«Tú eres mi Hijo muy querido» / Por Conchi Vaquero y Arturo López

 

4 de octubre de 2009.- Y una voz desde el cielo dijo: «Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección». (Marcos 1, 11)

Palabras dirigidas por Dios Padre a Jesús cuando fue bautizado por Juan. Con este versículo intentamos explicar, cada mes en la parroquia, a los padres que van a bautizar a sus hijos, la trascendencia y responsabilidad personal e intransferible de la relación de cada uno con Dios. Si el padre y la madre no mantienen una vida de escucha personal del Señor diaria, difícilmente podrán educar a sus hijos como cristianos.

 
Siempre somos hijos predilectos de nuestro Padre Celestial. En el bautizo se cumplen las palabras del Evangelio para cada niño al quedar inmaculados, sin pecado original. Jesús sin tener pecado fue y se puso a la cola de los pecadores para ser bautizado por Juan. El Bautista afirma: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, y no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego». (Lucas 3, 16)

Todos estamos llamados a ponernos a la cola de los pecadores cada día y pedir al Señor que nos bautice en el Espíritu Santo, transformando nuestras vidas para que nuestro yo disminuya y seamos más semejantes a Jesús. Dios nos creó a su imagen y semejanza. El pecado desfigura nuestra semejanza con Dios. Él nos creó para cumplir su misma misión: Amar. Sólo con una actitud limpia de corazón buscando la conversión diariamente podremos ir creciendo como personas y en nuestra vida espiritual. Convertirnos no es tarea de un día, sino de toda la vida.

Nos casamos en 1998. Lo hicimos después de un largo camino espiritual conjunto. Habíamos predicado retiros, acudíamos a las cárceles y atendíamos a los presos y sus familias, colaborábamos con las parroquias y superamos situaciones personales muy dificiles, orando y dejándonos guiar por el Señor. Hoy nos damos cuenta que pese a nuestros múltiples pecados somos unos privilegiados. Nos unimos en matrimonio convencidos que nuestra ruta familiar debía ser guiada por la voluntad de Dios. Hacerlo en esas condiciones y sobre todo ponerlo en práctica ante cada obstáculo de la vida ha sido nuestro mayor tesoro y la gracia más importante recibida del Señor.

Hoy, diez años después, hemos visto que el clamar a Dios personalmente todos los días y el hacerlo conjuntamente ha supuesto un fortalecimiento familiar, espiritual y humano. No obstante intuimos que el Señor todavía tiene miles de cosas que enseñarnos y debe grabarlas con el fuego de su Espíritu en nuestro corazón. Explicamos nuestro camino familiar con honestidad puesto que somos muy conscientes que sin Dios nada habría sido posible. Hemos vivido situaciones laborales de gran complejidad. Han diagnosticado varias enfermedades importantes en familiares y amigos. Han fallecido seres queridos. Nos han difamado por querer cumplir el Evangelio…

Por consiguiente, quede claro que es la gracia de Dios la que nos hace crecer pese a las dificultades, a nuestros pecados y carácteres personales. Dios nos quiere humildes y no humillados, que acudamos a Él como estamos para que pueda moldearnos a su imagen. Cuando hacemos eso, el Padre Celestial goza con nosotros y nos dice: «Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección». (Marcos 1, 11).

No obstante, Dios como Creador nos tiene como hijos queridos y predilectos siempre. Él se muestra como Padre bueno a todos, justos e injustos. Hasta el último día de nuestra vida terrenal andará buscándonos como ovejas perdidas. Intentará mostrarnos mil veces su voluntad y quiere atraernos siempre hacia su inmenso corazón de Amor.
Dios sólo espera de nosotros una cosa: que deseemos ser moldeados por Él cada mañana. El Señor no quiere que nos hundamos en nuestras depresiones y caídas, sino que sencillamente le miremos a Él que es nuestro Padre que nos espera y busca pacientemente cada día para darnos un abrazo de su eterno amor. En la familia, en la educación de los hijos, en todos los ámbitos de la vida sólo rembrandt-hijo-prodigo-detalle.jpgcreceremos en sabiduría y haremos realmente la voluntad de Dios si nos dejamos enseñar por Él y abrimos nuestro corazón a su amor para que pueda transformarnos en seres a su imagen y semejanza, llenos de compasión y  misericordia
Muchas veces nos convertimos en víctimas, cuando vivimos algún contratiempo. Puede pasarnos incluso que nos identifiquemos con el hijo mayor o con el hijo menor de la parábola del hijo pródigo. Cuando eso sucede somos interpelados por el Señor respecto de nuestras debilidades, pero la llamada que tenemos todos es a identificarnos con el padre que espera pacientemente y ama a sus hijos de forma incondicional. Eso debemos pedirlo cada día al Señor para que se cumpla en nosotros puesto que sin su gracia es imposible. Tenemos que ser conscientes de que Dios quiere dotarnos de entrañas de misericordia y que si deseamos que así sea, Él lo hará, puesto que nos ha invitado en su Palabra con exhortaciones como: «Sean misericordiosos como el Padre del cielo es misericordioso».
La misericordia no es un acto de piedad, sino el corazón de Dios transformando el corazón del hombre y renovándolo por entero. Pidamos al Señor que seamos siempre fieles en pedir su misericordia para poder ser portadores de esa gracia de Dios para todos cuantos se crucen en nuestras vidas. Que el amor de Dios sea nuestro alimento para siempre. Depender de Dios en todo lo que pensamos, hacemos y decimos es la actitud más fructifera que podemos adoptar para ser felices y hacer felices a los demás.

 

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