María Martínez López, enfermera de Bilbao, practicaba abortos, era «anticlerical» y feminista, pero Dios la convirtió en una misa en Nepal con las Misioneras de la Caridad

* «Sentí una emoción en el corazón, una voz que me decía: ‘bienvenida a casa’. Cuando escuché esto en mi interior busqué quién podía haber sido o si quizás era por la altitud. Volví a escuchar: ‘bienvenida a casa, ¡cuánto has tardado en amarme!’. Y ya supe donde tenía que mirar: la cruz. Caí de rodillas al suelo y sólo pude llorar, llorar y llorar. Lloraba por esa tristeza inmensa y profunda de haberme alejado del Amor. Lloraba también de inmensa alegría porque estaba experimentando la misericordia de Dios. En mi corazón había paz. Me sentí perdonada, me sentí amada, bendecida, resucitada»

Camino Católico.-  María Martínez López habla emocionada de su conversión, de su encuentro con Cristo. Esta enfermera vivió la experiencia de la misericordia de Dios con las Hermanas de la Caridad de Santa Teresa de Calcuta en Nepal. A sus 45 años, la presentación de quién era ella antes de su conversión deja al auditorio – y a cualquiera que lo escuche- sin palabras. Su testimonio lo ha contado durante la Semana de la Familia 2019 de la Diócesis de San Sebastián, que se visualiza y escucha en el video. Antes se llamaba Amaia, pero al convertirse a Cristo se lo cambió por el de María, porque rezando por ella así se lo dijeron las Misioneras de la Caridad de la Madre Teresa de Calcuta.

María ha subrayado que  «estuve a punto de apostatar, perseguía a los cristianos, fui lo más anticlerical que se podía ser, profeminista, proaborto, prodivorcio, pro-bromas de todo lo que tuviese que ver con la Iglesia católica». Casi nada.  «Estas manos que veis aquí, que ahora las ha lavado la Sangre del Cordero, hubo un tiempo que estuvieron manchadas de sangre de inocentes».

«¿Quieres seguir trabajando aquí? Pues son coágulos»

María trabajaba en una clínica abortista y durante años cada mañana de lunes a jueves ayudaba al ginecólogo a realizar cientos de abortos. Pues cada mañana recibía a mujeres embarazadas y las despedía destrozadas ya sin su bebé. “Lo fundamental era conseguir que las mujeres no dieran problemas, en eso se fundamentaba mi trabajo”, explica María. Y es que cada 15 minutos pasaba una mujer al quirófano. Antes –añade- “la aislábamos para que no diera marcha atrás, la sacábamos de la realidad”.

Una vez en el quirófano explica que muchas temblaban, pero no por el frío sino por el miedo. “A continuación –señala esta enfermera- era la caza del bebé, su desmembramiento. Primero se rompe la placenta para que salga el líquido amniótico, luego se introducen dilatadores para ir destrozando la vida del interior, se va rompiendo la caja torácica, el cráneo, los brazos, las piernas, todo tiene que ser deshecho para ser aspirado con una aspiradora y luego cae en un cubo”.

Extiende las manos para hablar de ellas como las manos que habían asesinado a inocentes. También, su mano era «lo único humano» que sostenían las mujeres que iban a abortar.

Sigue sonriendo, pero de paz. Por eso, hay que escuchar su historia entera. Otro de los momentos que ella rescata en su testimonio es el de un arrepentimiento. «Muchas mujeres, en estado de schock, creían que no habíamos realizado el aborto, y me pedían volver a su casa y que no les practicaran el aborto». Sin embargo, ya estaba hecho.

En una ocasión, vio un pie de un bebe abortado en la papelera. Claro, en la clínica decían que eran «coágulos».  Para salir de dudas, lo consultó con una compañera. «Eso es un pie», le dijo. «¿Quieres seguir en este trabajo?», preguntó.  «Sí», contestó.  «Pues entonces eso es un coágulo», zanjó su compañera.

Ese día quedó bloqueada y aunque quería convencerse de que solo eran “coágulos”, su vivencia era que “cuando se vive en la oscuridad el corazón se endurece mucho. El mío ya estaba muy duro. Se me empezó a caer el pelo y tenía calvas”.

Intentó suicidarse

Para intentar sacudirse el mal que hacía empezó a correr porque “cuando te invade el asco intentas hacer algo para quitártelo, pero te persigue”. Tenía 27 años y estaba casada cuando decidió que quería seguir progresando y se fue a estudiar Fisioterapia a Barcelona. En Bilbao dejó los abortos, pero también a su marido. Tres años después volvió muy cambiada y abrió con gran éxito una consulta.  El dinero le llevó a cambiar de amistades y a ir de fiesta en fiesta.

El 11 de enero de 2017, su marido le dijo que la dejaba y se marchó. Unos días después intentó suicidarse: “Cuando te encuentras en la nada sólo se oye un susurro y el que susurra te dice que ya no hay esperanza”.

Una petición de ayuda desde Nepal…para ella 

Su vida dio un vuelco cuando sonó el teléfono. Al otro lado, un guía nepalí con el que ella había compartido un viaje por las montañas de Asia. La necesitaban. El terremoto que había asolado el país requería de personal sanitario, de complexión fuerte, para poder cargar con materiales médicos para atender a los heridos y damnificados.

Ella llegó allí como budista: «Es más fácil creerte el budismo o el hinduismo que a Cristo». En esos momentos, el monzón les deja bloqueados en Katmandú, la capital de Nepal. Por eso, se dedica a conocer la zona.

“Yo odiaba a Madre Teresa”

Haciendo recorridos turísticos a españoles que viajaban a Nepal, un día se percató que junto a un templo budista había una caseta de la que salían gemidos. Le explicaron que era un sitio en el que morían los más pobres y al que sólo entraban las misioneras de la Caridad de la Madre Teresa. “Odiaba a la Madre Teresa porque yo era sanitaria y recordaba como obraba ella y para mí era todo lo contrario”, recordaba en su testimonio.

Pocos días después, en un cruce se topó con dos de estas religiosas. Así lo relata: “Venían directas hacía mí. Una me agarró el brazo, yo me quedé bloqueada. Y me dijo que tenía que ir a un sitio”. María no quería saber nada de monjas católicas y les dijo que la dejaran en paz, por lo que las religiosas se montaron en un autobús y se fueron.

Sin embargo, aquella noche “el Espíritu Santo no me dejó dormir”. Se despertó de madrugada y con el guía regresó al cruce en el que se había encontrado con ellas. Al final encontró la casa de las misioneras y le abrió la puerta la monja del día anterior: “Ya era hora”, fue lo primero que le dijo la misionera de la Caridad. Pero para su sorpresa ese día no iba a ser recibida sino al día siguiente a las seis de la mañana. Además sería después de la misa, a la que debería acudir.

La misa del encuentro con Dios

Indignada, no podía creerse lo que le dijeron. Pero a la mañana siguiente estaba allí media hora antes de la cita concertada. En la capilla vio a las nueve religiosas arrodilladas y a un sacerdote. María no hablaba inglés así que no se enteraba de nada, pero entonces llegó el momento fulminante que provocaría su conversión.

No habrían pasado ni cinco minutos desde el inicio de la Eucaristía cuando “sentí una emoción en el corazón, una voz que me decía: ‘bienvenida a casa’. Cuando escuché esto en mi interior busqué quién podía haber sido o si quizás era por la altitud. Volví a escuchar: ‘bienvenida a casa, ¡cuánto has tardado en amarme!’. Y ya supe donde tenía que mirar: la cruz. Caí de rodillas al suelo y sólo pude llorar, llorar y llorar. Lloraba por esa tristeza inmensa y profunda de haberme alejado del Amor. Lloraba también de inmensa alegría porque estaba experimentando la misericordia de Dios”.

María recordó cómo en aquel momento “en mi corazón había paz. Me sentí perdonada, me sentí amada, bendecida, resucitada…”. Sin darse cuenta habían pasado tres horas aunque a ella le parecieron segundos. Al levantar la vista se percató de que todas las religiosas estaban a su lado rezando conscientes del milagro que se estaba produciendo.

 “Cuando levante la frente mi sonrisa, mis ojos, mi piel, toda yo había vuelto porque Dios me había devuelto a la tierra de los vivos. Entonces ellas que habían rezado me dijeron que a partir de ese momento me llamaría María”, contaba esta mujer.

Sólo entonces pudo saber por qué estas religiosas se dirigieron a ella en aquel cruce. Las misioneras de la Caridad lo llamaban el “milagro de María”. La comunidad entera llevaba un año rezando para que llegara un voluntario que además fuera fisioterapeuta. “El Espíritu Santo me dijo: ‘Ella es’”, le comentó la religiosa que le agarró del brazo aquel día en la calle.

Se quedó con ellas cuatro meses y con estas religiosas pudo conocer de verdad qué es la dignidad y el amor. Entonces las religiosas vieron de Dios que María debía regresar a España, pues allí tenía una misión. Al volver a casa, encontró en Medina de Pomar otras monjas le hablaron de la cruz y como esta aparecía en su matrimonio. Empezó a consolidar su conversión y a orar por su esposo para recuperar su matrimonio.

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