Dios quiere que seas Santo. ¿Te dejas moldear por Él? / Por Conchi Vaquero y Arturo López

CaminoCatólico.com.- Estamos en la era del tener o el hacer cosas para creernos superiores a los demás o ser valorados por ellos: Hay una frase en boca de muchos: «Hay que hacer al menos un viaje al año para desconectar». Ahorramos o nos endeudamos para poder descansar. Nos gusta tener el mejor coche, vivienda, trabajo para autoconvencernos de que nos esforzamos en todo y que lo conseguido es mérito nuestro. Nos esforzamos en fingir y proyectar una buena imagen de familia feliz aunque este destruida. Muchas veces nos interrogamos cual es la voluntad de Dios para nuestra vida. La respuesta es clara: «Sed Santos». No necesitamos ser héroes para llegar a la santidad. Lo único que debemos hacer es gastar toda nuestra vida siguiendo al Señor. La práctica de las Palabras de Cristo aplicadas a cada acto cotidiano nos santificarán.

«Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará.» (Mateo 16, 25) Estas palabras de Jesús han sido vividas por quienes han llegado a la santidad. Todos estamos llamados a ser Santos: «Porque yo soy el Señor, su Dios, y ustedes tienen que santificarse y ser santos, porque yo soy santo«. (Lv 11, 44). En el mismo libro del Levítico en el capitulo 11, versículo 45 se añade: «Porque yo soy el Señor, el que los hice subir del país de Egipto para ser su Dios. Ustedes serán santos, porque yo soy santo».

Muchas veces nos interrogamos cual es la voluntad de Dios para nuestra vida. La respuesta es clara: «Sed Santos». No necesitamos ser héroes para llegar a la santidad. Lo único que debemos hacer es gastar toda nuestra vida siguiendo al Señor. La práctica de las Palabras de Cristo aplicadas a nuestra vida nos santificarán. La promesa del Padre Celestial, leída en el Levítico, es que «ustedes serán santos, porque yo soy santo». Es Dios quien nos hará santos si somos discípulos de Jesús, jamás nuestros esfuerzos y méritos.

En la segunda carta de Pedro, 1, 2-11, se nos dan las claves del camino de la santidad:

«A vosotros, gracia y paz abundantes por el conocimiento de nuestro Señor. Pues su divino poder nos ha concedido cuanto se refiere a la vida y a la piedad, mediante el conocimiento perfecto del que nos ha llamado por su propia gloria y virtud, por medio de las cuales nos han sido concedidas las preciosas y sublimes promesas, para que por ellas os hicierais partícipes de la naturaleza divina, huyendo de la corrupción que hay en el mundo por la concupiscencia. Por esta misma razón, poned el mayor empeño en añadir a vuestra fe la virtud, a la virtud el conocimiento, al conocimiento la templanza, a la templanza la tenacidad, a la tenacidad la piedad, a la piedad el amor fraterno, al amor fraterno la caridad. Pues si tenéis estas cosas y las tenéis en abundancia, no os dejarán inactivos ni estériles para el conocimiento perfecto de nuestro Señor Jesucristo. Quien no las tenga es ciego y corto de vista; ha echado al olvido la purificación de sus pecados pasados. Por tanto, hermanos, poned el mayor empeño en afianzar vuestra vocación y vuestra elección. Obrando así nunca caeréis. Pues así se os dará amplia entrada en el Reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo».

En la primera carta de Pedro, 1, 1-9, se nos revela que el Padre nos ha elegido para ser santos:

«Pedro, apóstol de Jesucristo, a los que viven como extranjeros en la Dispersión: en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, elegidos según el previo conocimiento de Dios Padre, con la acción santificadora del Espíritu, para obedecer a Jesucristo y ser rociados con su sangre. A vosotros gracia y paz abundantes. Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo quien, por su gran misericordia, mediante la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha reengendrado a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, inmaculada e inaccesible, reservada en los cielos para vosotros, a quienes el poder de Dios, por medio de la fe, protege para la salvación, dispuesta ya a ser revelada en el último momento. Por lo cual rebosáis de alegría, aunque sea preciso que todavía por algún tiempo seáis afligidos con diversas pruebas, a fin de que la calidad probada de vuestra fe, más preciosa que el oro perecedero que es probado por el fuego, se convierta en motivo de alabanza, de gloria y de honor, en la Revelación de Jesucristo. A quien amáis sin haberle visto; en quien creéis, aunque de momento no le veáis, rebosando de alegría inefable y gloriosa; y alcanzáis la meta de vuestra fe, la salvación de las almas».

Ser santos es aceptar la salvación de Cristo en su muerte y resurrección por nosotros. Por eso San Pablo en la carta a los Romanos 6, 22-23, afirma: «Pero al presente, libres del pecado y esclavos de Dios, fructificáis para la santidad; y el fin, la vida eterna. Pues el salario del pecado es la muerte; pero el don gratuito de Dios, la vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro».

 

El Padre Nuestro hecho vida

 

«Padre nuestro que estas en los cielos, Santificado sea tu Nombre». Palabras con las que Jesús nos enseñó a orar. Implican en nuestra vida:

– Desear que el Reino se instaure en nuestro corazón.
– Renunciar al pecado para que se pueda realizar la voluntad de Dios.
– Confiar en la Providencia de Dios para todas nuestras necesidades espirituales y materiales.
– Perdonar siempre como Dios lo hace a cada instante.
– Depender totalmente de Dios en cada acontecimiento para ser librados del mal.

Cuando Jesús mostró como orar nos pidió que lo hiciéramos en soledad, entrando en nuestro interior y presentándonos ante el Padre como estamos en cada momento. Él desea hacerlo todo nuevo en nosotros, para convertirnos en fuentes de Agua Viva de su Amor y misericordia. El gran problema existencial del hombre es que para santificar su vida necesita tiempo. Tenemos muchas palabras para construir el discurso de la necesidad de tiempo para consolidar relaciones, empresas, familias, conocimientos y aprendizajes. Contradictoriamente tenemos escaso tiempo para dejarnos moldear en manos del verdadero autor de nuestra vida.

Ir al cine, al gimnasio, a la biblioteca, a ver una exposición, mirar la televisión, aprender idiomas, son consideradas actividades positivas para tomarse espacios de autorealización haciendo lo que uno le gusta. La única manera en que nuestro ser se sentirá realizado es cumpliendo la misión para la que fue creado: crecer infinitamente en el Amor de Dios.

 

La era del tener

 

Estamos en la era del tener o el hacer cosas para creernos superiores a los demás o ser valorados por ellos:

-Hay una frase en boca de muchos: «Hay que hacer al menos un viaje al año para desconectar». Ahorramos o nos endeudamos para poder descansar. Jesús nos invita a nuestro gran viaje que supone no ahorrar nada para conseguir vivir toda la eternidad en el corazón de Dios. ¿Tenemos conciencia que caminamos hacia nuestra morada en el Reino de los Cielos cada día? ¿Andamos con los ojos fijos en Jesús o vamos mirando atrás y temiendo el andar hacia adelante? ¿No estaremos parados al borde del camino como el ciego que curó Jesús, pese a que nos deleitan tanto los viajes?

– Nos gusta tener el mejor coche, vivienda, trabajo para autoconvencernos de que nos esforzamos en todo y que lo conseguido es mérito nuestro. Quienes no tienen tanto o viven en contrariedad pensamos muchas veces en nuestro interior que «algo habrán hecho mal». Dios quiere salvar a los más dotados material y espiritualmente propiciando que compartan con quienes están desolados, vacíos y sin nada. Dios quiere salvar a los desheredados a través del Amor real de los que más pueden dar.

-La empatía consiste en ponerse en lugar del otro para comprender su situación. Dios es el ser más empático por naturaleza. Siempre espera y comprende. No obstante la perversión del lenguaje a creado una falsa empatía para ganar prestigio social y demostrar que somos capaces de entendernos con todas las personas. Consiste en hablar frases ocurrentes para decir lo que nuestro interlocutor quiere escuchar, aunque sea falso o no estemos de acuerdo. Las Palabras de Dios son la única verdad. El mismo Cristo antes de morir ora a su Padre por nosotros como refleja Juan 17, 17: «Santifícalos en la verdad: tu Palabra es verdad».

-Nos esforzamos en fingir y proyectar una buena imagen de familia feliz aunque este destruida. Conocimos un matrimonio que todos cuantos les rodean creen que están muy enamorados. El problema es que el carcoma de la mentira y el engaño hacen que su vida vaya a la deriva. Realmente son como ovejas sin pastor. Uno de los cónyuges mantuvo reiteradas relaciones sexuales con uno de sus suegros. Los pecados ya fueron perdonados por el sacramento de la Reconciliación. Ellos nunca se han perdonado y no quieren entregar al Señor sus vidas como están. Desean aparentar que son buenas personas y que cumplen los mandamientos. Dios quiere venir a sus vidas para restaurarlos y ellos tienen miedo porque sus infancias fueron difíciles y llenas de heridas de desamor. Se han amado sentimentalmente, pero no viven para dar la vida por los demás sino para defenderse de cualquier situación complicada. Jesús nunca dijo que la vida sería fácil, sino que nos daría la gracia para superar las dificultades. Ellos lo saben y cada vez que intentan establecer relaciones con otras familias o personas fracasan. El Señor sigue llamando a su puerta y de buen seguro les dará la gracia de poder afrontar su Verdad.

 

La felicidad y la mano de Dios

 

Nos han enviado una leyenda que dice así:

Un hombre oyó decir que la felicidad era un tesoro. A partir de aquel instante comenzó a buscarla. Primero se aventuró por el placer y por todo lo sensual, luego por el poder y la riqueza, después por la fama y la gloria, y así fue recorriendo el mundo del orgullo, del saber, de los viajes, del trabajo, del ocio y de todo cuantoestaba al alcance de su mano.

En un recodo del camino vio un letrero que decía:
«Le quedan dos meses de vida».

Aquel hombre, cansado y desgastado por los sinsabores de la vida se dijo:
«Estos dos meses los dedicaré a compartir todo lo que tengo de experiencia,
de saber y de vida con las personas que m
e rodean.»


Y aquel buscador infatigable de la felicidad, sólo al final de sus días, encontró que en su interior, en lo que podía compartir, en el tiempo que le dedicaba a los demás, en la renuncia que hacía de sí mismo por servir, estaba el tesoro que tanto había deseado.

Comprendió que para ser feliz se necesita amar; aceptar la vida como viene; disfrutar de lo pequeño y de lo grande; conocerse a sí mismo y aceptarse así como se es; sentirse querido y valorado, pero también querer y valorar; tener razones para vivir y esperar y también razones para morir y descansar.

Entendió que la felicidad brota en el corazón, con el rocío del cariño, la ternura y la comprensión. Que son instantes y momentos de plenitud y bienestar;
que está unida y ligada a la forma de ver a la gente y de relacionarse con ella;
que siempre está de sálida y que para tenerla hay que gozar de paz interior.

Finalmente descubrió que cada edad tiene su propia medida de felicidad
y que sólo Dios es la fuente suprema de la alegría, por ser ÉL: amor, bondad, reconciliación, perdón y donación total.

Y en su mente recordó aquella sentencia que dice:
«Cuánto gozamos con lo poco que tenemos y cuánto sufrimos por lo mucho que anhelamos».

Ser Feliz, es una decisión que va de la mano de Dios.

Así lo expresa San Pablo en la carta a los Romanos 8, 14-19:

«En efecto, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y, si hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados. Porque estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros. Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios».

 

-Los temores nos hacen buscar seguridades en un futuro que no existe. Nos da tranquilidad tener seguros de vida, de coches, de casas, de hipotecas…Queremos tener la garantía que en cada operación y acto de nuestra vida siempre vamos a ganar, a progresar. Ese es un grave autoengaño que daña profundamente nuestro corazón. Sabemos que las entidades aseguradoras, bancarias y financieras, a veces tienen problemas que han llegado a afectar a millones de personas. Nuestra seguridad está puesta en cosas que vemos, pero no en quien nos da la vida para siempre. Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo son nuestra comunidad de vida perpetua con los santos que nos han precedido. Lo afirma San Pablo en la misma carta a los Romanos 8, 20-39:

«La creación, en efecto, fue sometida a la vanidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto.

Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo. Porque nuestra salvación es en esperanza; y una esperanza que se ve, no es esperanza, pues ¿cómo es posible esperar una cosa que se ve? Pero esperar lo que no vemos, es aguardar con paciencia.

Y de igual manera, el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables, y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios. Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio. Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a ésos también los justificó; a los que justificó, a ésos también los glorificó.

Ante esto ¿qué diremos? Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros? El que no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con él graciosamente todas las cosas?

¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es quien justifica.

¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, el que murió; más aún el que resucitó, el que está a la diestra de Dios, y que intercede por nosotros?

¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?, como dice la Escritura: Por tu causa somos muertos todo el día; tratados como ovejas destinadas al matadero.

Pero en todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó. Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro».

Oremos con el Salmo 23:

El Señor es mi pastor,
nada me puede faltar.

Él me hace descansar en verdes praderas,
me conduce a las aguas tranquilas
y repara mis fuerzas;
me guía por el recto sendero,
por amor de su Nombre.

Aunque cruce por oscuras quebradas,
no temeré ningún mal,
porque tú estás conmigo:
tu vara y tu bastón me infunden confianza.

Tú preparas ante mí una mesa,
frente a mis enemigos;
unges con óleo mi cabeza
y mi copa rebosa.

Tu bondad y tu gracia me acompañan
a lo largo de mi vida;
y habitaré en la Casa del Señor,
por muy largo tiempo.

Apocalipsis 7, 9-17:

 

«Después miré y había una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y el Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos.Y gritan con fuerte voz: «La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero.»
Y todos los Ángeles que estaban en pie alrededor del trono de los Ancianos y de los cuatro Vivientes, se postraron delante del trono, rostro en tierra, y adoraron a Dios diciendo: «Amén. Alabanza, gloria, sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza, a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén.»
Uno de los Ancianos tomó la palabra y me dijo: «Esos que están vestidos con vestiduras blancas ¿quiénes son y de dónde han venido?»
Yo le respondí: «Señor mío, tú lo sabrás.» Me respondió: «Esos son los que vienen de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero. Por esto están delante del trono de Dios, dándole culto día y noche en su Santuario; y el que está sentado en el trono extenderá su tienda sobre ellos.Ya no tendrán hambre ni sed; ya nos les molestará el sol ni bochorno alguno. Porque el Cordero que está en medio del trono los apacentará y los guiará a los manantiales de las aguas de la vida. Y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos.»
Comentarios 0

Esta web utiliza cookies propias para su correcto funcionamiento. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Más información
Privacidad