Madre canta una canción a su hija, Lindsey Lourenco, de 18 años, antes de morir en un acto de amor: Belleza y verdad ante la muerte de un hijo

El padre de la joven reflexiona al tener que grabar el vídeo y sus vivencias recuerdan a la experiencia que afrontó Emmanuel Mounier (1905 – 1950, filósofo católico francés) cuando le dijeron que su hija de dos años, tras recibir una inyección equivocada, contrajo una encefalitis aguda que le permitiría vivir tan solo 4 años más, y mentalmente en tinieblas:

“Sentía acercarme a esta cuna sin voz como a un altar, como a un lugar sagrado donde Dios hablaba como por un signo. Una tristeza penetrante y profunda; profunda, pero ligera y transfigurada. Y alrededor de ella, una adoración, no tengo otra palabra. Con toda seguridad, nunca he conocido de forma tan intensa el estado de plegaria”

22 de agosto de 2013.- (Catholic-link.com / Camino Católico) En algún momento de la larga batalla de Lindsey Lourenco (18 años) contra la Leucemia, su madre compuso esta canción. Hace algunos meses, con Lindsey en estado de “coma” y bajo el diagnóstico de una muerte cierta, se la cantó por última vez. El Padre filmó la escena y cargó el video en Youtube junto con este comentario: “Ella quería que Lindsey escuchara la canción por última vez y yo me sentí obligado a tomar mi teléfono y grabarlo. Creo sinceramente que aunque Lindsey está en coma, ella puede escuchar a su madre cantando y siente el amor que la rodea. Yo no puedo ayudar pero creo que en los tiempos más difíciles de dolor en nuestras vidas, hay momentos en que se manifiesta la potencia y la hermosura del amor incondicional”.

Emmanuel Mounier (1905 – 1950, filósofo católico francés) vivió una experiencia similar a la del padre de Lindsey cuando le dijeron que su hija de dos años, tras recibir una inyección equivocada, contrajo una encefalitis aguda que le permitiría vivir tan solo 4 años más, y mentalmente en tinieblas.

En su libro “Conversaciones”, Mounier describe su experiencia de sufrimiento a la vez que pregunta a Dios sobre el sentido de la dolorosa situación de su hija. Creo que el extracto que transcribo a continuación es una de las catequesis más profundas y más hermosas que he leído sobre la presencia de Dios en una situación de dolor tan grande como la muerte de un hijo. Estoy seguro que el texto nos puede ayudar a comprender la intuición que el padre de Lindsey tuvo sobre la hermosura y la potencia del amor incondicional en los momentos más duros:

Mounier escribe:

«¿Qué sentido tendría todo esto si nuestra pequeña hija fuese solamente carne enferma, carne adolorida, y no en vez una blanca y pequeña ostia que nos sobrepasa a todos, la inmensidad de misterio y de amor que nos deslumbraría si pudiéramos verlo cara a cara? No debemos pensar en el dolor como algo que nos es arrebatado, sino como algo que nosotros donamos, para no ofender a este pequeño Cristo que se encuentra en medio de nosotros (…) Sentía acercarme a esta cuna sin voz como a un altar, como a un lugar sagrado donde Dios hablaba como por un signo. Una tristeza penetrante y profunda; profunda, pero ligera y transfigurada. Y alrededor de ella, una adoración, no tengo otra palabra. Con toda seguridad, nunca he conocido de forma tan intensa el estado de plegaria como cuando mi mano le decía cosas a esta frente que no respondía nada, cuando mis ojos se arriesgaban hacia esta mirada distraída, que llevaba lejos, lejos por detrás de mí, no sé qué acto emparentado con la mirada, un acto que miraba mejor que la mirada.

Misterio que sólo puede ser de bondad; me atreveré a decir: una gracia demasiado grande, una hostia viva entre nosotros, muda como la Hostia, resplandeciente como ella. Si toda plegaria verdadera se fundamenta en la muerte de las potencias, sensibles, intelectuales y voluntarias, si la fina punta del alma del niño bautizado, como escribe no sé qué autor espiritual, es puesta en el instante del bautismo en comercio directo con la vida divina, ¿qué esplendores se ocultan en este pequeño ser que no sabe expresar nada a los hombres? Le hemos deseado durante muchos meses que se marchara si tuviera que quedarse así. ¿No es esto sentimentalismo burgués? ¿Qué quiere decir para ella ser infeliz? ¿Quién sabe si no se nos ha pedido que guardemos y adoremos una hostia entre nosotros, sin olvidar la presencia divina bajo una pobre materia ciega? Mi pequeña Francisca, tú eres para mí la imagen de la fe. Aquí abajo la conoceréis en enigma y como en un espejo…» (28 de agosto de 1940. Conversaciones).

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