Abandonarse a la Providencia ¿es dejarse llevar? / Responde el P. Jean-Claude Lavigne, dominico

Camino Católico.- Numerosos psicólogos y programas de desarrollo personal nos invitan a aprender a “dejarse llevar”. ¿Tiene esto algo que ver con el abandono a la Providencia, del cual habla el Evangelio? Para el padre Jean-Claude Lavigne, dominico, son dos cosas distintas. Jean-Claude Lavigne es autor de Moment contemplatif (Cerf) y lo ha entrevistado Sophie de Villeneuve durante la emisión de Mil cuestiones sobre la fe en Radio Notre Dame preguntas y respuestas que ha transcrito  La Croix.

– ¿Qué es la Providencia?

– El abandono a la Providencia es una actitud que consiste en reconocer que la vida es, ante todo, un regalo de Dios. Es aprender a reconocer los regalos de Dios y adoptar una actitud de recepción. Estos regalos son múltiples: nuestra respiración, nuestras relaciones, los mil acontecimientos que constituyen nuestra vida cotidiana.

– Jesús parece decir que si Dios da todo a los pájaros del cielo que no se preocupan de nada, a nosotros nos lo da también todo. ¿Es esto la Providencia?

– El abandono a la Providencia no es un providencialismo. El providencialismo es una actitud pasiva negligente con el don de la libertad, de la responsabilidad, de la inteligencia, de la capacidad de acción; que Dios nos ha otorgado. Abandonarse a la Providencia es no tomarse por Dios y reconocerse como beneficiario. Es abandonar nuestro ser omnipotente, esta voluntad de poder que hoy es un valor muy extendido, y aceptar el desplazarse, el mirar, el admirar y, a partir de ahí, actuar. La verdadera Providencia es como si Dios nos propusiera, a cada instante, elegir y decidir, pero sobre lo que Él propone. Frente a un acontecimiento, frente a un guiño de Dios, hay que responder.

– La diferencia entre el abandono a la Providencia y el providencialismo no es siempre fácil de establecer. “Abandonarse” ¿no es renunciar a actuar, esperar un regalo de Dios que me cae del cielo?

– El don de Dios no cae del cielo. Dios propone un acontecimiento, una situación frente a la cual nos invita a elegir entre la vida y la muerte (Deuteronomio), entre una relación de fraternidad o una relación malograda. La Providencia es una llamada a responder evangélicamente a todo lo que constituye nuestra vida. No se trata de permanecer pasivos, sino de admirar, de reconocer, de realizar gestos que conformen nuestra vida.

– Usted dice en su libro que una de las primeras actitudes del creyente es la admiración…

– Absolutamente. Es también la actitud del amor. Si no sabemos admirar a los demás y al mundo, no podemos amar. Dios es amor y nos propone tener esta actitud de admiración: admirar la vida que comienza, las cosas que germinan, “la flor del almendro” de la imagen del profeta Jeremías. Proteger las cosas que comienzan.

– ¿Piensa usted que Dios nos admira y admira su creación?

– Tal vez no tal y como se da hoy día, pero en cada uno de nosotros hay un gran deseo de reencontrarnos con él. Él cree que somos capaces. Un teólogo americano de los años sesenta decía que tener fe es aceptar la creencia de que Dios cree en nosotros.

– ¿Qué cree Dios? ¿Qué podemos hacer el bien?

– Que podemos hacer el bien, perdonar, volver al Él, y eso es porque él ha enviado a su propio hijo. Cree que somos capaces de amar y que podemos superarnos porque amamos.

– ¿Entonces no es la acción lo que debemos abandonar cuando nos abandonamos a la Providencia?

– Lo que debemos abandonar es el orgullo, es el hecho de permanecer centrados sobre nosotros mismos, es la pretensión de poder encontrar solos una solución y saber, nosotros solos, qué es el bien y qué es el mal. Es esto lo que conduce a la humanidad al fracaso. Abandonarse no es convertirse en un blando, es salir de aquello que me impide reconocer el don que me interpela, porque los dones de Dios nos interpelan, son vocablos, son vocaciones. Es mirar y dejarse introducir en un acto que construye la vida.

– ¿Cuál es la diferencia con dejarse llevar en el desarrollo personal?

– Dejarse llevar es, justamente, abandonarlo todo. La actitud cristiana consiste en salir sí y de la pretensión de poder ver, escuchar, admirar y comprometerse. El desarrollo personal propone abandonarlo todo, creyendo que esto trae una cierta paz. La paz cristiana es una paz activa, que crea vínculos, y no una paz de abstención y de desaparición.

– Usted hace, habitualmente, referencia a la tradición cristiana, espiritual y mística, a figuras espirituales que hacen del abandono a la Providencia punta de lanza de su actividad y que confían en ella y en los dones de Dios. ¿Confiar en Dios es una forma de actuar?

– Lo preliminar a esto es ver qué nos sugiere Dios.

– Pero ¿cómo afinar nuestra mirada?

– Esta es la verdadera pregunta. Afinar nuestra mirada es, en primer lugar, aceptar ser mirados y no temer a Dios. Es saber que Dios nos mira con una mirada de infinita misericordia, siempre lista para levantarnos. Es lo que cuentan los Evangelios. Es también confrontarse con la Palabra de Dios, porque ella nos despierta. Como dice el profeta Isaías, abre nuestros oídos, pero también abre nuestros ojos, para los demás, para el pequeño, para lo que no cuenta, pero también para lo que comienza. Es así como se afina nuestra mirada, porque sé que no debo dejarme seducir por aquello que es fascinante sino por aquello que engendra. El Reino del que Jesús habla es la semilla, y no lo que brilla. La mirada se afila por la confianza en la Palabra de Dios, y por la confianza en nuestros hermanos y hermanas, como nuestros padres tuvieron la confianza de que nuestra vida comenzaría, buscándonos, educándonos, ayudándonos en nuestros primeros pasos, en nuestras primeras pedaladas en bici, y en nuestros avances.

– Algunos podrían acusarnos de tener una visión un poco ingenua.

– No. Tras la flor del almendro, ¿qué es lo que ve Jeremías? Un caldero que se desborda. Todo lo que comienza está sometido a algún riesgo, como el caldero desbordante que amenaza con destruirlo todo. La visión cristiana no es ingenua, es lúcida e inteligente, está formada, como diría santo Tomás de Aquino. Hay que estar formados para comprender que lo que nace ha de ser defendido en un universo peligroso y arriesgado. El propio Cristo vivió esto.

– ¿Esta visión podría aplicarse al mal? ¿Podríamos encararnos al mal?

– Lo debemos mirar tal cual es, porque por tener un gesto de compasión no podemos equipararnos. No podemos tender la mano y amar si no hemos sido heridos nosotros mismos. Hay que mirar al mal y al bien. Y, frente a esto, nos dice la Providencia, debemos situarnos, adoptar gestos que harán triunfar la vida incluso cuando todo haga pensar que no se puede hacer nada.

– ¿Abandonarse a la Providencia es, pues, creer que las cosas son las mejores posibles?

– Como una llamada a actuar, no por lo mejor, sino por la vida, para que la vida triunfe sobre todas las obras de la muerte.

– ¿Es posible avanzar aunque la vida nos desanime por todo lo que sucede?

– Sí, porque no estamos solos. La Iglesia es estar juntos, no para cerrar los ojos y tranquilizarse, sino para que nuestros ojos vean la verdad y nos hagan libres.

– Aunque la Iglesia atraviesa un periodo turbulento, ¿está actuando la Providencia?

– Por supuesto. Frente a situaciones de prueba, a humillaciones, la Providencia me pide posicionarme y actuar, poner mi confianza en los gestos que, como los de Jesús, importan y elevan.

Fuente:La Croix
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