Sor Azezet Kidane asiste a las víctimas de la trata de personas en el desierto del Sinaí y ha reunido más de 1500 testimonios de explotación, tortura y violencia sexual

“Los traficantes traen a estos migrantes al desierto, luego los encadenan y les piden más dinero a sus familias”

“Lo tenían como un esclavo: tenía que golpear a otros detenidos. Si no lo hacía, recibía él las golpizas. Y recibió muchas”

“Una mujer sufrió muchas veces violencias mientras estaba encadenada a otra mujer. No sabía ni siquiera quién abusaba de ella, porque tenía los ojos vendados”

19 de marzo de 2014.- (Davide Demichelis / Vatican Insider / Camino católico)  «El primero que me contó estas historias increíbles fue un joven eritreo. Lo habían llevado al desierto del Sinaí, aunque él quería ir a Israel para buscar un trabajo. Los traficantes querían más dinero, pero no podían contactar a su familia: su madre ni siquiera tenía teléfono. Y entonces lo tenían como un esclavo: tenía que golpear a otros detenidos. Si no lo hacía, recibía él las golpizas. Y recibió muchas»

Esta es una historia sin nombre, la identidad debe permanecer secreta. Pero el rostro, ese no; el rostro de este joven se quedó impreso en la mente de sor Azezet Kidane, misionera comboniana: «Se quedó allí durante un año y ya no tenía esperanzas. Y lo salvaron sus mismos compañeros de desventura, las mismas personas a las que él había tenido que pegar muchas veces. Cuando llegaron a Israel, hicieron una colecta para liberarlo».

Sor Azezet ha sido testigo de historias increíbles en los últimos cuatro años. Trabajó como voluntaria en un Centro para Refugiados Africanos en Tel Aviv. Desde que el gobierno de Berlusconi en 2008 estableció un acuerdo con Gadaffi para frenar la inmigración desde Libia, el Sinaí se llenó de clandestinos. Durante estos últimos 4 años, 15 mil africanos habrían transitado por ese desierto; por lo menos 3 mil de ellos habrían muerto de cansancio, por violencia o torturas. Las víctimas son sobre todo sudaneses, somalíes, etíopes o eritreos que huyen de las guerras o de regímenes dictatoriales. Sor Azezet es eritrea y conoce muy bien sus lenguas, por lo que pudo recoger antes que nadie sus testimonios. 

«Los traficantes de hombres traen a estos migrantes al desierto, luego los encadenan y les piden más dinero a sus familias».El viaje de la esperanza cuesta entre 1500 y 4000 dólares. Pero algunas familias, debido a los chantajes, se reducen a la miseria para pagar hasta 45 mil euros y liberar a sus hijos de un estado de verdadera esclavitud. Sor Azezet logró reunir más de 1500 testimonios durante los primeros dos años de su actividad. «No me podía callar más. Cuando descubrí cómo eran tratadas estas personas, sentí que sus historias tenían que ser divulgadas, ¡todos en este mundo deben conocer el trato inhumano que reciben muchos migrantes!».

Muchos de ellos no quieren contar lo que han vivido. Lo olvidan, como defensa psicológica, o porque temen las consecuencias. Sor Azezet lo sabe muy bien: «Estoy segura de que muchos no me cuentan lo peor. Pero lo que sé ya es demasiado… Una mujer me contó que sufrió muchas veces violencias, mientras estaba encadenada a otra mujer. No sabía ni siquiera quién abusaba de ella, porque tenía los ojos vendados. La otra mujer murió, pero las dejaron encadenadas durante tres días». Las torturas son terribles, además de los abusos sexuales y los golpes. Los prófugos son reducidos al hambre, abandonados desnudos bajo el sol del desierto. Dos sudaneses fueron colgados de cabeza con una cuerda en las muñecas y tuvieron que amputarles ambas manos. 

Sor Azezet ha recibido diferentes premios por las actividades que lleva a cabo. Entre otros, recibió el reconocimiento “Héroe del departamento del tráfico de personas” de los Estados Unidos. Pero el mayor premio para ella ha sido poder dar un futuro a estas personas, de las que ha aprendido tanto: «Nunca he escuchado palabras de odio en contra de sus celadores. E incluso las mujeres que quedaron embarazadas después de estos actos sexuales violentos, aman a sus hijos como si los hubieran querido. Esto me conmovió mucho, como mujer, monja y misionera».

Los testimonios que ha divulgado sor Azezet han llegado incluso a los países de proveniencia de todos estos migrantes. La verdadera solución sería detener la migración masiva, cancelar las fuentes de ingresos de los traficantes sin escrúpulos. Pero las condiciones de vida en el Cuerno de África son tan difíciles, entre guerras y dictaduras, que, a pesar de todo muchos prefieren correr el riesgo.

 

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