Antonio Aste, el leproso que escribió y se encontró con el Papa Francisco: «En Cristo me siento un hombre libre»

* “He rezado tanto en estos 60 años y lo seguiré haciendo para que la enfermedad no destruya la vida de otros. Sobre todo rezo por aquellos que no la comprenden, y nadie de esto queda excluido”

* “Papa Francisco, muchas gracias por haber cumplido mi deseo de conocerle”

11 de marzo de 2014.- (News Chorus / PortaLuz  / Camino Católico)   Sus manos y extremidades están endurecidas, ha perdido movilidad y también la vista. Son las secuelas de la lepra que por años padece. Pero esto no impidió que Antonio Aste estuviera atento a las noticias que desde Roma informaban la elección de un nuevo Papa. Como millones en el mundo él también esperaba con ansias la fumata blanca. Cuando ello ocurrió, pidió a las enfermeras del hospital de la Santísima Trinidad en Cagliari (Italia) que le ayudaran a trasladarse hacia el televisor, para oír el anuncio que proclamaba ¡Habemus Papam! Él quería hablarle a Dios justo en ese instante del 13 de marzo de 2013 y pedirle bendiciones para el nuevo Pontífice. 

Cuando escuchó que Francisco I, el nuevo Papa, pedía humilde al pueblo que orase por él, Antonio se estremeció de alegría. Su intención orante por el Santo Padre estaba siendo de inmediato acogida. Pero el gozo fue mayor cuando días después supo que el Sumo Pontífice visitaría el Santuario de Cágliari, en septiembre de 2013. Lo decidió en un instante (confidencia al rotativo News Chorus)… escribiría una carta testimonial al Papa y expresaría su anhelo de conocerle.  

Vencer a la lepra

Antonio, nacido en octubre de 1923 –tiene 90 años-, ha padecido por casi sesenta años la enfermedad de Hansen, mundialmente conocida como Lepra. Al inicio de ésta intentó  llevar una vida normal, pero cada vez que conocía a una muchacha, inmediatamente escapaba de ella porque no quería confesarle su enfermedad. En esos años todo el ser y  no sólo su cuerpo, recibía el impacto de la enfermedad. “Durante una década –cuenta en la carta enviada a Papa Francisco- pasé mis días asistiendo periódicamente al hospital, donde luego me interné. Vivía con mi familia y mis hermanos, pero luego permanecí internado hasta ahora. Lugar desde donde nunca más salí y donde me encuentro junto con otros enfermos que contrajeron la enfermedad durante los años 50”.

Aunque ha recibido tratamiento, explica que la enfermedad también le segregó de la sociedad, sintiéndose un condenado sin culpa, en la más absoluta soledad. Pero poco a poco y apoyado por el sacerdote capellán, padre Efisio Spettu, descubrió un sentido trascendente para su vida y de esto también le hablaba en su carta al Vicario de Cristo… 

“Es una vida de la que es difícil encontrar el camino, querido Papa Francisco. Sin embargo, puedo y debo confiarle que en este lugar, donde muchos de nosotros hemos experimentado el dolor extremo, tuvimos la suerte de experimentar muchas expresiones de amor, que nos han apoyado en los momentos más dolorosos. Incluso en el infierno de la vida, uno puede saborear el amor. Lo que se expresa con gestos simples, como una sonrisa, una caricia, una llamada telefónica, la proximidad sin temor; gestos que traen un verdadero florecimiento de la amistad, que profundamente arraigada, construyen una relación sólida. He rezado tanto en estos 60 años y lo seguiré haciendo para que la enfermedad no destruya la vida de otros. Sobre todo rezo por aquellos que no la comprenden, y nadie de esto queda excluido”.

La Iglesia Misionera ama a Cristo en los enfermos

Antonio en su carta, sin pretenderlo, era la voz de miles que viven en los 547 centros asistenciales que administra la Iglesia Católica para combatir la lepra en todo el mundo. Signos explícitos del amor a Cristo que lo da todo, hasta la propia vida, por el hermano que sufre, alcanzando así la corona de santidad como ocurrió con Damián de Molokai quien sirviendo a los leprosos contrajo el mismo la enfermedad… 

Estas certezas de la fe estaban presentes en la carta de Antonio al Sumo Pontífice en un párrafo donde reconocía el testimonio sacerdotal del padre Spettu y le compartía su sensible y reciente fallecimiento en julio de ese año 2013… “Fue para nosotros nuestro Ángel de la Guarda; el único sacerdote que nunca nos abandonó y que siempre se mantuvo fiel al compromiso de acompañarnos. Así fue Don Efisio, durante cincuenta años… todos los miércoles y durante las festividades más importantes vino a celebrar la Misa sólo para nosotros, cuando otros sacerdotes no lo hacían por temor al contagio”.

La carta de Antonio fue enviada al Vaticano. El Papa por su parte había programado visita al Santuario de Cágliari para el jueves 22 de septiembre. Mientras toda la ciudad se congregaba en el Santuario de la Virgen de Bonaria, Antonio con la ayuda de los Bomberos de la ciudad salía del hospital y era trasladado allí por primera vez. 

Ya habían transcurrido un par de horas en espera, pero poco le importaba. Junto a otros enfermos, con paciencia aguardó, sentado en su silla de ruedas. De improviso oyó la efervescencia de los feligreses que alertaban la llegada de Papa Francisco. Durante la procesión el Santo Padre hizo un desvío para saludarlo… se acercó y le tomó las manos con ternura. En esos breves instantes, Antonio apenas atinó a decirle con voz emocionada: “Papa Francisco, muchas gracias por haber cumplido mi deseo de conocerle y abrazarle. Gracias por este hermoso momento. Como bien sabe, soy un leproso, pero en Cristo me siento un hombre libre”.

 

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