Esteban Gabriel Alanis robaba y pateaba gente en Ciudad Juárez, pero hubo un tiroteo y se convirtió a Cristo y hoy es catequista y combate las bandas

“Recé y le prometí a Dios que si sobrevivía abandonaría la vida de las bandas… Era una situación en la que había que elegir entre ser agresor o ser víctima. Todos mis amigos estaban en la banda. Eran populares y admirados”

10 de febrero de 2016.- (Religión en Libertad  Camino Católico)  Francisco visitará Ciudad Juárez el 17 de febrero. Hubo un tiempo en el que esta ciudad mexicana fue la capital mundial del asesinato: 10.000 personas perdieron la vida violentamente allí entre 2008 y 2012. Los cárteles de la droga se enseñorearon de este enclave fronterizo con El Paso, crucial en las rutas del narcotráfico hacia Estados Unidos. Los homicidios, las extorsiones y los secuestros se convirtieron en parte del día a día de su casi millón y medio de habitantes. Las cosas han cambiado progresivamente, con un descenso del 92% en el número de muertes desde 2010, en los peores momentos de caos y delincuencia.

El problema de las bandas: o eres víctima o eres agresor

Justo entonces Esteban Gabriel Alanis tenía 17 años y formaba parte de la banda de Los Parqueros, que actuaba al sureste de la ciudad, en un barrio trabajador cuya población procede mayoritariamente de otros estados mexicanos. Asaltaban a la gente para robarle el dinero y los teléfonos móviles: «Si se resistían, les pateábamos«, reconoce en un reportaje de Catholic News Service.

En aquella época era difícil sustraerse a la atracción de las bandas juveniles. Estaban en cada esquina y ofrecían, recuerda, un sentido de pertenencia, dinero fácil, fiestas, chicas y alcohol. Y, en cualquier caso, «era una situación en la que había que elegir entre ser agresor o ser víctima. Todos mis amigos estaban en la banda. Eran populares y admirados».

Pero un día de 2010 hubo un tiroteo a las puertas de su casa: «Ahí comenzó mi conversión. Recé y le prometí a Dios que si sobrevivía abandonaría la vida de las bandas«. Y cumplió su palabra, escapando de un círculo de violencia que antes o después le habría costado la vida. Hasta entonces sólo había ido a la iglesia para intentar ligar con las chicas del grupo juvenil, pero empezó a implicarse de verdad. 

Hoy tiene 23 años, es catequista en la parroquia del Corpus Christi y prepara a una veintena de chicos para la confirmación, además de trabajar en una fábrica y estudiar ingeniería industrial. Y está deseando que llegue el Papa: «Tengo la esperanza de que me anime en mi trabajo con los jóvenes», dice.

Como los sacerdotes con quienes hace esa labor. El padre Juan Carlos Quirarte, salesiano, explica que muchos chicos «no ven otra salida» y «mitifican a las figuras del crimen organizado, porque siempre tienen dinero fácil y tienen poder. Resulta seductor. Así no es fácil decirles a los jóvenes que estudien para tener un futuro».

Crear hogar en la parroquia

La forma de convencerles es ofrecer un sustituto a su deseo de pertenencia, y «la forma de promover la pertenencia es hacerles sentir que esto es su hogar y que están en su hogar«, afirma otro sacerdote, el padre Roberto Luna. Lo van consiguiendo, y de hecho han quitado barras protectoras y ya dejan las puertas cerradas sin llave: «El Papa Francisco habló de una iglesia con las puertas abiertas y me dije: ´Eso es, voy a abrir la iglesia de par en par´. Y no ha pasado nada«.

El padre Luna convirtió la catequesis en una prioridad y se las arregló para ir quitando todos los obstáculos que planteaban los vecinos a los horarios: «Ya no tienen la excusa de que se pierden la catequesis, porque he puesto catequesis todos los días para acomodarme a toda la variedad posible de agendas«. Antes el catecismo era sólo los sábados y muchos padres tenían problemas para llevar a sus hijos.

Estos esfuerzos apostólicos a están dando resultados. «Siempre asiste a nuestras reuniones juveniles», dice Daniel Terrazas, otro catequista, estudiante de ingeniería. «Y dice misa en una forma que no es aburrida», añade el flamante veinteañero Francisco Ramos, que había dejado el instituto y gracias a la parroquia ha vuelto a clase y, tras una infancia rebelde, ha mejorado la relación con sus padres.

 

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