Juanse, líder de la banda los Ratones Paranoicos, se ha convertido y Cristo le ha quitado sus vicios: “Dios se manifestó, debido a mi necesidad”

* “Yo pedí con lágrimas y con angustia poder acercarme. ¡Esa impotencia! Ahora lo leo en las confesiones de San Agustín: le pasó lo mismo. ¡No lo puedo creer! El tipo está describiendo lo mismo que me pasó a mí; esa impotencia de no poder y querer ver una señal, lo que sea”

* «El rostro de Cristo se me dibujó solo en el piso del living»

20 de mayo de 2015.-  (José Eduardo Abadi / Clarín / Camino Católico) Juan Sebastián Gutiérrez, Juanse, fue el líder de la banda argentina de los Ratones Paranoicos (1986-2011), uno de los grupos musicales más exitosos de la historia de la música argentina. Se crió en Villa Devoto, cerca del seminario diocesano de Buenos Aires, y a los 10 años comenzó a tocar la guitarra. Vivió todo lo que distingue a una estrella del rock. Hasta que hace unos años halló el camino de la fe y se volvió religioso. Ese es ahora el centro de su vida.

– ¿Qué experiencia cambió tu vida hace  algunos años?

– Una experiencia a la que podemos llamar una conversión. La conversión no es una sola, marca un antes y un después. Pero es como un mantenimiento. Hay una cosa que define todo lo que creemos en base a Dios y a la construcción que hicimos de él: el Vía Crucis. Es un símbolo.  ¿Por qué? Porque ese ser humano se sacrificó por nosotros. Esas tres caídas que tiene son simbólicas y están recargadas de un espíritu de reconciliación en potencia con el ser humano, de Dios hacia el ser humano. Porque si Cristo, siendo Dios, el hijo enviado por Dios a la Tierra, cayó tres veces; en la tercera, en la séptima y en la novena, ¿qué nos espera? Tenemos la esperanza de que ese océano de misericordia nos bañe.

– Esa conversión fue a tus 45 años. Ahora tenés 52.

– Ahí empieza, se terminó de manifestar hace cuatro.

– ¿Cómo te sentiste involucrado en todo lo que fue la popularidad?

– El éxito es humo y cartón. Éramos muy jóvenes y buscábamos ese éxito, recuerdo poco y nada de ese éxito. No lo valoro para nada. No tengo nostalgia aunque tengo mi carrera, y cuando desarmamos Los Ratones estábamos en un nivel de 100 shows por año. Pasé de tocar 100 shows por año a dar 10.

– ¿Cómo era tu vida?

– Éramos chicos de barrio y nos tocó vivir el inicio de la época de la droga en los ‘80. Tuvimos experiencias de todo tipo, nunca  traumáticas. Teníamos un entorno afectivo con muchas barreras de protección, eso nos hacía responsables. No era sobreprotección, era una libertad controlada que nos protegió.

– ¿Cómo sale el nombre de la banda?

– No tengo idea. Sé que a los doce años se me apareció y adquirió coherencia. Desde lo humano, ratones es bastante paranoico.

– ¿Cómo ingresa este cambio tuyo, lo que vos llamaste conversión?

– Es inexplicable. Estaba en el living de mi casa, no recuerdo cuándo. Todo comenzó en 2004 cuando escribí una canción que se llama Simpatía para un disco muy exitoso nuestro que se llamó Girando. Se lo dediqué a Cristo. Tuve inconvenientes porque a la gente le da inhibición hablar sobre El, no en privado pero sí en exposición.

– Estabas en el living de tu casa…

– Tengo un piso, de un lado es madera y del otro mármol rojo. Tengo el rostro de Cristo de perfil, es la pasión. Después fui averiguando, pero se dibujó sólo.

– ¿El mármol se dibujó solo?

– Sí, está configurado así. Si lo ves te sorprende mucho. Las vetas de ese mármol rojo, la disolución y la fosilización de la sal de las estrellas de mar generan vetas, con el paso de los siglos y… no sé cómo explicarte. Rezando un día vi eso y me sorprendió muchísimo. La experiencia más fuerte que tuve fue mi conversión, cuando estaba en mi living. Mi casa es como un cuadrado donde se comunica todo. Está dividida por puertas. Yo cierro las puertas porque me gusta estar solo, pensando qué libro leer y esas cosas, y ese día miré la puerta de la cocina y sentí una cosa que no sé describir. Es como una gigantesca ficha rectacular de lágrimas. Me atravesó. Sentí la sal y todo. Nunca sospeché que podía tener consistencia táctil, en ningún momento pensé que iba a mojarse. A partir ahí, cuando volví a girar, ya había cambiado todo en mí. Era un fumador empedernido, un gran tomador de todo tipo de bebidas: dejé de fumar y nunca más pude volver. No es que no quiero, no me molesta que lo hagan. Informo de qué se trata nada más, para que no lo sigan haciendo.

– ¿Cambió tu modalidad de relación?

– Todo. No pude decir nunca más una mala palabra en mi vida. Mi sistema nervioso está completamente “remapeado”, no existe más ese desarrollo que tenía. El sistema nervioso tiene como un mapa que quedó marcado por el tiempo, por haber recorrido el crecimiento en la parte eléctrica del sistema nervioso… eso no está más.

– ¿Cambió la relación con tu mujer y  con tus hijos?

– No cambió. Y mejoró. Al principio se asustaron: cuando te da el fervor, es muy fuerte. No puedo estar mucho tiempo sin ver la imagen de la virgen o de Cristo. Tengo mi anillo de San Benito. Son símbolos, pero son referenciales. No quiero perder un segundo: no hay tiempo en esto. No mido el tiempo, mido los instantes que puedo llegar a perder sin estar en contacto o sin estar reflexionando, en un estado de oración permanente.

– ¿Se identifican y están en la misma?

– Sí, el único es mi hijo que fue una gran autoridad dentro de lo que es el budismo desde muy joven. El fue bautizado y confirmado. El budismo nos ayuda a abrirnos y a escuchar. Jesús nos manda a decir que la instrucción más importante que tiene para nosotros es que amemos al prójimo como nos amamos a nosotros. Lo demás nos sirve para comprobar que la fe no contiene imágenes. La fe es como el ciego que nunca vio el sol pero sabe que existe, porque lo siente.

– ¿Seguiste haciendo música?

– Sí. Seguí haciendo música, hago mi vida normal. Lo que pasa es que mientras hago todo eso, adentro tengo a Cristo en mis diálogos, en mis caídas. Es complejo de explicar. Tuve un gran apoyo en Raúl Porchetto, que es una persona que tuvo su conversión hace muchísimos años, y en el padre Fernando Abraham que, junto al padre Mamerto Menapace, son personas importantes dentro de lo que fue y sigue siendo mi peregrinaje.

– Estoy pensando en ese cambio. ¿Cuál habrá sido tu terreno previo y tu disponibilidad?

– Dios se manifestó, debido a mi necesidad. Yo pedí con lágrimas y con angustia poder acercarme. ¡Esa impotencia! Ahora lo leo en las confesiones de San Agustín: le pasó lo mismo. ¡No lo puedo creer! El tipo está describiendo lo mismo que me pasó a mí; esa impotencia de no poder y querer ver una señal, lo que sea. Ahora bancátela: tenés que hacerte responsable de esta manifestación.

– Es algo así como decir “otorgame un sentido y un argumento en ese otro espacio”.

– Excelente definición. Fíjate lo del Vía Crucis, con tanta gente que El curó y escuchó. Fíjate la paradoja de que en el momento de su Pasión, nadie se aproximó a solidarizarse. ¿Dónde estaban esos que acompañó cuando hacía sus milagros? Quiere decir que nosotros no tenemos fe porque Dios hace milagros, tenemos fe porque Dios existe. Yo no creo en Dios, le creo a Dios.

– Qué lugar que toman, de pronto, todos esos distintos pasajes por diferentes facultades.

– Mi propio Vía Crucis.

– Pero ingenuamente creeríamos: “El está buscando algo”. Sin embargo, Juanse termina siendo encontrado por Dios. O sea, no sólo vos fuiste activo buscando, sino que hiciste un itinerario pidiendo ser reconocido.

– Tuve los obstáculos más importantes que puede tener un ser humano para alcanzar contacto con Dios: la preparación, la instrucción. El hombre que esté instruido, el hombre que tuvo método, está alejado de Dios porque está entrando en la ciencia del hombre. Dios busca a la gente más básica, con menos instrucción y que no tenga la instrucción de un universitario, pero que sí está puro de su corazón. Porque ese corazón nunca fue intoxicado con teorías, con conocimiento, con discusiones, con hipótesis.

– Estás hablando de la pureza.

– Total. Si vos me decís “¿qué habrías borrado de tu vida?”, contestaría que habría borrado mi instrucción. Me habría posibilitado haber accedido mucho antes a esto, que me viene costando paso a paso. Me cuesta porque tuve instrucción, instrucción humana. Es lo que me está impidiendo acceder a un grado de pureza que sólo puede anhelar un santo, algún monje.

– ¿Tenés algún proyecto en tu vida?

– No tengo proyectos, vivo hoy. Me concentro y trato de hacer lo mejor de mí, para después ir con satisfacción al encuentro más importante que es el día domingo cuando comulgo. Es el evento, la conmemoración de algo que está comprobado históricamente y antropológicamente  que ocurrió. Y, al margen de que uno crea o no, valoro desde la inmanencia que una persona hace 2000 años se sacrificó por nosotros… si no era Dios y estaba loco, aun así lo tendría como lo más alto que un ser humano puede aspirar, porque es fantástico.

 

 

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