Álvaro y Penélope, una pareja que después de casarse tuvo un encuentro personal con Cristo y ha descubierto que el sexo es vida…,de santidad

Álvaro: «Me he dado cuenta de que amar de verdad a mi mujer supone entregarme a ella sin egoísmos y en todos los momentos… Yo sigo sintiéndome atraído por mi mujer, pero la sensación física al mantener relaciones es incluso mejor, porque el sexo está enriquecido con una entrega total, con un algo más que sólo te lo da saber que ella es un regalo de Dios, y que puedo descubrirle a Él en ella, igual que ella puede hacerlo en mí»

7 de julio de 2012.- (José Antonio Méndez / Alfa y OmegaCamino Católico) Quien dice que para la Iglesia la sexualidad es un tabú, o que las relaciones conyugales son percibidas como algo pecaminoso, es que no conoce, ni de lejos, qué dice el Magisterio sobre el matrimonio y sobre la intimidad de los esposos. En realidad, la doctrina católica no ha inventado nada, sino que se limita a proponer una verdad fundamental inscrita en el corazón de cada persona: la sexualidad une a la pareja en una comunión física, psíquica y espiritual, y es un camino de santidad, deseado por Dios Creador. Por eso, la Iglesia anima a los esposos a cuidar su relación y a mantener una fluida comunicación en este ámbito, que va mucho más lejos de lo que ocurre en la alcoba

Álvaro y Penélope se casaron después de seis años de novios. Como tantas parejas, durante su noviazgo y en los primeros compases de su matrimonio mantuvieron relaciones sexuales con preservativo. Sin embargo, un año después de casarse, Cristo se cruzó en su camino y empezaron a vivir la vida con otro corazón. Y eso no sólo les cambió la rutina de los domingos, sino todos los ámbitos de su vida, incluso el de las relaciones sexuales.

Hoy, siete años y dos hijos después, Álvaro explica que, «antes nos queríamos, pero también nos utilizábamos. Al mantener relaciones, queríamos que el otro disfrutase, pero, en el fondo, buscábamos el propio placer y creíamos que no poder hacer lo que quisiéramos, cuando quisiéramos, nos amargaría. Ahora, sabemos que somos un regalo de Dios el uno para el otro, que merece la pena cuidarnos en todos los momentos, y que hacer lo que Dios quiere, te hace más feliz».

Su cambio de vida no vino por sí solo. Además de hablar de sexualidad conyugal con otras parejas católicas, el suyo fue -y es- uno de los miles de matrimonios que se han beneficiado del auge de los Centros de Orientación Familiar, que se han multiplicado en todas las diócesis de España, desde la publicación de la Exhortación apostólica de Juan Pablo II Familiaris consortio, en 1981, y del Directorio de la Pastoral Familiar en España, en 2003, que recomendaban los COF como herramienta para fortalecer la vida de las familias.

Así, Álvaro explica que, tras acudir a varias charlas y cursos en un COF, y de contrastar lo que escuchaban con lo que ellos habían vivido durante años, «me he dado cuenta de que amar de verdad a mi mujer supone entregarme a ella sin egoísmos y en todos los momentos: intentar ser cariñoso hasta cuando estoy cansado, buscar su felicidad, ocuparme de los niños para que descanse, conocer y respetar sus ciclos biológicos… Yo sigo sintiéndome atraído por mi mujer, pero la sensación física al mantener relaciones es incluso mejor, porque el sexo está enriquecido con una entrega total, con un algo más que sólo te lo da saber que ella es un regalo de Dios, y que puedo descubrirle a Él en ella, igual que ella puede hacerlo en mí».

Además, al abandonar los anticonceptivos por los métodos naturales, han descubierto la verdad que lleva el ser humano grabada en el corazón: «Antes de tener un encuentro con Cristo vivo, mantener relaciones era como atiborrarse de bombones siempre que queríamos. Ahora que soy consciente de lo que hacemos y del papel que tiene la sexualidad en el plan de Dios, hacer el amor con ella es como degustar el chocolate. ¡Porque mi mujer sí que es un bombón!»

Y Dios creó el placer

La experiencia de Álvaro y Penélope desmonta las falacias que la mentalidad hedonista, la teoría de género y la industria del sexo han levantado en torno a la sexualidad humana, reduciéndola a una actividad placentera que puede ser disociada del amor y de la apertura a la vida sin que ello pase factura a la pareja. Y también tira por tierra las deformaciones que algunos presentan del magisterio de la Iglesia, como si, para un católico, el sexo fuese un placer pecaminoso al que los cónyuges sólo han de recurrir para engendrar hijos.

La realidad ya la exponía Pío XII en 1951, mucho antes de la revolución sexual del 68: «El Creador, que en su bondad y sabiduría ha querido, para la propagación del género humano, servirse de la cooperación del hombre y de la mujer uniéndolos en el matrimonio, hizo que los cónyuges, durante la conjunta y plena entrega física, experimenten un placer y una felicidad en el cuerpo y en el espíritu. Los cónyuges, al buscar y gozar este placer no hacen nada malo, tan sólo aprovechan lo que el Creador les ha otorgado».

La naturaleza no engaña

Además, que la sexualidad, para ser plena para la pareja, deba darse en el matrimonio, tampoco es un capricho de la Iglesia, sino que tiene un fundamento natural: un estudio de la Universidad Brigham Young, de Utah (Estados Unidos), revela que las parejas que posponen las relaciones sexuales hasta el matrimonio tienen un 30% más de posibilidades de tener familias sólidas, en las que los cónyuges son más propensos a comunicarse y a disfrutar del sexo, que quienes tienen relaciones desde el noviazgo.

Tampoco es igual el sexo en una pareja que cohabita: la Universidad de Michigan acaba de publicar un estudio que revela que los hombres perciben el irse a vivir con su pareja como sexo garantizado y sin compromiso; algo a lo que se suman numerosos análisis, como el publicado por la Universidad canadiense de Victoria, que explican cómo la cohabitación aumenta en un 80% el riesgo de ruptura.

El sexo santifica

Ahora bien, puesto que Dios, sobre lo natural, construye lo sobrenatural, el sacramento del Matrimonio aporta una gracia especial a los cónyuges, que se actualiza en el día a día y también en las relaciones sexuales. El sacerdote franciscano polaco Ksawery Knotz es director espiritual de numerosos matrimonios y autor de libros como Sexo y sacramento, el Puzzle del matrimonio, o El sexo que no conoces (ed. Planeta), en el que explica que, al contraer el sacramento del Matrimonio,« Jesucristo se incorpora a la vida diaria de los esposos, también cuando se abrazan con cariño, cuando se besan, se acarician y mantienen relaciones sexuales. De esta manera, sus cuerpos estimulados participan en el misterio de amor de Dios escondido en los cuerpos humanos. Mientras se obsequian con el placer, Dios está presente entre ellos con el poder otorgado por el sacramento del Matrimonio, que santifica su relación íntima»

Tres altares en el hogar

El padre Knotz parte de la idea del matrimonio como acto litúrgico, que Juan Pablo II desarrolló en Familiaris consortio, en la que dejó escrito: «El Matrimonio cristiano, como todos los sacramentos, es en sí mismo un acto litúrgico de glorificación de Dios en Jesucristo y en la Iglesia». Así, el padre Knotz explica que esta liturgia se desarrolla en tres altares domésticos.

Primero, el altar de la oración -un rincón del hogar en el que la pareja reza, y en el que «los cónyuges construyen los lazos con Jesucristo, le invitan a ser partícipe de los asuntos que están viviendo y, gracias a la oración conjunta, celebran su presencia entre ellos»-; segundo, el altar de compartir -la mesa del comedor, donde los esposos «construyen los lazos mediante la conversación sobre todos los asuntos de su vida, y simboliza la preocupación de que el trabajo fuera de casa no distancie a la pareja»-; y tercero, el altar del obsequio -la cama, donde «los cónyuges construyen los lazos compartiendo el amor y el placer mediante las relaciones sexuales, y en el que la pareja colabora con el Creador».

No sólo en la alcoba

Además, la Iglesia recuerda que la sexualidad no sólo se vive en la alcoba, ni está orientada a lograr que el otro acceda a mantener relaciones. En Amor y responsabilidad, el entonces obispo Karol Wojtyla explicaba, desde su experiencia en aconsejar a jóvenes parejas, que «la ternura es imprescindible en grandes cantidades en un matrimonio, en toda una vida en común, donde no solamente un cuerpo necesita al otro cuerpo, sino que, sobre todo, el ser humano necesita al otro ser humano». Así, al cuidar del cónyuge preparándole un café, sacando la basura, o cambiando el pañal al bebé para que el otro no tenga que hacerlo, al enviarle un mensaje cariñoso por el móvil o dejar una nota en la nevera, o al formarse sobre las diferencias antropológicas que complementan al varón y a la mujer, se robustece la relación y la espiritualidad del matrimonio.

A más entrega, más placer

Tanto es así, que las relaciones sexuales son más plenas cuanto más conscientes son los cónyuges del regalo divino que suponen el uno para el otro. Como explica Knotz, «un acto sexual verdaderamente humano conmueve a las personas que se aman, a nivel espiritual, psíquico y fisiológico; incluye reacciones de todo su ser: de su espíritu, su corazón y su cuerpo. A raíz de él nace, no solamente la sensación de satisfacción y relajación de la tensión sexual, o la sensación de un bienestar psíquico, sino también una profunda paz en el corazón que proviene de Cristo. (…) Gracias a la espiritualidad que los une, los cónyuges cristianos son capaces de disfrutar de una mayor alegría de la vida sexual que el resto de la población. Los cristianos pueden vivir el placer sexual rodeados de profundos sentimientos de amor mutuo: el amor otorga un nuevo sentido a vivir el placer y lo libera por completo».

El orgasmo no lo es todo

Con un matiz: nada hay más lejos del matrimonio verdadero que la mera búsqueda del placer hedonista. «La cultura del consumismo promociona el orgasmo como el colmo del acto sexual -dice Knotz-. Si miramos el acto sexual sólo desde el punto de vista del placer, el orgasmo se considera el momento más importante de una relación sexual. Esta idea es errónea. El momento más importante y culminante es el de la penetración dentro de la vagina de la mujer. Es el momento de la unión, de convertirse en una sola carne, pero no únicamente en el sentido de una gran cercanía física, sino también de una unión psíquica y espiritual. El sacramento del Matrimonio permite descubrir lo más importante. El objetivo de las relaciones sexuales no es el placer en sí, sino algo mucho más duradero: construir una unión, vivir la unidad dentro de un encuentro íntimo de dos personas que se aman».

Formarse y pedir ayuda

Con todo, cada pareja es distinta y los problemas asociados a la sexualidad son diferentes en cada etapa del matrimonio. La castidad, el sexo oral, la masturbación, el momento de tener, o no, más hijos, o la sexualidad durante la menopausia, son cuestiones a las que un católico no debe temer, ni en las que debe dar por supuesta una respuesta que, por laxa o restrictiva, quizá no responda al plan de Dios.

Por eso, en el documento La verdad del amor humano, los obispos españoles recuerdan a los cónyuges que «es necesario disponer de la formación adecuada acerca de la naturaleza del amor conyugal, del matrimonio y de la familia», y animan a todos, católicos o no, a formarse y, si lo necesitan, a pedir ayuda en los COF, en centros de formación en métodos naturales, en institutos de estudios sobre el matrimonio, etc.

A fin de cuentas, el matrimonio y la sexualidad conyugal, lejos de ser un pecaminoso tabú, son un camino de santidad, que merece la pena recorrer para llegar juntos al cielo.

Influencia en los hijos y en las vocaciones

Cuando el matrimonio cuida sus relaciones íntimas, también los hijos se benefician del amor esponsal. De hecho, cada vez más estudios señalan la relación entre la fortaleza del matrimonio y el bienestar de su prole.

Una investigación de la Universidad estadounidense de Oregón reconoce que, si el matrimonio discute, incluso los bebés de 8 y 9 meses sufren ansiedad y trastornos del sueño, que se prolongan durante años y afectan a su crecimiento. Otras investigaciones de Estados Unidos, Gran Bretaña, Suecia o Francia evidencian que el fracaso escolar es un 86% menor en familias unidas, frente a matrimonios divorciados o con problemas.

Tampoco se ha valorado lo suficiente la influencia que el respeto por la sexualidad humana en el matrimonio tiene en la promoción de las vocaciones. Y no se trata de que, al aumentar el número de hijos, aumente la probabilidad estadística de que alguno se entregue a Dios en la consagración o en la vida matrimonial, sino de que cuestiones como la entrega, el respeto al cuerpo del otro, la castidad, o los métodos naturales, se transmitan con el ejemplo de los padres y, además, aparezcan con frecuencia en la pastoral matrimonial y vocacional, y en la formación que se da en parroquias y movimientos.

Los propios métodos naturales tienen, en sí mismos, un alto componente educativo: transmiten a los hijos que el amor conlleva dedicación, esfuerzo y generosidad. De este modo, como los hijos aprehenden lo que viven en casa, y en los lugares donde se forman, les será más fácil responder, el día de mañana, en la vocación a la vida religiosa o a la vida matrimonial.

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