Xavier Goulard, compositor y actor, maltratado de niño por sus padres, herido y enfermo llegó a la masonería, pero una unción y una oración le liberaron: «Jesús me sanó y salvó»

* «Desde un punto de vista humano, el perdón es un camino. Empieza cuando realmente te das cuenta del daño que te han hecho, a pesar de que desencadena el odio. El perdón debe ver el daño que se ha hecho. Entonces hay que cuidarse psíquica, física y espiritualmente para no sufrir las consecuencias de esta enfermedad. Una vez que se ha encontrado un poco de paz, es ir al otro para ofrecerle la oportunidad de pedir perdón. Finalmente, el perdón final es la misericordia recibida de Cristo. Y recibí esta gracia»

Camino Católico.-  Xavier Goulard, a sus 61 años, se define a sí mismo como compositor, autor, actor y director. También se siente un hombre nuevo desde que experimentó una conversión espiritual e incluso una sanación física. Con una vida marcada por el sufrimiento desde que era apenas un niño, este francés buscó consuelo y alivio en medicinas de todo tipo, terapias y religiones orientales, el psicoanálisis hasta llegar a la masonería.

Pero la música y su mujer Martine fueron los instrumentos que le acabaron llevando a Dios, y curiosamente gracias a un libro de un monje ortodoxo acabaría llegando a la Iglesia Católica. En ella encontró la paz, el poder de perdonar a sus padres y hasta la curación a sus dolores en una oración de sanación. Con Martine, con quien está casado desde hace treinta años, tienen una hija, Marlène, actriz y directora.  Xavier Goulard explica su testimonio en el libro Réquiem – Historia de una conversión espiritual.

Padres abusivos, violencia y palizas

En casa, la infancia rima con violencia y sufrimiento. Sus padres eran abusivos y poco amorosos.  “Mi casa era un infierno”, afirma Xavier Goulard acerca de su infancia. Él y sus dos hermanos crecieron entre palizas y golpes por parte de sus padres. Una vida de maltrato que dejó grandes secuelas en él durante más de 40 años, con unos dolores físicos terribles de difícil explicación que la medicina no puede nombrar ni curar. Fue víctima de terribles crisis en las que se mezclaron contracciones, sensación de opresión, ardor y frío, y dolor intenso y arrebatos de golpearse la cabeza contra las paredes.

Durante décadas para aliviarlo intentó de todo: medicinas de todo tipo, alternativas exóticas, espiritualidades orientales… pero las crisis siempre volvían. A ello se unía igualmente un dolor psíquico terrible y el crecer sin ser amado.

La música para hacer frente al “infierno”

Pero durante su infancia en el “infierno” él no paraba de buscar una luz. Pese a todos los problemas con los que creció, incluso en el aprendizaje, se vio que estaba dotado especialmente para la música. Esto precisamente le dio vida. “Sentí que esta búsqueda de la belleza sería la contraparte de lo que estaba experimentando desde el infierno”, cuenta acerca de la música. De hecho, se propuso componer un réquiem a los 13 años. Todavía recuerda escuchar en su infancia las liturgias ortodoxas en su pequeña grabadora donde soñaba con convertirse en compositor y director.

Con la música quería transformar la fealdad que rodeaba su existencia entre paliza y paliza en la belleza que proporciona la música. Y estaba convencido de que Dios se escondía detrás de las notas que componía o las obras que escuchaba.

© Marlène Goulard

“Sabía que Dios me amaba”

Dios siempre ha estado presente en su vida. Ya, pequeño, en su habitación, único lugar donde no fue golpeado, estaba convencido de su presencia. “Sabía que él estaba allí, a quien llamaba mi propio Señor, y sabía que él me amaba. Me faltaba el amor que un niño puede esperar legítimamente de sus padres, pero la verdad es que nunca me ha faltado el amor de Dios. Dios tenía que saber que si no se me revelaba a través de su amor, moriría. Habría muerto de desamor. Siempre se me reveló cuando lo necesitaba”.

Xavier se formó en el Conservatoire National Supérieur de Musique de París, pasó por el Cours Florent y se cruzó con Maurice PialatRobert Hossein.Para tratar su dolor, multiplica las sesiones con psicoanalistas, acupunturistas, homeópatas y hueseros. Siempre en busca de sentido y paz interior, conecta clases de yoga y sesiones de mediación, descubre la espiritualidad oriental, incluso entra en una logia masónica… en busca de la felicidad que tarda en mostrar su rostro.

Su esposa lo impulsa hacia Dios

Pero entonces llegó la ayuda del otro pilar de esta historia: su mujer. Un día ella le dio un libro escrito por un monje ortodoxo. Seducido por estos textos estaba dispuesto a convertirse en ortodoxo. Pero entoncesuna voz interior le instó a ir a la iglesia católica parisina de Saint-Gervais. “De repente, me vi como el pequeño niño que antes de ir a clase iba a misa para recibir la Eucaristía, pues sabía que ‘mi Señor’, como lo llamaba, era Él”, recuerda sobre aquel momento.

Así fue como este francmasón fue poco a poco siendo más católico mientras necesitó un poco de tiempo para ir rompiendo el compromiso con su logia. Mientras tanto, llegó un proceso de curación interno, y se fue dejando sanar por Dios Padre, cuando precisamente este francés llegaba tan herido por su padre terreno.

Xavier Goulard con su mujer y su hija

Dos elementos serán centrales en su reconstrucción: conocer a su esposa y la música. “Construí una unidad familiar lejos de París y dimos a luz a una niña maravillosa. Mi esposa me amaba hasta el fondo de mi sufrimiento sin impacientarse, sin preocuparse nunca. Mi hogar ha sido el mejor cuidador”, respira. La música también ha jugado un papel fundamental: “El sonido es abstracción, el arte más abstracto. Siempre he escuchado notas musicales. Hay un movimiento permanente que empieza en mí y que es musical. La música me curó porque toda esta violencia acumulada me provocó una violencia increíble que se expresaba a través de la enfermedad y de las obras musicales”.

El perdón misericordia recibida de Cristo

Fealdad, la convirtió en belleza. Para él, la música fue el precursor de su curación por Dios. Finalmente acabaría recibiendo la unción de los enfermos y también una oración de liberación. Así, después de cuarenta y cinco años de sufrimiento, los dolores llegaron definitivamente a su fin. Insiste en este punto: “Lo que me curó fue mi casa y la música. Jesús me sanó. ¡Más que curado, fui salvado! «. Esto ocurrió cuando tenía 48 años y por fin terminó y grabó su Réquiem.

En cuanto a sus padres explica que “no podría haber escrito este libro si no hubiera perdonado. Esa era la condición. Desde un punto de vista humano, el perdón es un camino. Empieza cuando realmente te das cuenta del daño que te han hecho, a pesar de que desencadena el odio. El perdón debe ver el daño que se ha hecho”, insiste. «Entonces hay que cuidarse psíquica, física y espiritualmente para no sufrir las consecuencias de esta enfermedad». El tercer paso, prosigue, “una vez que se ha encontrado un poco de paz, es ir al otro para ofrecerle la oportunidad de pedir perdón. Finalmente, el perdón final es la misericordia recibida de Cristo. Y recibí esta gracia.


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