María Séiquer Gayá, la mujer que cuidaba a los asesinos de su marido
* Se consagró a Dios, fundó la Congregación de las Hermanas Apostólicas de Cristo Crucificado y perdonó a los hombres que mataron a su esposo Ángel Romero durante la Guerra Civil española en Murcia
* La víspera de su muerte en la cárcel Ángel le dijo: «Creen que nos sacrifican, y no ven que nos glorifican. Nunca he estado tan cerca de Jesús como al ver que me tratan como a Él». Y ella, después de confortar junto a su marido a otros presos desesperados, le confesó: «Si no me matan a mí también, te prometo ingresar en el convento»
11 de enero de 2011.- ¿Perdonaría usted a los asesinos de su cónyuge? Más aún: ¿cuidaría a las mujeres de esos asesinos? ¿Alimentaría a sus hijos? ¿Callaría ante los autores del expolio de su casa, mientras disfrutan de los muebles que le robaron? Pues eso es lo que hizo María Séiquer Gayá, una murciana que se consagró a Dios, tras el asesinato de su marido en la Guerra Civil: fundó las Hermanas Apostólicas de Cristo Crucificado y cuidó de las familias de aquellos que fusilaron a su esposo sólo por ser católico.
(José Antonio Méndez / Alfa y Omega) Si su historia fuese llevada al cine, la tacharían de increíble. Porque, en verdad, cuesta creer que una mujer no sólo no guarde rencor a los asesinos de su marido, sino que dedique el resto de su vida a cuidar, alimentar y educar a los más pobres, y a las familias de quienes fusilaron a su esposo. Sin embargo, así fue la vida de María Séiquer Gayá, una murciana que, tras sufrir la pérdida de su marido en un paseo de la Guerra Civil, se consagró a Dios y fundó la Congregación de las Hermanas Apostólicas de Cristo Crucificado, desde la que cuidó a los artífices de su desgracia.
Su vida había sido la de una joven como cualquier otra: aficionada a montar a caballo, de familia cristiana y casada con un otorrino, Ángel Romero, conocido entre sus vecinos por su honradez y su predisposición a ayudar a los demás. Y entonces estalló la guerra.
Cuando, en mayo de 1931, los republicanos empezaron a incendiar conventos e iglesias (con sus curas y monjas dentro), Ángel decidió entrar en política: «Hay que defender la religión», decía. Pero, tras el levantamiento del 18 de julio, su pertenencia a la CEDA y su fe católica fueron cargos suficientes para ser encarcelado y fusilado.