Homilía del Evangelio del Domingo: Creados por amor para participar de la gloria de Dios siguiendo los pasos de Jesucristo / Por P. José María Prats

* «No podemos olvidar que los pasos del Señor pasan por la Cruz y la negación de uno mismo. De hecho, ésta es la clave de nuestra fortaleza ante las dificultades y las crisis que inevitablemente hemos de vivir: el saber que ellas no son las grandes enemigas que vienen a destruir el sentido de la vida y a sumirnos en la desesperación, sino los instrumentos que vienen a purificarnos y a configurarnos con Cristo para poder participar de su plenitud de vida”

Segundo domingo de Cuaresma – C:

Génesis 15, 5-12.17-18  /  Salmo 26  /  Filipenses 3, 17-4,1  /  Lucas 9, 28b-36

P. José María Prats / Camino Católico.- Cuando organizamos una excursión, empezamos pensando en un lugar que valga la pena visitar y a continuación intentamos determinar el camino y el medio más adecuados para llegar hasta allí. Si saliéramos de casa sin saber adónde vamos, eligiendo el camino que nos parece más atractivo en cada momento, seguramente nuestra excursión acabaría siendo muy pobre.

Pues éste es el gran drama de nuestro tiempo: hemos perdido las convicciones y referencias que daban sentido y orientación a nuestra vida (quiénes somos, de dónde venimos, adónde vamos), y vivimos como náufragos, arrastrados en cada momento por impulsos cambiantes o siguiendo simplemente lo que hace todo el mundo. Y es, sobre todo, en los momentos de crisis ‒de salud, afectivas, económicas, familiares…‒cuando más nos afecta esta situación, pues las cosas efímeras en que nos apoyábamos se vienen abajo y nos encontramos como perdidos y sin razones para seguir viviendo.

En el evangelio que hemos proclamado, los discípulos se encuentran en un momento de crisis. Hasta entonces acompañar a Jesús había sido un placer: habían sido testigos de curaciones y milagros, de una predicación llena de fuerza y autoridad, de manifestaciones de poder frente a las fuerzas del mal. Ahora, en cambio, Jesús les ha anunciado que se dirige a Jerusalén donde va a padecer mucho y va ser ejecutado por los líderes del pueblo de Israel. El mismo Pedro se ha rebelado contra este anuncio de Jesús.

Pues en este momento de crisis, Jesús, a través de la experiencia de la transfiguración, les proporciona las grandes certezas que necesitan para seguir caminando. Por una parte, les hace ver que Él es el camino que deben seguir: la presencia de Moisés y Elías lo confirma como el Mesías, el Salvador anunciado por Dios en el Antiguo Testamento, y la voz del Padre les invita a escucharlo y a seguirlo. Y, al mostrárseles transfigurado y glorioso, les revela que el destino final hacia el que se dirigen es la gloria del Padre.

La liturgia de hoy, pues, quiere recordarnos también a nosotros estas grandes certezas que dan sentido, orientación y solidez a nuestra vida: que hemos sido creados por amor para participar de la gloria de Dios, y que alcanzamos esta eterna bienaventuranza escuchando la palabra y siguiendo los pasos de Jesucristo. Pero no podemos olvidar que los pasos del Señor pasan por la Cruz y la negación de uno mismo. De hecho, ésta es la clave de nuestra fortaleza ante las dificultades y las crisis que inevitablemente hemos de vivir: el saber que ellas no son las grandes enemigas que vienen a destruir el sentido de la vida y a sumirnos en la desesperación, sino los instrumentos que vienen a purificarnos y a configurarnos con Cristo para poder participar de su plenitud de vida.

Como nos decía San Pablo en la segunda lectura, «hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo: su paradero es la perdición; su Dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas. Sólo aspiran a cosas terrenas». Son los que viven sin rumbo, dejándose arrastrar por sus instintos más inmediatos en un intento vano y desesperado de huir de la cruz. «Nosotros, por el contrario ‒sigue diciendo San Pablo‒somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo».

P. José María Prats

Evangelio

En aquel tiempo, tomó Jesús a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto del monte para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor.

De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su éxodo, que iba a consumar en Jerusalén.

Pedro y sus compañeros se caían de sueño pero se espabilaron y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él.

Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús:

– «Maestro ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»

No sabía lo que decía. Todavía estaba diciendo esto, cuando llegó una nube que los cubrió con su sombra. Se llenaron de temor al entrar en la nube. Y una voz desde la nube decía:

– «Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo».

Después de oírse la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por aquellos días, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.

Lucas 9, 28b-36


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