Isaac García se volcó en la música, tuvo una crisis existencial y enfermó: «Pasé de no creer en Dios a saber que existe y me cambió el corazón en menos de un segundo»

* «Era todo un Babel enorme… Y entonces empecé a sufrir unos episodios de fiebre muy alta que nadie sabía por qué me daban, y acabe ingresado en el hospital. Me hicieron pruebas de muchas cosas, y no había manera de sacar lo que tenía… Me empezó a entrar miedo, porque decía a lo mejor tengo algo grave… Y, de repente, yo dije: «Bueno, lo único que me queda es rezar… Entonces recé, casi por instinto, sin pensar mucho por qué lo estaba haciendo, pero recé. Como si mi alma supiera lo que tenía que hacer sin que yo lo entendiera. Y en ese momento yo me convertí.  Yo me hice creyente ahí”

Camino Católico.- Al llegar la adolescencia, Isaac García Cebrián se volcó apasionadamente en la música, dejando de lado a Dios. Pero la música no llenaba la sed de verdad de su corazón. Una fuerte crisis existencial le llevó al lecho de un hospital. Y fue en el hospital donde el Señor le salió al encuentro.. Explica el testimonio de transformación de su vida en el programa “Cambio de Agujas” de  H.M. televisión y lo va desgranando en la entrevista así:  

Isaac García Cebrián nació en Valencia (España). Aunque su padre no era una persona creyente, su madre era catequista en la parroquia y –gracias a eso- había una cierta vida de fe en la familia. Llegado a la adolescencia, comenzó a buscar caminos a través de los cuales realizar ese deseo de felicidad y plenitud que todo ser humano tiene en su interior. Isaac sentía una fuerte llamada a dedicarse a la música. Con todas las fuerzas de su juventud, se volcó apasionadamente en la música. Pero, a medida que se introducía en el mundo de la música, la fe de su madre se fue quedando cada vez más lejos:

 “La fe era una cosa que era ajena a mí, porque no estaba dentro de los círculos en los que yo me movía. Yo sentía una llamada muy fuerte para dedicarme a la música, y a moverme en círculos de música. Y Dios no está presente en esos círculos, o la gente de esos círculos no quiere que Dios esté presente en esos círculos”.

Triunfar en el mundo de la música se convirtió para Isaac en una auténtica obsesión, pero también en el comienzo de un profundo viaje hacia la desesperación: “Yo me obsesioné en ser el mejor músico que pudiera, en parecerme a los grupos que a mí me gustaban, en seguir todas las cosas que se supone que tienes que hacer para encajar en esos círculos. Y dediqué toda mi pasión y toda la fuerza de mi juventud en esa dirección”.

Isaac no negaba la existencia de Dios –como sí lo hacían muchas personas de su ambiente- pero vivía en la práctica como si Dios no existiera, como si no lo necesitara. Pero la música no llenaba la sed de verdad de su ardiente corazón. Isaac se sentía vacío, tremendamente vacío:

 “Avancé por un camino en el que invertí muchas fuerzas pero, poco a poco, fui dándome cuenta de que no había una verdad en ese camino. Yo era músico, y yo lo hacía para encontrar una verdad, una melodía que te liberara. Pero, a la vez, encontraba también que tenía que poner letras a las melodías, y me di cuenta de que yo no tenía nada que decir. Cuando tenía que escribir algo, me daba cuenta de que estaba vacío. No me salía nada, nada, nada. Y, poco a poco, ese sentimiento fue creciendo, fue creciendo”.

Al mismo tiempo, Isaac se daba cuenta de cómo influía su música y su forma de comportarse sobre el escenario en la gente que asistía a sus conciertos. Esta conciencia de responsabilidad empezó a pesar sobre sus hombros cada vez con más fuerza: 

“Yo me acuerdo de que yo salía a cantar, yo era muy joven pero había gente todavía más joven que venía a vernos. Y yo les veía que estaban dispuestos a creer cualquier cosa que nosotros les dijéramos, o a hacer lo que nosotros hacíamos. Y en mí se fue formando un peso en la conciencia muy grande. Yo decía: «Yo no sé que estoy diciendo, a esta gente no tengo nada que ofrecerles». Y eso fue el principio de la avalancha. Todo ese mundo se empezó a venir abajo, hasta que se fue abajo completamente”.

La sensación de vacío fue creciendo de día en día. Isaac se dio cuenta de que nada sólido se podía construir sobre sus sueños de triunfar en el mundo de la música:

“Al principio todo era muy excitante: tocar por ahí, aprender, todo el mundo te mira, tú eres el centro de atención… Y cuando quise despuntar más, me di cuenta de que todo eso era un armazón vacío, que no tenía nada dentro. Y era un vacío que me hacía colapsar. Toda la estructura se venía abajo, y eso afectaba al tema de relaciones, de trabajo… Era la época de la carrera universitaria, pero ahí yo ya estaba metido en una especie de bamboleo mental, y no encontraba ninguna fuerza dentro de mí para construir algo. Mi actividad era destruir, más que construir. Trataba de obviarlo, pero llegó un día en el que ya no podía obviar ese vacío”.

Tratando de huir del vacío, Isaac dejó el grupo de música al que pertenecía y se entregó a una relación con una persona. Pero, en su interior no había paz, y esa relación terminó viviéndose también abajo aumentando el sufrimiento interior. La relación con sus padres se había hecho muy difícil. Todo aquello en lo que había puesto su ilusión, se desmoronaba. El sufrimiento interior empezó a repercutir incluso en su salud: 

“Todo, todo, todo se fue colapsando. Yo me encontraba ya entre la espada y la pared. No sabía ya qué hacer. Hacía huidas hacia delante: si yo me sentía vacío componía más canciones, pero esas canciones no tenían nada que decir (…) Era todo un Babel enorme… Y entonces empecé a sufrir unos episodios de fiebre muy alta que nadie sabía por qué me daban, y acabe ingresado en el hospital. Me hicieron pruebas de muchas cosas, y no había manera de sacar lo que tenía. Yo me sentía destrozado, vacío y encima estaba enfermo. No me quedaba en mi vida nada, era todo un descampado y no tenía nada donde agarrarme. Me empezó a entrar miedo, porque decía a lo mejor tengo algo grave”…

Isaac sentía que había tocado fondo. Estaba atravesando una auténtica crisis existencial que le provocaba terribles episodios de angustia. En medio del desamparo y del miedo, tumbado en la cama del hospital, comenzó a rezar. Y de pronto, como en nuevo Génesis, se hizo la luz:

“Y, de repente, yo dije: «Bueno, lo único que me queda es rezar… Entonces recé, casi por instinto, sin pensar mucho por qué lo estaba haciendo, pero recé. Como si mi alma supiera lo que tenía que hacer sin que yo lo entendiera. Y, al rato, en ese instante de estar observando aquello, de repente tuve una sensación de paz física, o sea fue como si me tiraran un cubo de agua por la cabeza desde arriba. Lo noté caer físicamente sobre mí, pero era paz, y era tranquilidad. Y en ese momento yo me convertí. Pasé de no creer en Dios, o de olvidarme de Dios, o cuestionarme a Dios. En un segundo, en menos de un segundo saber que Dios existe, que me ha tocado, que ha hecho algo en mí. Me cambió el corazón, me lo transformó en menos de un segundo. Y yo me hice creyente ahí”.

La experiencia fue tan profunda que, los primeros días, Isaac no era capaz ni de hablar con los que tenía a su alrededor. Dentro de su corazón, el Señor iba hablando y explicando:

“Fue como si Dios me explicara todo lo que yo había hecho mal, y cómo funciona la verdadera vida, la realidad, o sea todo lo que es el amor, todo lo que no está en el amor es paja… Yo, en ese instante, fue como una fotografía, tú la pasas al negativo, y entonces donde yo creía que había luces me di cuenta que eran sombras, y donde yo veía sombras, de repente había luz. Y entonces fue como un cambio radical, y también como si se me desarrollara algo que yo no había sentido hasta ese momento, que es la empatía hacia los demás”.

Isaac experimentaba que el perdón era un paso imprescindible en su proceso de sanación interior. Mientras sanaba interiormente, también físicamente su organismo se fue recuperando. Entonces comenzó a devorarle el hambre de Dios:

“Yo recuerdo que estaba en la cama del hospital, y empecé a escribir cartas para reconciliarme con gente con la que no me llevaba bien. Yo necesitaba sanar, sanar todo. Escribí cartas porque yo había hecho daño a gente, no a la mala fe, pero por egoísmo. Sin darme cuenta. Y en ese momento yo pude sentir físicamente todo el dolor que yo había causado, y necesitaba expresar que lo sentía. (…) Entonces escribí cartas, salí del hospital, las fiebres desaparecieron. Y empecé a sentir un hambre de Dios voraz. Cogí una Biblia, y empecé a leer, a leer, a leer. Y, en cada palabra, el fuego que yo había sentido en ese instante de conversión, yo leía cada letra minúscula que había en el Evangelio, o en cualquier parte de la Biblia, y yo notaba aquel fuego”.

El cambio fue tan grande que todo el mundo a su alrededor se dio cuenta. A partir de aquí, el Señor empujó a Isaac en una doble dirección:

“El Señor me puso un sentimiento que iba en dos direcciones: una era devorar la Palabra, aprender, formarme, conocerle. Pero, al mismo tiempo ir y darme a los demás. Las dos cosas a la vez. Y entonces pasaron unos meses, cuando yo ya estaba mejor, me fui a la parroquia que tenía en el barrio y me fui a Caritas, porque yo quería darme a los demás. Yo recuerdo llegar a la parroquia, sentarme allí donde estaban las chicas de Caritas y decirles: «Quiero ser voluntario». Y entonces ellas me dijeron: «¿Pero tú sabes que aquí se reza y tal? Y yo: «Sí, sí, sí». Y ahí empecé a hacer vida parroquial”.

Isaac tenía que aprenderlo todo sobre la fe. Para empezar, tenía por delante el descubrimiento de los sacramentos:

“Cuando hago una confesión, salgo de la confesión con una alegría muy parecida a la del momento que yo tuve de conversión. Yo veo en los sacramentos que son como el gimnasio del alma. Tú vas allí y, a base de repetirlos, repetirlos, repetirlos, te vas dando cuenta de que el llamado que te hace Dios en la  conversión, se normaliza en el día a día, y entonces entras en la vida. Yo, lo que noté cuando me convertí, es que la vida estaba viva, que ardía , que era todo… Y eso es lo que he encontrado en la vida sacramental, al acercarme más a la  confesión, a la Eucaristía… La Eucaristía es una mina de la que sacas la vida”.

Isaac tenía muy claro que, tras su conversión, todo tenía que ser para el Señor. También su música:

“Empecé a cambiar todas las letras. Lo que yo había encontrado vacío, ahora estaba lleno. Y tenía que expresarlo de alguna manera. Lo que empezó a pasarme fue que yo encontraba un modo de orar que era cogiendo el Evangelio. Y cualquier pasaje que a mí me llamara la atención ese momento, coger la guitarra y hacer una canción con esa letra, porque pensaba: Si lo que está alimentando mi alma es el Evangelio, entonces ¿qué tengo que decir yo, como converso, mejor que el Evangelio? Pues el Evangelio tal cual”.

Y ha seguido componiendo después, siempre con intención de evangelizar a través de la música:

“Hice un canal en Youtube que se llama País. En ese canal, lo que yo quiero hacer algún día, si Dios quiere, es que esté todo el Evangelio pasado a canciones. Cada pasaje del Evangelio, una canción. Y que la letra sea el texto del Evangelio, lo más fiel posible para que no haya vueltas de tuerca innecesarias, ni historias. Y entonces en eso estoy actualmente”.

Isaac quiere terminar su testimonio insistiendo en la necesidad, para todo creyente, de tener una vida sacramental seria: “Yo hago mucho hincapié en esa vida sacramental, porque lo noto, lo noto. Y da fruto, es como decir, yo me lanzo, pero sin Dios no soy nadie, yo necesito a Dios aquí día a día, día a día”. 

Publicado originalmente en Camino Católico en marzo de 2017


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Fuente:Eukmamie
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