Papa Francisco en la Audiencia General 11-10-17: «El cristiano arriesga para llevar el bien que Jesús nos ha dado como un tesoro»

* «Después de haber conocido a Jesús, nosotros no podemos hacer otra cosa que observar la historia con confianza y esperanza. Jesús es como una casa, y nosotros estamos adentro, y por las ventanas de esta casa nosotros vemos el mundo. Por esto, no nos encerremos en nosotros mismos, no nos arrepintamos con melancolía un pasado que se presume dorado, sino miremos siempre adelante, a un futuro que no es sólo obra de nuestras manos, sino que sobre todo es una preocupación constante de la providencia de Dios. Todo lo que es opaco un día se convertirá en luz»

Video completo de la catequesis traducida al español y de la síntesis que el Papa ha hecho en nuestro idioma 

11 de octubre de 2017.-(13 TV Radio Vaticano / Camino Católico“No nos abandonemos al fluir de los eventos con pesimismo, como si la historia fuese un tren del cual se ha perdido el control. La resignación no es una virtud cristiana. Como no es de los cristianos levantar los hombros o inclinar la cabeza adelante hacia un destino que nos parece ineludible”, con estas palabras el Papa Francisco reflexionó en la Audiencia General del segundo miércoles de octubre, sobre la dimensión de la esperanza vigilante.

Continuando su ciclo de catequesis sobre “la esperanza”, el Obispo de Roma recordó que, “después de haber conocido a Jesús, nosotros no podemos hacer otra cosa que observar la historia con confianza y esperanza”. Utilizando la imagen de la casa, el Santo Padre dijo que, Jesús es como una casa, y nosotros estamos adentro, y por las ventanas de esta casa nosotros vemos el mundo. “Por esto no nos encerremos en nosotros mismos, no nos arrepintamos con melancolía un pasado que se presume dorado, sino miremos siempre adelante, a un futuro que no es sólo obra de nuestras manos, sino que sobre todo es una preocupación constante de la providencia de Dios”. Porque Dios, subrayó el Papa Francisco, tiene un proyecto de salvación bien delineado para nosotros: «Él quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad». En el vídeo superior se visualiza y escucha la catequesis traducida al español y la síntesis que el Santo Padre ha hecho en nuestro idioma, cuyo texto completo es el siguiente:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy quisiera detenerme en aquella dimensión de la esperanza que es la espera vigilante. El tema de la vigilancia es uno de los hilos conductores del Nuevo Testamento. Jesús predica a sus discípulos: «Estén preparados, ceñidos y con las lámparas encendidas. Sean como los hombres que esperan el regreso de su señor, que fue a una boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta» (Lc 12,35-36). En este tiempo que sigue a la resurrección de Jesús, en el cual se alternan en continuación momentos serenos y otros angustiantes, los cristianos no descansan jamás. El Evangelio exige ser como los siervos que no van jamás a dormir, hasta que su señor no haya regresado. Este mundo exige nuestra responsabilidad, y nosotros la asumimos toda y con amor. Jesús quiere que nuestra existencia sea laboriosa, que bajemos jamás la guardia, para recibir con gratitud y maravilla cada nuevo día donado por Dios. Cada mañana es una página blanca que el cristiano comienza a escribir con las obras de bien. Nosotros hemos ya sido salvados por la redención de Jesús, pero ahora esperamos la plena manifestación de su señoría: cuando finalmente Dios será todo en todos (Cfr. 1 Cor 15,28). Nada es más cierto, en la fe de los cristianos, de esta “cita”, este encuentro con el Señor, cuando Él regrese. Y cuando este día llegará, nosotros cristianos queremos ser como aquellos siervos que han pasado la noche ceñidos y con las lámparas encendidas: es necesario estar listos para la salvación que llega, listos para el encuentro. Ustedes, ¿han pensado cómo será este encuentro con Jesús, cuando Él regrese? ¡Será un abrazo, una alegría enorme, un gran gozo! Este encuentro: nosotros debemos vivir en espera de este encuentro.

El cristiano no está hecho para el aburrimiento; en todo caso para la paciencia. Sabe que incluso en la monotonía de ciertos días siempre iguales está escondido un misterio de gracia. Existen personas que con la perseverancia de su amor se convierten en pozos que irrigan el desierto. Nada sucede en vano, y ninguna situación en la cual un cristiano se encuentra inmerso es completamente refractaria al amor. Ninguna noche es tan larga de hacer olvidar la alegría de la aurora. Y cuando más oscura es, más cerca está la aurora. Si permanecemos unidos a Jesús, el frio de los momentos difíciles no nos paraliza; y si incluso el mundo entero predicara contra la esperanza, si dijera que el futuro traerá sólo nubes oscuras, el cristiano sabe que en ese mismo futuro existe el regreso de Cristo. ¿Cuándo sucederá esto? Nadie sabe el tiempo, no lo sabe, pero el pensamiento que al final de nuestra historia está Jesús Misericordioso, basta para tener confianza y no maldecir la vida. Todo será salvado. Todo. Sufriremos, habrán momentos que suscitan rabia e indignación, pero la dulce y poderosa memoria de Cristo expulsará la tentación de pensar que esta vida es equivocada.

Después de haber conocido a Jesús, nosotros no podemos hacer otra cosa que observar la historia con confianza y esperanza. Jesús es como una casa, y nosotros estamos adentro, y por las ventanas de esta casa nosotros vemos el mundo. Por esto, no nos encerremos en nosotros mismos, no nos arrepintamos con melancolía un pasado que se presume dorado, sino miremos siempre adelante, a un futuro que no es sólo obra de nuestras manos, sino que sobre todo es una preocupación constante de la providencia de Dios. Todo lo que es opaco un día se convertirá en luz.

Y pensemos que Dios no se contradice a sí mismo. Jamás. Dios no defrauda jamás. Su voluntad en relación a nosotros no es nublada, sino es un proyecto de salvación bien delineado: «porque Él quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Tim 2,4). Por lo cual no nos abandonemos al fluir de los eventos con pesimismo, como si la historia fuese un tren del cual se ha perdido el control. La resignación no es una virtud cristiana. Como no es de los cristianos levantar los hombros o inclinar la cabeza adelante hacia un destino que nos parece ineludible.

Quien trae esperanza al mundo no es jamás una persona remisiva. Jesús nos pide esperarlo sin estar con las manos cruzadas: «¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada!» (Lc 12,37). No existe un constructor de paz que al final de la cuenta no haya comprometido su paz personal, asumiendo problemas de los demás. Este no es un constructor de paz: este es un ocioso, este es un acomodado. No es constructor de paz quien, al final de la cuenta, no haya comprometido su paz personal asumiendo los problemas de los demás. Porque el cristiano arriesga, tiene valentía para arriesgar para llevar el bien, el bien que Jesús nos ha donado, nos ha dado como un tesoro.

Cada día de nuestra vida, repitamos esta invocación que los primeros discípulos, en su lengua aramea, expresaban con las palabras Marana-tha, y que lo encontramos en el último versículo de la Biblia: «¡Ven, Señor Jesús!» (Ap 22,20). Es el estribillo de toda existencia cristiana: en nuestro mundo no tenemos necesidad de otra cosa sino de una caricia de Cristo. Que gracia sí, en la oración, en los días difíciles de esta vida, sentimos su voz que responde y nos consuela: «¡Volveré pronto!» (Ap 22,7). Gracias.

(Después, al saludar a los peregrinos de lengua española, el Papa ha dicho:)

Queridos hermanos y hermanas:

El Evangelio que hemos escuchado nos invita a vivir en esperanza vigilante, es decir, a estar siempre preparados para recibir al Señor, con la total confianza de que ya hemos sido salvados por él y de que estamos esperando la plena manifestación de su gloria. Esto exige que vivamos con responsabilidad nuestra fe, y que acojamos con agradecimiento y asombro cada día de nuestra vida como un regalo de Dios.

La esperanza vigilante y la paciencia son dos características que definen a quien se ha encontrado con Jesús, estructurando su vida desde la confianza y la espera, consciente de que el futuro no es sólo obra de nuestras manos, sino de la preocupación providente de un Dios que es todo misericordia.

Este convencimiento lleva al cristiano a amar la vida, a no maldecirla nunca, pues todos los momentos, por muy dolorosos, oscuros y opacos que estos sean, son iluminados con el dulce y poderoso recuerdo de Cristo. Gracias a él estamos convencidos de que nada es inútil, ni vacío, ni fruto de la vana casualidad, sino que cada día esconde un gran misterio de gracia y de que en nuestro mundo no necesitamos otra cosa que no sea una caricia de Cristo.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en especial a la comunidad del Pontificio Colegio Mexicano de Roma, que acompañados por los cardenales José Francisco Robles Ortega y Alberto Suárez Inda, así como por algunos obispos mexicanos, celebran el 50 aniversario de su fundación. Animo a todos a que, siguiendo el ejemplo de nuestra Madre la Virgen María, vivan con una esperanza vigilante, y sean para cuantos los rodean portadores de la luz y de la caricia del Dios de la Misericordia. Que Dios los bendiga.

Francisco

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