El Domingo de Ramos invita a arrodillarnos a los pies de Cristo, revistiéndonos de su gracia, de Él mismo, / Por P. Fernando Simón Rueda
P. Fernando Simón Rueda / Camino Católico.- El Domingo de Ramos es el pórtico que nos introduce en la Semana Santa. Jesús va a Jerusalén a cumplir su «hora», el momento culminante de la historia de la salvación con su pasión, muerte y resurrección.
Este año, desgraciadamente, no se podrá vivir en ninguna liturgia, pero, en condiciones normales, el pueblo de Dios se congrega fuera de los templos para bendecir los ramos, leer el Evangelio de la entrada triunfal del Señor en Jerusalén y rememorar este momento con la procesión de los ramos.
Junto con esto, el momento más específico del Domingo de Ramos es la lectura de la pasión. Cada año se lee un relato de los evangelios sinópticos: Mateo, Lucas o Marcos (este año corresponde a san Mateo). El Viernes Santo siempre se proclama la pasión según san Juan.
Jesús va a Jerusalén para ser colgado en la cruz, el trono donde reina. Por eso, el Viernes Santo, la lectura de la pasión es siempre la de san Juan donde se subraya la realeza del Señor en la Cruz. El domingo de Ramos le vemos entrar como rey humilde en un borriquillo.
Es la entrada del Mesías Rey que es aclamado por los necesitados de salvación, los humildes y los niños, que alfombran el camino con ramos y gritan: «¡Hosanna!, bendito el que viene en el nombre del Señor. ¡Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!». Es el grito de júbilo por la entrada del Mesías profetizado y esperado de generación en generación. Sin embargo, en la época de Jesús, esperaban un Mesías Rey al modo político, que pondría a Israel al frente de las naciones. Por eso, en su vida pública, Jesús manda guardar el secreto de su mesianismo. Cuando se revele el modo querido por Dios para que el Mesías salve y que ya estaba anunciado por el profeta Isaías con el siervo de Yahvé, salvando con el amor hasta el extremo en la Cruz, en ese momento, casi todos se desilusionarán y abandonarán al Señor.
Digamos con uno de los padres de la Iglesia, san Andrés, obispo de Creta:
“Así es como nosotros deberíamos prosternarnos a los pies de Cristo, no poniendo bajo sus pies nuestras túnicas o unas ramas inertes, que muy pronto perderían su verdor, su fruto y su aspecto agradable, sino revistiéndonos de su gracia, es decir, de él mismo… Así debemos ponernos a sus pies como si fuéramos unas túnicas… Ofrezcamos ahora al vencedor de la muerte no ya ramas de palma, sino trofeos de victoria. Repitamos cada día aquella sagrada exclamación que los niños cantaban, mientras agitamos los ramos espirituales del alma: “Bendito el que viene, como rey, en nombre del Señor”.
P. Fernando Simón Rueda
Párroco de la Parroquia de san Juan Crisóstomo. Madrid
Asesor espiritual y miembro del Consejo de Redacción de Camino Católico