Beatriz y Ernesto, matrimonio alejado de la fe, fueron a Medjugorje y la Virgen los llevó a Dios y a adoptar un niño Down: «El Señor te inunda el corazón de regalos de amor»

* «Estaba un día en la oficina y había un enlace a un vídeo en el que una niña intentaba explicar por qué su hermano no estaba enfermo, que era un niño de 8 años con síndrome de Down. Ese vídeo me emocionó muchísimo y se lo envié a Bea, y me contesta: ‘No sé lo que estás pensando, pero te digo que sí’. Lo que yo estaba pensando era que quería tener un hijo así. Dijimos que si en julio no nos han llamado, renunciamos, porque ya somos muy mayores. El 13 de mayo, día de la Virgen de Fátima, nos dicen que hay un niño con dos añitos, en Ciudad Real, que no encuentran familia que le adopte y que tiene síndrome de Down, que si estamos dispuestos. Dijimos que sí y fuimos a conocerle, se vino con nosotros a casa, se llama Iker, tiene 5 años y lleva ya 3 años en casita. Es la alegría de la casa»

El testimonio de conversión de Ernesto y Beatriz contado por ellos en un vídeo de la Asociación Lanza

Camino Católico.- Beatriz y Ernesto eran un matrimonio ‘al uso’. Alejados de la fe, ella volvió a la Iglesia y se ‘enganchó’ a un grupo de oración. Rezó por la conversión de su marido. Él viajó a Medjugorje y tuvo una experiencia que le cambió para siempre. Tras la vuelta a la fe, la Virgen les invitó a recibir un regalo maravilloso: adoptar a Iker, un niño con síndrome de Down.

«Nos casamos después de un noviazgo cortito, porque éramos amigos durante muchos años. Luego llegaron los hijos, Sancho y Manuela, y, como le pasa a muchos matrimonios, al final los hijos te sobrepasan. Yo había ido a misa toda mi vida, pero con la maternidad dejé de ir. Esto me sumió en una profunda tristeza. Sentía un vacío enorme en el corazón, una infelicidad, tenía todo y no era feliz. Por las mañanas me levantaba y no tenía ninguna ilusión y, claro, al final teníamos muchas discusiones», comienza diciendo Beatriz en un vídeo de la Asociación Lanza, que sintetiza Cari Filii

Fue, entonces, cuando su hermana le escribió una carta donde le contaba que se había encontrado con un Jesucristo vivo que le había cambiado la vida. «Me di cuenta de que lo que sentía dentro era esa falta de Dios y comencé, otra vez, a a ir a la Iglesia«, añade Beatriz.

‘Envidiaba’ esa felicidad

La vida de fe de Ernesto era distinta a la de su mujer, la última vez que comulgó fue en su confirmación. «Yo, la verdad, que nunca, prácticamente, he ido a misa. El recuerdo más bonito que tengo de mi infancia es ir con mi abuela a misa cuando tenía 10 o 12 años, pero la última vez que comulgué fue en la confirmación. Nos casamos por la Iglesia porque ella me lo pidió, a mí me daba igual, sinceramente. Al principio, como éramos amigos de hace muchos años, nos llevábamos fenomenal, pero llegaron los niños y las cosas se complicaron», relata el padre de familia.

Las discusiones eran cada vez mayores hasta que Beatriz comenzó a ir a misa. «Vi un cambio de actitud en ella, en el sentido de que seguíamos teniendo discusiones pero ella ya no quería ganar siempre. La veía feliz y yo esa felicidad no la tenía. Yo decía, yo quiero esa felicidad que tiene Bea, quiero ese cambio», cuenta Ernesto.

Un día, viendo la tele, un programa sobre Medjugorje, Ernesto siente la necesidad de viajar hasta el santuario mariano. Reserva un viaje y se va con Beatriz

El cambio de rumbo en Beatriz tuvo lugar gracias a los sacramentos, la dirección espiritual y a rezar el Rosario. «En una homilía, el cura dijo que el demonio lo hace muy bien, porque nos hace pecar pero luego nos induce a tener ese sentimiento de vergüenza y de culpa para no confesarnos. Y, tenernos arrancados del amor de Dios y enganchados con unas cadenas. Me di cuenta de que llevaba arrastrando cosas de muchos años sin confesar. Cuando por fin hago esa confesión, donde me quito todo ese lastre, es donde, realmente, se produce mi conversión», cuenta Beatriz.

Es entonces cuando una vecina le invita a un grupo de oración y ella se anima a ir. «Cada jueves me reunía en esa casa a rezar, y, muy poquito tiempo después, llega Ernesto y me dice que unos amigos se van a Medjugorje, que si quiero ir. Había escuchado el testimonio de María Vallejo Nájera, y si la Virgen se aparece en un sitio yo quiero ir», recuerda Beatriz.

Así que allí fue. «Vuelvo con el corazón totalmente lleno de amor de Dios, con un amor a la Eucaristía que antes no tenía. Vengo con una cosa, que tampoco conocía, que era el poder de la oración, y con el propósito de ayunar y rezar por Ernesto», explica Beatriz.

Mientras, Ernesto, tenía cierta envidia de la paz que tenía Beatriz. «Yo quiero esa paz. No sabía a quién pedírsela, a mí eso sí que me daba ‘envidia’, porque ella tenía una paz que yo no tenía», reconoce. Hasta que un día, viendo la tele, un programa sobre Medjugorje, siente la necesidad de viajar al santuario mariano. Reserva un viaje y se va con Beatriz.

«Yo no tenía ningunas ganas de ir, sentía un rechazo brutal, estaba enfadado, sentía que estaba malgastando las vacaciones. Bueno, llegamos y al día siguiente había una aparición en casa de una vidente. Yo no había rezado un Rosario en mi vida, pues, rezamos tres rosarios seguidos. En ese momento estábamos de rodillas, no sé explicar cómo pasó, perdí la noción de dónde estaba, y vi dos corazones, uno rosa, precioso, y otro gris, muy sucio«, confiesa Ernesto.

«Oí unas palabras, las escuché perfectamente, pero no era capaz de reproducirlas. Iba a empezar la misa, y sentí muchas ganas de ir, llevaba sin ir a misa desde que hice la confirmación con 18 años. Me puse atrás del todo y me empecé a emocionar, a sentir algo en el corazón. En la comunión me puse con los brazos cruzados y el sacerdote me dio la bendición y, justo cuando me di la vuelta, entendí esas palabras. La Virgen me decía: ‘Este es tu corazón’, señalando el corazón gris, un corazón muy feo, muy sucio, ‘¿quieres tener este otro corazón?’, y, yo, le dije que sí, ‘pues ven conmigo’, contestó Ella», recuerda Ernesto emocionado.

Ernesto y Beatriz adoptaron al pequeño Iker hace tres años

Esa noche, ya en el hotel, sintió la necesidad de confesarse y lo habló con el cura de la peregrinación. «Fue una confesión que duró media hora. Cuando acaba y me va a dar el perdón de Dios, me puse a llorar, realmente sentí que Dios me estaba perdonando a pesar de todas las cosas. A pesar de que había estado rechazándolo toda mi vida, que había estado evitándole toda mi vida, que no había rezado, que no había ido nunca a misa», dice Ernesto.

«El poder de la oración es brutal, en la oración le estás pidiendo a Dios por alguien y Dios lo puede hacer todo. Tú solamente tienes que pedirlo con el corazón, y es lo que estuvo haciendo Bea durante años, y toda la gente del grupo oración, sin conocerme», señala Ernesto.

Sin embargo, el día a día sigue siendo fatigoso, a pesar de haber vuelto a la fe. «La conversión es un camino de cada día. Los dos tenemos mucho carácter y nuestros problemas siguen ahí. Así que acudimos a un retiro de Proyecto Amor Conyugal. Llegamos allí sin saber a dónde íbamos, y, la verdad, es que nos transformó un montón, nos enseñó a vivir el matrimonio de otra manera», comenta Beatriz.

«Tuve una certeza, que jamás me separaré de mi mujer, y, mi mujer, jamás se separará de mí. Fue otro regalo de Dios. Ese retiro nos enseñó a vivir el matrimonio de manera diferente, no buscando nuestro beneficio sino el de los dos, con Dios en el centro, inculcando la fe a nuestros hijos», cuenta Ernesto.

Iker, una nueva luz en sus vidas

Pero, la historia de Ernesto y Beatriz no se detiene ahí y otra nueva luz aparece en sus vidas. «Estaba un día en la oficina y había un enlace a un vídeo en el que una niña intentaba explicar por qué su hermano no estaba enfermo, que era un niño de 8 años con síndrome de Down. Ese vídeo me emocionó muchísimo y se lo envié a Bea, y me contesta: ‘No sé lo que estás pensando, pero te digo que sí’. Lo que yo estaba pensando era que quería tener un hijo así«, relata Ernesto.

Un 13 de mayo, día de la Virgen de Fátima, nos dicen que hay un niño de dos añitos, en Ciudad Real, que si estábamos dispuestos a adoptarlo, y dijimos que sí’, dice Ernesto

Por otro lado, un día, rezando, Beatriz le preguntó a Dios que qué quería de ella, y escuchó en el corazón que adoptara un niño. «Le dije: ‘No hombre no, no me pidas eso’. No quería tener más hijos. ‘Pero si Tú lo quieres, me lo tienes que poner delante, yo no voy a buscarlo’. Entonces me callé y no dije nada. Y Ernesto, al cabo de dos semanas, es cuando me manda ese vídeo. Pasamos un proceso de cinco años de papeleos y de mucha lucha. ‘Si tú, de verdad, lo quieres, diré que sí’, pero yo no quería. Los planes del Señor siempre son los planes perfectos. Esto lo quería para nosotros, porque es lo que necesitamos para llegar al cielo», asegura Beatriz.

«Cuando Bea se quedó embarazada de mi primer hijo, el mayor miedo que tenía era que mi hijo tuviese síndrome de Down, era algo que me obsesionaba. Y le dije que se hiciera las pruebas, con la intención de que, si tuviese síndrome de Down, abortara, pero me dijo que no se las iba a hacer porque no iba a abortar», recuerda Ernesto.

Un día de la Virgen de Guadalupe presentaron los papeles y cinco años después no habían recibido ninguna noticia. «Dijimos que si en julio no nos han llamado, renunciamos, porque ya somos muy mayores. El 13 de mayo, día de la Virgen de Fátima, nos dicen que hay un niño con dos añitos, en Ciudad Real, que no encuentran familia que le adopte y que tiene síndrome de Down, que si estamos dispuestos. Dijimos que sí y fuimos a conocerle, se vino con nosotros a casa, se llama Iker, tiene 5 años y lleva ya 3 años en casita. Es la alegría de la casa», comentan unos padres orgullosos.

Beatriz y Ernesto terminan su testimonio dando gracias a María y a Dios por todo lo que han hecho por su familia. «Gracias por sacarme de la miseria, por rescatarme. Si no es por Ella, donde se rompe un matrimonio se rompen unos hijos y se rompe la sociedad entera. Estamos muy agradecidos de sabernos rescatados, además, sin ningún mérito propio. Simplemente, porque Ella ha querido. Me siento afortunada», cuenta Beatriz.

«Le digo a la Virgen que no me suelte de su mano nunca y, al Señor, darle gracias, porque, a pesar de que me he negado 47 años de mi vida, en cuanto le he abierto un pelín, ha entrado como un vendaval. El Señor te inunda el corazón de regalos de amor. Quiero incidir en que yo estaba de acuerdo con el aborto, a mí el aborto me parecía una solución que era normal, así lo había recibido de la sociedad, y me lo llegué a creer. A mi primer hijo le hubiera abortado, y me hubiera perdido el gran regalo que Dios me quería dar con él. Estos tres últimos años con Iker han sido una maravilla, el Señor me dice: ‘Mira Ernesto estás equivocado y te voy a cambiar el corazón’», concluye.


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