Homilía del Evangelio del Domingo: Por el misterio pascual de Cristo y la efusión de su Espíritu hemos accedido a un conocimiento profundo de Dios / Por P. José María Prats

* «Pidámosle hoy al Señor resucitado que al hacerse presente en medio de los que nos hemos reunido en su nombre, nos lleve a un conocimiento más profundo de las Escrituras, nos confirme en la fe en la resurrección y nos guíe por sus caminos: «Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador» (Sal 24)”

Domingo III de Pascua – B:

Hechos 3, 13-15.17-19 / Salmo 4 / 1 Juan 2, 1-5 / Lucas 24, 35-48

P. José María Prats / Camino Católico.- Probablemente en ningún otro domingo del año se puede apreciar mejor el alcance de aquel oráculo de Isaías donde Dios dice: «Cuanto dista el cielo de la tierra, así distan mis caminos de los vuestros, y mis planes de vuestros planes» (Is 55,9). Como afirma la primera lectura, el plan de salvación de Dios se realizó sin que su pueblo llegara siquiera a intuir lo que estaba ocurriendo: «matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos … sé que lo hicisteis por ignorancia, y vuestras autoridades lo mismo; pero Dios cumplió de esta manera lo que había dicho por los profetas, que su Mesías tenía que padecer».

Lo mismo ocurre con la aparición de Jesús resucitado a sus discípulos: «Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma», pues para el judaísmo de aquella época la resurrección de los muertos sólo era posible «en el último día» (Jn 11,24). Israel había recibido la Palabra de Dios y el anuncio profético de su plan de salvación, pero era incapaz de entender su sentido profundo: sus caminos no eran los caminos de Dios porque el pecado había roto la comunión entre ambos. De hecho, los evangelios están llenos de reproches de Jesús a sus discípulos por su incapacidad de entender los caminos de Dios: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas!» (Lc 24,25), les dice, por ejemplo, a los peregrinos de Emaús.

Por su sacrificio redentor y su resurrección, Jesús ha devuelto a la comunión con Dios a los que creen en Él, y en el evangelio de hoy lo vemos acudir a la reunión de sus discípulos para sacarlos de su perplejidad y de su ignorancia. Primero les da pruebas incontestables de la realidad de su resurrección: «mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo» y a continuación «les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras».

Por el misterio pascual de Cristo y la efusión de su Espíritu hemos accedido a un conocimiento profundo de Dios que nos mueve espontáneamente a caminar por sus caminos cumpliendo sus mandamientos, tal como dice San Juan en la segunda lectura: «En esto sabemos que lo conocemos: en que guardamos sus mandamientos… quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud».

Hoy, como sociedad, hemos rechazado a Dios hasta el punto de declarar injustos y de perseguir sus mandamientos sobre la vida, la familia o la sexualidad. Nuestros caminos ya no son sus caminos y nuestro conocimiento de Dios se ha oscurecido de tal manera que su Palabra nos resulta incomprensible o absurda y el Resucitado se ha convertido nuevamente en un fantasma. Lo decía San Pablo a los Corintios: «el hombre natural no capta lo que es propio del Espíritu de Dios, le parece una necedad; no es capaz de percibirlo, porque solo se puede juzgar con el criterio del Espíritu» (1 Cor 2,14).

Pidámosle hoy al Señor resucitado que al hacerse presente en medio de los que nos hemos reunido en su nombre, nos lleve a un conocimiento más profundo de las Escrituras, nos confirme en la fe en la resurrección y nos guíe por sus caminos: «Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador» (Sal 24).

P. José María Prats

Evangelio

En aquel tiempo, los discípulos contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan.

Estaban hablando de estas cosas, cuando Él se presentó en medio de ellos y les dijo:

«La paz con vosotros».

Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu.

Pero Él les dijo:

«¿Por qué os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo».

Y, diciendo esto, les mostró las manos y los pies.

Como ellos no acabasen de creerlo a causa de la alegría y estuviesen asombrados, les dijo:

«¿Tenéis aquí algo de comer?».

Ellos le ofrecieron parte de un pez asado. Lo tomó y comió delante de ellos.

Después les dijo:

«Éstas son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: ‘Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí’».

Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo:

«Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para el perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas».

Lucas 24, 35-48


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