Benedicto XVI en el Ángelus 12/8/2012: “Jesús es el pan bajado del cielo, que sacia de forma definitiva”

12 de agosto de 2012.- (13 TV / Camino Católico) El papa Benedicto XVI expresó hoy su solidaridad a las poblaciones de Filipinas y China, azotadas por fuertes inundaciones y temporales de lluvia, así como a las del noroeste de Irán, golpeadas por un terremoto, que han registrado centenares de víctimas mortales y damnificados. Tras el tradicional rezo del Ángelus dominical, que de nuevo volvió a dirigir desde el palacio apostólico de Castel Gandolfo. El pontífice invitó a los fieles a unirse a su rezo por las personas que perdieron la vida y los afectados por estas «calamidades». «Mis pensamientos van en este momento a las poblaciones asiáticas, en especial a las de Filipinas y de la República Popular China duramente golpeadas por violentas lluvias, así como las del noroeste de Irán azotadas por un fuerte terremoto… Que no falte a nuestros hermanos nuestra solidaridad y nuestro apoyo».

El pontífice también reflexionó sobre el Evangelio de hoy, que observa el milagro de la multiplicación de los panes y los peces y sobre la invitación que Jesús dirigió a cuantos había saciado para trabajar por un alimento «que permanece para la vida eterna». Benedicto XVI explicó que Cristo quiso ayudarles a comprender el significado del gran prodigio realizado, ya que «al saciar de forma milagrosa su hambre física, les preparó para acoger el anuncio que Él es el pan bajado del cielo, que sacia de forma definitiva… Jesús es el alimento que da la vida eterna, porque es hijo unigénito de Dios, que está en el seno del Padre, llegado para dar al hombre la vida en plenitud, para introducir al hombre en la vida misma de Dios».En el vídeo podemos visualizar y escuchar traducida al castellano la intervención integra de Benedicto XVI, cuyo texto es el siguiente:

¡Queridos hermanos y hermanas!

La lectura del sexto capitulo del Evangelio de Juan, que nos acompaña en la Liturgia estos Domingos, nos ha llevado a reflexionar sobre la multiplicación milagrosa, en la que cinco panes y dos pescados fueron suficientes para saciar una multitud de cinco mil hombres, y sobre la invitación que Jesús dirige a cuantos había saciado de empeñarse por un alimento que permanece para la vida eterna. Él quiere ayudarles a comprender el significado profundo del prodigio que ha obrado: en el saciar en manera milagrosa su hambre física, los predispone a recibir el anuncio que Él es el pan bajado del cielo (cfr Jn 6,41), que sacia de forma definitiva. También el pueblo judío, durante el largo camino en el desierto, había probado un pan bajado del cielo, el maná, que lo había mantenido con vida, hasta la llegada a la tierra prometida.

Ahora, Jesús habla de si como del verdadero pan bajado del cielo, capaz de mantener con vida no por un momento o por un trecho del camino, sino para siempre. Él es el alimento que da la vida eterna, porque es el Hijo unigénito de Dios, que está en el seno del Padre, venido para donar al hombre la vida en plenitud, para introducir al hombre en la vida misma de Dios.

En la mentalidad judía era claro que el verdadero pan del cielo, que nutría Israel, era la Ley, la palabra de Dios. El pueblo de Israel reconocía con claridad que la Torá era el don fundamental y duradero de Moisés y que el elemento fundamental que lo distinguía con respecto a los demás pueblos consistía en el conocer la voluntad de Dios y por lo tanto la justa vía de la vida. Ahora Jesús, en el manifestarse como el pan del cielo, testimonia ser la Palabra de Dios encarnada, a través de la cual el hombre puede hacer de la voluntad de Dios su comida (cfr Jn 4,34), que orienta y sostiene su existencia.

Dudar entonces de la divinidad de Jesús, como hacen los Judíos del relato evangélico de hoy, significa oponerse a la obra de Dios. Ellos afirman de hecho: ¡es el hijo de José! ¡Nosotros conocemos a su padre y a su madre! (cfr Jn 6,42). Ellos no van mas allá de sus orígenes terrenales, y por esto se niegan a acogerlo como la Palabra de Dios hecha carne. San Agustín comenta: «estaban lejos de aquel pan celeste, y eran incapaces de sentir hambre. Tenían la boca del corazón enferma… De hecho, este pan requiere el hambre del hombre interior» (Homilías sobre el Evangelio de Juan, 26,1). Sólo quien es atraído por Dios Padre, quien lo escucha y se deja instruir por Él puede creer en Jesús, encontrarlo y nutrirse de Él para tener la vida en plenitud, la vida eterna. San Agustín agrega: «el señor… afirmó ser el pan que desciende del cielo, exhortándonos a creer en él. Comer el pan vivo, de hecho, significa creer en él. Quien cree, come; de manera invisible es saciado, como también de manera invisible renace. Él renace desde dentro, en su intimo se convierte en un hombre nuevo» (ibídem).

Invocando a María Santísima, pidámosle guiarnos al encuentro con Jesús para que nuestra amistad con Él sea cada vez más intensa; pidámosle introducirnos en la plena comunión de amor con su Hijo, el pan vivo bajado del cielo, para ser por Él renovados en lo intimo de nosotros mismos.

(En su saludo a los peregrinos de lengua española el Papa dijo:)

 Así como el profeta Elías fue alimentado en su camino hacia el Horeb, el monte de Dios, también nosotros necesitamos el alimento espiritual que nos ayude en el camino de nuestra vida. Este alimento es Cristo que, con su muerte y resurrección, nos ha abierto las puertas de la vida eterna. Él es el pan vivo que ha bajado del cielo para que todo el que coma de él tenga vida. Acerquémonos al sacramento de la Eucaristía, con fe y amor creciente; allí, Él nos da su cuerpo y su sangre, y podremos gustar qué bueno es el Señor, qué grande es su amor por nosotros”. 

Benedicto XVI

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