduría de Dios (cf. 1 Cor 1, 23-24); pero en un sentido más profundo, ésta une a todos las hombres, creyentes y no creyentes. “Jesús tenía que morir […] no solo por una nación, sino que también para reunir a todos los hijos de Dios que estaban dispersos” (Jn 11, 51 s.). Los nuevos cielos y la tierra nueva pertenecen de derecho a todos y son para todos: porque Cristo murió por todos.
Allí en medio, nadie puede abrirse paso a través de ella, y menos aún con el mensaje de un muerto. Tú, mientras tanto, te sientas junto a tu ventana y te imaginas tal mensaje, cuando cae la noche».
Desde su lecho de muerte, Cristo confió a su Iglesia un mensaje: «Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a toda criatura» (Mc 16, 15). Todavía hay muchos hombres que están de pie junto a la ventana y sueñan, sin saberlo, con un mensaje como el suyo. Juan, acabamos de oírlo, dice que el soldado traspasó el costado de Cristo en la cruz «para que se cumpliese la Escritura que dice: «Mirarán al que traspasaron»» (Jn. 19, 37). En el Apocalipsis añade: «He aquí que viene entre las nubes, y todo ojo le verá, aún aquellos que le traspasaron; y por él todos los linajes de la tierra harán lamentación» (Ap 1,7).