«Tú eres mi Hijo muy querido» / Por Conchi Vaquero y Arturo López
Palabras dirigidas por Dios Padre a Jesús cuando fue bautizado por Juan. Con este versículo intentamos explicar, cada mes en la parroquia, a los padres que van a bautizar a sus hijos, la trascendencia y responsabilidad personal e intransferible de la relación de cada uno con Dios. Si el padre y la madre no mantienen una vida de escucha personal del Señor diaria, difícilmente podrán educar a sus hijos como cristianos.
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Todos estamos llamados a ponernos a la cola de los pecadores cada día y pedir al Señor que nos bautice en el Espíritu Santo, transformando nuestras vidas para que nuestro yo disminuya y seamos más semejantes a Jesús. Dios nos creó a su imagen y semejanza. El pecado desfigura nuestra semejanza con Dios. Él nos creó para cumplir su misma misión: Amar. Sólo con una actitud limpia de corazón buscando la conversión diariamente podremos ir creciendo como personas y en nuestra vida espiritual. Convertirnos no es tarea de un día, sino de toda la vida.
Nos casamos en 1998. Lo hicimos después de un largo camino espiritual conjunto. Habíamos predicado retiros, acudíamos a las cárceles y atendíamos a los presos y sus familias, colaborábamos con las parroquias y superamos situaciones personales muy dificiles, orando y dejándonos guiar por el Señor. Hoy nos damos cuenta que pese a nuestros múltiples pecados somos unos privilegiados. Nos unimos en matrimonio convencidos que nuestra ruta familiar debía ser guiada por la voluntad de Dios. Hacerlo en esas condiciones y sobre todo ponerlo en práctica ante cada obstáculo de la vida ha sido nuestro mayor tesoro y la gracia más importante recibida del Señor.
Hoy, diez años después, hemos visto que el clamar a Dios personalmente todos los días y el hacerlo conjuntamente ha supuesto un fortalecimiento familiar, espiritual y humano. No obstante intuimos que el Señor todavía tiene miles de cosas que enseñarnos y debe grabarlas con el fuego de su Espíritu en nuestro corazón. Explicamos nuestro camino familiar con honestidad puesto que somos muy conscientes que sin Dios nada habría sido posible. Hemos vivido situaciones laborales de gran complejidad. Han diagnosticado varias enfermedades importantes en familiares y amigos. Han fallecido seres queridos. Nos han difamado por querer cumplir el Evangelio…
Por consiguiente, quede claro que es la gracia de Dios la que nos hace crecer pese a las dificultades, a nuestros pecados y carácteres personales. Dios nos quiere humildes y no humillados, que acudamos a Él como estamos para que pueda moldearnos a su imagen. Cuando hacemos eso, el Padre Celestial goza con nosotros y nos dice: «Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección». (Marcos 1, 11).
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