Maolsheachlann O Ceallaigh: «Yo no creía en Dios, pero sí en la Iglesia…hasta que vi que Dios es lógicamente inevitable»

Su posición atea era parecida a la del filósofo conservador Roger Scruton en sus memorias: podía asentir a cada punto de la fe católica excepto la existencia de Dios. Hasta que leyó a Edward Fesser. Le convenció la prueba de la contingencia «bien explicada»

18 de febrero de 2012.- Hay muchas personas que dicen que creen en Dios, pero no en la Iglesia. Es más difícil encontrar gente como el escritor irlandés Maolsheachlann O Ceallaigh, cuya postura era exactamente la contraria: creía en los valores de la Iglesia católica («inocencia, reverencia, tradición, comunidad», enumera) pero no en Dios. Cuenta su camino hacia la fe, como otros conversos, en Whyimcatholic.com.

Aunque su madre le llevaba alguna vez a misa, Maolsheachlann no recibió apenas ninguna formación religiosa. Nadie le dijo nunca que los católicos debían ir a misa los domingos. Sin embargo, en su infancia ya se manifestaba su gusto por lo misterioso, lo reverente. Cuando tenía 7 o 8 años vio en una esquina de su clase del colegio un estandarte con el signo Chi-Ro, las iniciales de Cristo en griego. Parecía pertenecer a otro mundo, a algo serio, sobrio, misterioso… no como tantos dibujos y colores infantiles del colegio.

(Pablo Ginés / Religión en Libertad) También en casa de un abuelo vio una vez una imagen de la Virgen con el niño y le pareció algo más solemne y romántico, una realidad más profunda, que lo que veía en los comics o en la TV, «en esa infancia infinitamente distraida, comercializada y banalizada de finales del siglo XX». Pero nada de esto cristalizó en él.

Un año, en el colegio, «una monja anciana y adorable nos enseñó los misterios del Rosario, las apariciones de Fátima, la historia de Maximiliano Kolbe y otros temas sólidos». Pero todos los otros cursos la formación religiosa era pobre y aburrida, «videos que nos inspirasen y psicología pop».

Una mini-conversión adolescente

A los 14 años, en vacaciones de verano, visitó a su tía, esposa de granjero, en un pueblecito donde todos iban a misa. «Una iglesia repleta es en sí misma un estimulante para una imaginación religiosa dormida», escribe. Él estaba descubriendo el poder de la poesía y los símbolos, y entonces retumbó la voz del sacerdote en el Evangelio: «Yo soy la vid y vosotros los sarmientos». Le pareció romántico, se le aceleró el pulso. Y ese verano consiguió un rosario, una medallita, un póster de los Diez Mandamientos y escribió un poema sobre la Resurrección… Pero cuando volvió a su ciudad todo eso desapareció «y volví de nuevo a mi indiferentismo religioso».

El misterio y lo romántico

«Como adolescente me acosaba la idea de que las aguas de la vida eran poco profundas para mis ansias, una ansiedad existencial que crecería en los años siguientes».Todo le parecía poco. Por eso, le impactó una definición sobre el misterio. Un alumno dijo: «es algo que nunca podrás entender». El profesor respondió: «digámoslo en positivo; el misterio es algo de lo que siempre se puede aprender más y más». Deseo de más allá, frente a la mera apariencia.

Como adolescente y joven, asumió el romanticismo tradicional, no el post-moderno. La poesía de Yeats y Wordsworth y Keats… ¡poemas que rimasen! Abrazó el romanticismo del pasado reciente irlandés, las fotos en blanco y negro, la visión agraria, anti-moderna del nacionalismo irlandés. Era el único chico en el colegio que defendía el uso de uniformes, a favor de la censura en «películas enfermizas», contra el uso del cannabis, etc… «Disfrutaba nadando contra corriente», afirma. Pero era ateo.

Dios no, Iglesia sí

«Me había convertido en el ateo definitivo»,escribe sobre su juventud. Eso sí, muy a su disgusto. Defendía continuamente a la Iglesia de sus críticos. Su posición era parecida a la del filósofo conservador Roger Scruton en sus memorias Gentle Regrets: «podía asentir a cada punto de la fe católica excepto la existencia de Dios».

Maolsheachlann analiza su carácter para explicar el por qué de su ateísmo. En parte, él era un chico tímido, malo en cosas prácticas, solitario, y nada de lo que emprendía parecía fructificar. Sus ansias y nostalgias nunca lograban satisfacerse. Puesto que lo divino y trascendente es el ansia y deseo más profundo, parecía lógico que no hubiese Dios, que tampoco esa ansia tuviese satisfacción.

Por otro lado, por su inclinación romántica, dado que todo lo veía en un continuo declive, una decadencia, una pérdida… ¿cómo no aceptar la muerte de Dios, la pérdida de Dios? Ahí encajaba su ateísmo.

Escribir te obliga a hacer preguntas

Maolsheachlann había acabado periodismo y trabajaba en una biblioteca universitaria, tenía veintipico años, y empezó a escribir: cuentos de terror, novelas de fantasía, más poesía… «Todo el que escribe sabe que eso es un viaje en busca de sentido», afirma. Porque ¿acaso algo tenía sentido? «¿Qué sentido tiene cualquier historia si, como dice Macbeth, la vida no es más que un cuento contado por un idiota, que nada significa? Porque si los ateos tienen razón, la vida no significa nada, eso era horriblemente claro. Y caí en la depresión más profunda de mi vida durante varios meses». Ese verano «el cosmos entero parecía insustancial, sin sentido, como una burbuja que flota en el aire y puede desaparecer en cualquier momento».

Se volcó en la lectura. «Leí a C.S. Lewis y a G.K. Chesterton y varios autores cristianos más. Navegué por Internet, un seguidor silencioso del ácido e interminable debate sobre Dios en el ciberespacio. Vi debates sobre apologistas y escépticos en YouTube. Nada, nada era importante, excepto la pregunta última».

Desconfiar de lo que te gusta

Maolsheachlann quería creer, pero temía auto-engañarse. Recordaba que Arthur Conan Doyle, el «padre» del cerebral Sherlock Holmes, intentando consolarse de la muerte de su esposa e hijo, se había llegado a creer las patrañas del espiritismo, la ouija y hacer fotos a hadas. «La poesía en prosa y la apuesta de Pascal no serían bastante para mí».

Para asegurarse una y otra vez, de forma sistemática, de que no se auto-engañaba, sometía a prueba cada argumento a favor de Dios «hasta un nivel ridículo, mucho más allá de las pruebas que exigiría a cualquier otro tema o teoría. […] Tengo un mecanismo de defensa contra el wishful thinking que se ha asilvestrado y hace que todo lo deseable parezca, a priori, implausible. Mientras buscaba a Dios, todos mis prejuicios estaban contra Él, todas las defensas erguidas».

Eso sí, sólo veía dos opciones: o el ateísmo, o el catolicismo. «Estaba seguro de eso. Ninguna otra fuerza en la tierra mostraba la misma dedicación a su mensaje, la misma resistencia a someterse al espíritu de la época, como la Iglesia Católica. Ninguna otra institución defendía las cosas buenas de la vida -familia, comunidad, pureza, patriotismo, celebración, masculinidad y feminidad, ritual y ceremonia- tan asiduamente. Cualquier otra religión se arrugaba, contemporizaba, se mostraba humana, demasiado humana».

Dos libros: Ortodoxia y The Last Superstition

La obra maestra de G. K. Chesterton, su libro «Ortodoxia», le convenció de que el cristianismo era la llave de la cerradura de la vida, del cómo vivir, probada siglo tras siglo en circunstancias muy distintas.

Pero el libro que cambió su vida fue «The Last Superstition», una respuesta del filósofo tomista norteamericano Edward Fesser al desafío del nuevo ateísmo grosero del estilo de Richard Dawkins. «Fue difícil abordar este libro, me lo tuve que leer dos veces y despacio, pero paladeé cada palabra», reconoce.

«Es una demostración lúcida, estricta, de que el materialismo filosófico no puede ser verdadero, que la existencia de un Dios todopoderoso, omnisapiente, todo bondad, es lógicamente inevitable, y de que las pruebas tradicionales de la existencia de Dios, esas pruebas que cualquier infiel encuentra tan fáciles de refutar, son mucho más sutiles de lo que sus críticos entienden y de hecho no admiten respuesta cuando se entienden bien».

De hecho, a Maolsheachlann le convenció una sola prueba: la contingencia. «Todo en el mundo físico depende de otras cosas, pero la cadena no puede remontarse por siempre, sino que debe terminar fuera del mundo físico, en algo necesario y eterno y perfecto. Esto me pareció, y me sigue pareciendo, sólido como una roca. Hace falta algo más de desarrollo para que este algo eterno y necesario sea Dios tal como lo entendemos, pero ahí están los argumentos y son convincentes». Al libro de Edward Fesser se remite.

Nueva vida

«Después de meses sumergido, rompí la superficie de las aguas, pude respirar de nuevo, y el mundo a mi alrededor era todo nuevo»,escribe.

«Así que ahora voy a misa cada domingo, rezo el Rosario casi cada día, intento conseguir una educación religiosa que retrasé tanto tiempo y trato de hacer lo que puedo para nadar contra la corriente del un secularismo creciente».Pero ¿lo hace sólo por su tendencia a ir contracorriente? No. Dice que todas las categorías políticas, culturales, se rompen ante la presencia de Dios, que los sacramentos y la gracia sanadora de Dios purifican sus intenciones, «a través de la Iglesia fundada en el fuego santo de Pentecostés».

Hoy Maolsheachlann es un gran difusor de la obra de G. K. Chesterton a través de la Sociedad Chesterton Irlandesa.

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