Papa Francisco en el Ángelus, 4-7-2021: «Dios se ha encarnado, es humilde,  tierno, está escondido, se hace cercano en la normalidad de nuestra vida cotidiana»

* «Pidamos a la Virgen, que ha acogido el misterio de Dios en la cotidianidad de Nazaret, tener ojos y corazón libres de los prejuicios y tener ojos abiertos al asombro: “¡Señor, haz que te encuentre!”. Y cuando encontramos al Señor se da este asombro. Lo encontramos en la normalidad: ojos abiertos a las sorpresas de Dios, a Su presencia humilde y escondida en la vida de cada día»

Vídeo completo de la transmisión en directo de Vatican News traducido al español con las palabras del Papa en el Ángelus

* «Y me alegra anunciar que del 12 al 15 del próximo septiembre, si Dios quiere, viajaré a Eslovaquia para realizar una visita pastoral. La mañana del domingo 12 de septiembre, concelebraré en Budapest la Misa conclusiva del Congreso Eucarístico Internacional. Doy las gracias de corazón a los que están preparando este viaje y rezo por ellos. Recemos todos por este viaje y por las personas que están trabajando para organizarlo»

4 de julio de 2021.- (Camino Católico) “Sin apertura a la novedad y a las sorpresas de Dios, sin asombro, la fe se convierte en una letanía cansada que lentamente se apaga… En la oración, pidamos a la Virgen, que ha acogido el misterio de Dios en la cotidianidad de Nazaret, tener ojos y corazón libres de los prejuicios y abiertos al asombro, a las sorpresas de Dios, a Su presencia humilde y escondida en la vida de cada día”, lo ha dicho el Papa Francisco en su alocución antes de rezar la oración mariana del Ángelus, de este XIV Domingo del Tiempo Ordinario, desde la ventana del Palacio Apostólico ante los fieles y peregrinos que se dieron cita en la Plaza de San Pedro.

El Santo Padre comentando el Evangelio de este domingo (Mc 6,1-6) que nos habla de la incredulidad de los paisanos de Jesús, señaló que Jesús después de haber predicado en otros pueblos de Galilea, vuelve a Nazaret, donde había crecido con María y José; y, un sábado, se puso a enseñar en la sinagoga. Muchos, escuchándolo, se preguntan: “¿De dónde le viene esta sabiduría? y ¿qué sabiduría es esta que le ha sido dada? ¿No es este el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, Joset, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?” (cfr vv. 1-3).

En este sentido, el Papa Francisco invitó a detenernos en la actitud de los paisanos de Jesús, que conocen a Jesús, pero no lo reconocen. “En efecto – afirmó el Pontífice – hay diferencia entre conocer y reconocer: podemos conocer varias cosas de una persona, hacernos una idea, fiarnos de lo que dicen los demás, quizá de vez en cuando verla por el barrio, pero todo esto no basta. Se trata de un conocer superficial, que no reconoce la unicidad de una persona. Es un riesgo que todos corremos: pensamos que sabemos mucho de una persona, la etiquetamos y la encerramos en nuestros prejuicios…. Los paisanos de Jesús lo conocen desde hace treinta años y piensan que lo saben todo; en realidad, no se han dado nunca cuenta de quién es realmente. Se detienen en la exterioridad y rechazan la novedad de Jesús”

Finalmente, el Papa Francisco se pregunta: ¿Cuál es el motivo por el que no reconocen y no creen en Jesús? Podemos decir, en pocas palabras, afirmó el Papa, que no aceptan el escándalo de la Encarnación. “Es escandaloso que la inmensidad de Dios se revele en la pequeñez de nuestra carne, que el Hijo de Dios sea el hijo del carpintero, que la divinidad se esconda en la humanidad, que Dios habite en el rostro, en las palabras, en los gestos de un simple hombre”. He aquí el escándalo: la encarnación de Dios, su concreción, su “cotidianidad”. En realidad, es más cómodo un dios abstracto y distante, que no se entromete en las situaciones y que acepta una fe lejana de la vida, de los problemas, de la sociedad. O nos gusta creer en un dios “de efectos especiales”, que hace solo cosas excepcionales y da siempre grandes emociones. “Dios se ha encarnado: humilde, tierno, escondido, se hace cercano a nosotros habitando la normalidad de nuestra vida cotidiana. Y entonces, como los paisanos de Jesús, corremos el riesgo de que, cuando pase, no lo reconozcamos, es más, nos escandalizamos de Él”. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha la meditación del Santo Padre traducida al español, cuyo texto completo es el siguiente:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de este domingo (Mc 6,1-6) nos habla de la incredulidad de los paisanos de Jesús. Él, después de haber predicado en otros pueblos de Galilea, vuelve a Nazaret, donde había crecido con María y José; y, un sábado, se pone a enseñar en la sinagoga. Muchos, escuchándolo, se preguntan: “¿De dónde le viene toda esta sabiduría dada? Pero, ¿no es el hijo del carpintero y de María, es decir, de nuestros vecinos a los que conocemos bien?” (cfr. vv. 1-3). Delante de esta reacción, Jesús afirma una verdad que ha entrado a formar parte también de la sabiduría popular: «Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio» (v. 4). Lo decimos muchas veces.

Detengámonos en la actitud de los paisanos de Jesús. Podemos decir que ellos conocen a Jesús, pero no lo reconocen. Hay diferencia entre conocer y reconocer. De hecho, esta diferencia nos hace entender que podemos conocer varias cosas de una persona, hacernos una idea, fiarnos de lo que dicen los demás, quizá de vez en cuando verla por el barrio, pero todo esto no basta. Se trata de un conocer diría ordinario, superficial, que no reconoce la unicidad de esa persona. Es un riesgo que todos corremos: pensamos que sabemos mucho de una persona, y lo peor es que la etiquetamos y la encerramos en nuestros prejuicios. De la misma manera, los paisanos de Jesús lo conocen desde hace treinta años y ¡piensan que lo saben todo! “¿Pero este no es el joven que hemos visto crecer, el hijo del carpintero y de María? ¿Pero de dónde le vienen estas cosas?”. La desconfianza. En realidad, no se han dado nunca cuenta de quién es realmente Jesús. Se detienen en la exterioridad y rechazan la novedad de Jesús.

Y aquí entramos precisamente en el núcleo del problema: cuando hacemos que prevalezca la comodidad de la costumbre y la dictadura de los prejuicios, es difícil abrirse a la novedad y dejarse sorprender. Nosotros controlamos, con la costumbre, con los prejuicios. Al final sucede que muchas veces, de la vida, de las experiencias e incluso de las personas buscamos solo confirmación a nuestras ideas y a nuestros esquemas, para nunca tener que hacer el esfuerzo de cambiar. Y esto puede suceder también con Dios, precisamente a nosotros creyentes, a nosotros que pensamos que conocemos a Jesús, que sabemos ya mucho sobre Él y que nos basta con repetir las cosas de siempre. Y esto no basta con Dios. Pero sin apertura a la novedad y sobre todo —escuchad bien— apertura a las sorpresas de Dios, sin asombro, la fe se convierte en una letanía cansada que lentamente se apaga y se convierte en una costumbre, una costumbre social. He dicho una palabra: el asombro. ¿Qué es el asombro? El asombro es precisamente cuando sucede el encuentro con Dios: “He encontrado al Señor”. Leemos en el Evangelio: muchas veces, la gente que encuentra a Jesús y lo reconoce, siente el asombro. Y nosotros, con el encuentro con Dios, tenemos que ir en este camino: sentir el asombro. Es como el certificado de garantía que ese encuentro es verdad, no es costumbre.

Al final, ¿por qué los paisanos de Jesús no lo reconocen y no creen en Él? ¿Por qué? ¿Cuál es el motivo? Podemos decir, en pocas palabras, que no aceptan el escándalo de la Encarnación. No lo conocen, este misterio de la Encarnación, pero no aceptan el misterio. No lo saben, pero el motivo es inconsciente y sienten que es escandaloso que la inmensidad de Dios se revele en la pequeñez de nuestra carne, que el Hijo de Dios sea el hijo del carpintero, que la divinidad se esconda en la humanidad, que Dios habite en el rostro, en las palabras, en los gestos de un simple hombre. He aquí el escándalo: la encarnación de Dios, su concreción, su “cotidianidad”. Y Dios se ha hecho concreto en un hombre, Jesús de Nazaret, se ha hecho compañero de camino, se ha hecho uno de nosotros. “Tú eres uno de nosotros”: decirlo a Jesús, ¡es una bonita oración! Y porque es uno de nosotros nos entiende, nos acompaña, nos perdona, nos ama mucho. En realidad, es más cómodo un dios abstracto, distante, que no se entromete en las situaciones y que acepta una fe lejana de la vida, de los problemas, de la sociedad. O nos gusta creer en un dios “de efectos especiales”, que hace solo cosas excepcionales y da siempre grandes emociones. Sin embargo, queridos hermanos y hermanas, Dios se ha encarnado: Dios es humilde, Dios es tierno, Dios está escondido, se hace cercano a nosotros habitando la normalidad de nuestra vida cotidiana. Y entonces, a nosotros nos sucede como a los paisanos de Jesús, corremos el riesgo de que, cuando pase, no lo reconozcamos. Vuelvo a decir una bonita frase de San Agustín: “Tengo miedo de Dios, del Señor, cuando pasa”. Pero, Agustín, ¿por qué tienes miedo? “Tengo miedo de no reconocerlo. Tengo miedo del Señor cuando pasa. Timeo Dominum transeuntem”. No lo reconocemos, nos escandalizamos de Él. Pensemos en cómo está nuestro corazón respecto a esta realidad.

Ahora, en la oración, pidamos a la Virgen, que ha acogido el misterio de Dios en la cotidianidad de Nazaret, tener ojos y corazón libres de los prejuicios y tener ojos abiertos al asombro: “¡Señor, haz que te encuentre!”. Y cuando encontramos al Señor se da este asombro. Lo encontramos en la normalidad: ojos abiertos a las sorpresas de Dios, a Su presencia humilde y escondida en la vida de cada día.

Oración del Ángelus:

Angelus Dómini nuntiávit Mariæ.
Et concépit de Spíritu Sancto.
Ave Maria…

Ecce ancílla Dómini.
Fiat mihi secúndum verbum tuum.
Ave Maria…

Et Verbum caro factum est.
Et habitávit in nobis.
Ave Maria…

Ora pro nobis, sancta Dei génetrix.
Ut digni efficiámur promissiónibus Christi.

Orémus.
Grátiam tuam, quǽsumus, Dómine,
méntibus nostris infunde;
ut qui, Ángelo nuntiánte, Christi Fílii tui incarnatiónem cognóvimus, per passiónem eius et crucem, ad resurrectiónis glóriam perducámur. Per eúndem Christum Dóminum nostrum.

Amen.

Gloria Patri… (ter)
Requiem aeternam…

Benedictio Apostolica seu Papalis

Dominus vobiscum.Et cum spiritu tuo.
Sit nomen Benedicat vos omnipotens Deus,
Pa ter, et Fi lius, et Spiritus Sanctus.

Amen.

Después de la oración mariana del Ángelus el Papa ha dicho:

Queridos hermanos y hermanas:

Desde la querida nación de Esuatini, en África meridional, llegan noticias de tensiones y violencias. Invito a aquellos que tienen responsabilidad y a los que manifiestan las propias aspiraciones por el futuro del país a un esfuerzo común por el diálogo, la reconciliación y la composición pacífica de las diferentes posiciones.

Y me alegra anunciar que del 12 al 15 del próximo septiembre, si Dios quiere, viajaré a Eslovaquia para realizar una visita pastoral. La tarde [del 12]. ¡Están contentos los eslovacos allí! [en la plaza están presentes numerosos peregrinos eslovacos]. Antes [la mañana del domingo 12 de septiembre] concelebraré en Budapest la Misa conclusiva del Congreso Eucarístico Internacional. Doy las gracias de corazón a los que están preparando este viaje y rezo por ellos. Recemos todos por este viaje y por las personas que están trabajando para organizarlo.

Y os saludo con afecto a todos vosotros, romanos, peregrinos de Italia, de varios países, ¡especialmente a los eslovacos! En particular saludo a los grupos de Cosenza, Crotone, Morano Calabro y Ostuni. Os deseo a todos un feliz domingo. Y por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Gracias! ¡Adiós!

Francisco 


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