Cody Swanson era pentecostal, pero un crucifijo le rescató de la amnesia y se convirtió y contagió a su familia: hoy es profesor de arte litúrgico

«En 2005 me atropelló un coche a toda velocidad y sufrí graves heridas en la cabeza. Me desperté en la UCI con una completa pérdida de la memoria. Era incapaz de recordar nada, y estaba aterrorizado, cuando reparé en un crucifijo sobre la puerta. Aunque era incapaz de recordar ni siquiera quién era yo, sí recordé a Cristo y su sacrificio perfecto. Luego mi memoria regresó y supe que Cristo tenía que ser el centro de mi vida»

3 de noviembre de 2015.- (Carmelo López-Arias / Religión en Libertad Camino CatólicoHoy Cody Swanson lleva cinco años impartiendo clases de escultura en la Academia de Arte de Florencia, tras licenciarse en Liturgia, Arte Sagrado y Arquitectura en la Universidad Europea de Roma.  Es un maestro con prestigio en alza en el ámbito del arte sagrado, que acaba de concluir cinco proyectos de primer nivel: con el arquitecto Duncan G. Stroik en las catedrales de Sioux Falls y Minneapolis y en el Santuario Nacional mariano de Holy Hill (Wisconsin), todo ello en Estados Unidos, y dos encargos del cardenal arzobispo de Florencia, Giuseppe Betori: una estatua de cuatro metros de San Emidio para la catedral de Foligno y un cruz procesional para la catedral de Florencia.

Acaba de cumplir 30 años, está casado, tiene cuatro hijos y, aunque nació en Minneápolis, reside, lógicamente, en la capital de la Toscana. Pero no hace mucho tiempo atrás era un protestante evangélico que vivía en Hawai, hijo de un piloto de helicópteros, en una familia que frecuentaba iglesias de denominaciones pentecostales. 

La utilidad de los crucifijos en los hospitales

¿Qué pasó entre medias de ambas estampas? En la conversión de Cody hay dos factores principales: su pasión por el arte renacentista… y un grave accidente de automóvil.

«Desde joven me sentí inclinado hacia la tradición artística occidental, sobre todo el Renacimiento, así que dejé Hawai a los 18 años para aprender pintura y escultura clásicas, lo que al final me llevó a la Academia de Arte de Florencia», explica en una entrevista a Regina Magazine, donde estudió tres años.

«Para un estudiante extranjero es fácil quedarse aislado, así que me quedé al margen de cualquier relación cristiana, lo que me produjo una profunda hambre espiritual. Hasta que recibí una llamada de atención en forma de un accidente que pudo costarme la vida«, recuerda.

«En 2005 me atropelló un coche a toda velocidad y sufrí graves heridas en la cabeza. Me desperté en la UCI con una completa pérdida de la memoria. Era incapaz de recordar nada, y estaba aterrorizado, cuando reparé en un crucifijo sobre la puerta. Aunque era incapaz de recordar ni siquiera quién era yo, sí recordé a Cristo y su sacrificio perfecto. Luego mi memoria regresó y supe que Cristo tenía que ser el centro de mi vida».

Conversión en cadena

Al poco tiempo conoció a una compañera de estudios, Alina, hoy su esposa. Alina apenas tenía formación cristiana, y Cody empezó a hablarle del Evangelio. Pero justo entonces conocieron a varios católicos, entre ellos un sacerdote del Opus Dei, Robin Weatherill, capellán de la Universidad Campus Bio-Médico de Roma, y se inició el camino de la conversión de ambos: «Bajo su dirección espiritual empezamos a estudiar el catecismo, y un año después el cardenal Betori nos bautizó y casó a Alina  a mí en la catedral».

La conversión del joven matrimonio no vino sola. El padre de Alina era católico pero llevaba cuarenta años sin ir a misa ni confesarse. La conversión de su hija arrastró la suya propia y se confesó y comulgó con ocasión de la boda.

En cuanto al padre de Cody, no fue tan sencillo. Se opuso a la conversión de su hijo y debatieron intensamente durante meses, pero «le impactó tanto la presencia del Espíritu Santo durante la acción divina de la liturgia [católica] que poco después de nuestro bautizo decidió convertirse». Recibió el sacramento (el que había recibido como pentecostal no había sido válido) también en el Duomo florentino y también de manos del cardenal Betori, al mismo tiempo que era bautizado su primer nieto.

En cuanto a la madre de Cody, las cosas van más lentas, pero por buen camino: «Me llenó de alegría saber que este año, tras leer Roma, dulce hogar de Scott y Kimberly Hahn, ha empezado a estudiar el catecismo y quiere entrar en la Iglesia católica».

La misión del arte sagrado

Swanson figura entre los iniciadores de la Sacred Art School-Firenze [Escuela de Arte Sagrado de Florencia], que se presenta como la primera escuela del mundo totalmente consagrada al arte y a la artesanía sacros. 

Tras doce años en Florencia, Cody tiene clara la función evangelizadora del arte: «El arte cristiano ha sido un instrumento educativo durante siglos y sirvió para que las personas con menor nivel cultural conociesen lo esencial de la fe. Pero el arte sacro y litúrgico no es meramente pedagógico«, continúa el profesor Swanson, «sino un instrumento material por medio del cual damos gracias a Dios mostrando lo que está realmente presente, pero oculto, reforzamos la acción divina del Espíritu Santo y animamos a la oración y la meditación sobre los misterios de la fe y de la salvación«.

En particular para la juventud: «Las generaciones más jóvenes, alimentadas con tanta vacuidad, que buscan la verdad, se sienten atraídas por la tradición», y en ese sentido «la belleza trascendental de la Iglesia, que por medio del arte refleja su carácter salvífico, sigue siendo un faro para muchos».

Una decisión personal

Eso se refleja en su propio arte. Como declaró hace unos años al periódico de la diócesis de Sioux Falls: «Quiero servir a Dios con mi trabajo, y mi trabajo es ser escultor. Quiero que, en cierto modo, todas mis obras sean eucarísticas, porque es un deber del artista intentar que todas sus obras acerquen a la gente a Dios y les ayuden en su oración, haciéndoles ver que Él está verdaderamente presente».

Y eso, no sólo en los trabajos de nueva creación, sino también en los de restauración, como los de la catedral de Sioux Falls (Dakota del Sur), construida a principios del siglo XX por Emmanuel Masqueray (1861-1917). Porque los objetos restaurados muestran «que la Iglesia sigue viva, que Cristo vive más allá del tiempo, que estos objetos existen más allá del tiempo y durarán para siempre».

 

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