Homilía del Domingo: «Que el Señor confirme nuestras palabras con el signo de nuestra santidad de vida» / Por P. José María Prats

“¡Qué bendición sería que estos signos se multiplicaran como sucedió en la primera evangelización! Pero no olvidemos que el signo por excelencia que suscita la conversión es la santidad de vida y el amor de los creyentes: «que ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17,21); «en esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros» (Jn 13,35)”

Ascensión del Señor – B:

Hechos 1, 1-11 / Sal 46 / Efesios 1, 17-23 / Marcos 16, 15-20

P. José María Prats / Camino Católico.- En este domingo contemplamos al Señor en su Ascensión al cielo y recordamos su mandato de continuar su obra en el mundo impulsados por el poder del Espíritu Santo: «Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo».

En el evangelio, el Señor resucitado dice una cosa muy interesante: que Él estará presente junto a los que anuncian el Evangelio confirmando sus palabras con signos prodigiosos: «echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos».

El libro de los Hechos de los Apóstoles narra la primera evangelización, que estuvo, efectivamente, acompañada de multitud de curaciones, liberaciones, revelaciones proféticas y hasta resurrección de muertos. Estos signos mostraban a la gente que la predicación de los apóstoles era una realidad viva y poderosa, que incidía en sus vidas de forma concreta, sanándolas física y espiritualmente y liberándolas del poder del mal. Y el signo más poderoso, que convertía a miles de personas, era la santidad de vida y la fraternidad de los que habían abrazado la fe: «El grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma: nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía, pues lo poseían todo en común … Y se les miraba a todos con mucho agrado» (Hch 4,32-33).

Hoy se habla de la necesidad de ensayar nuevas técnicas de evangelización y de usar un lenguaje más moderno y comprensible. Esto está muy bien, pero no podemos olvidar que lo que hace que la misión sea verdaderamente eficaz es que vaya confirmada por signos. El Señor sigue acompañando hoy a su Iglesia con signos prodigiosos: siguen produciéndose curaciones inexplicables para la ciencia, se sigue liberando del Maligno en nombre de Jesucristo, el Señor sigue obrando prodigios en su pueblo, como los milagros eucarísticos… ¡Qué bendición sería que estos signos se multiplicaran como sucedió en la primera evangelización! Pero no olvidemos que el signo por excelencia que suscita la conversión es la santidad de vida y el amor de los creyentes: «que ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17,21); «en esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros» (Jn 13,35).

San Francisco de Asís, por ejemplo, que abandonó su vida burguesa y mundana para desposarse con la “Dama Pobreza”, que abrazaba a los leprosos y pasaba las noches en oración, fue un signo poderosísimo que revolucionó la Iglesia y el mundo en el siglo XIII, suscitando la conversión y consagración a Cristo de miles de jóvenes de su tiempo. Y, como él, tantos otros santos a lo largo de los siglos han demostrado con su vida ejemplar que Jesucristo no es una mera idea o una utopía, sino alguien vivo, presente y transformador.

En este día de la Ascensión en que el Señor nos envía a proclamar el evangelio a toda la creación pidámosle con confianza que confirme nuestras palabras con signos poderosos, especialmente con el signo de nuestra santidad de vida.

José María Prats

Evangelio

En aquel tiempo, Jesús se apareció a los once y les dijo:

«Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará.

Estas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien».

Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios. Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban.

Marcos 16, 15-20


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