Homilía del Evangelio del Domingo: El Bautismo y la nueva evangelización / Por P. José María Prats

* «No se trata de hacer mil piruetas o de rebajar el mensaje evangélico. Se trata de que el Espíritu Santo que Jesús recibe hoy en el Jordán arda con fuerza en nuestros corazones. Él, actuando en nosotros es quien reconstruirá el nuevo templo que es la Iglesia”

El Bautismo del Señor – C:

Isaías 42, 1-4. 6-7 / Salmo 28 / Hechos 10, 34-38 / Lucas 3, 15-16.21-22 

P. José María Prats / Camino católico.-  En este tiempo en que se habla tanto de la necesidad de una nueva evangelización, la fiesta de hoy nos recuerda que el origen de la evangelización se encuentra precisamente en el Bautismo del Señor. Allí Jesús fue ungido en su humanidad con el Espíritu Santo, que despertó en Él una viva conciencia de su filiación divina y le capacitó e impulsó en su misión de anunciar y establecer el Reino de Dios: «ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo» -hemos leído en los Hechos de los Apóstoles.

Y tras su muerte y resurrección, bautizó a sus discípulos el día de Pentecostés derramando sobre ellos el mismo Espíritu que había recibido en el Jordán para que continuaran el anuncio y la implantación del Reino de Dios en su nombre. Vemos entonces nacer a la Iglesia con un ímpetu misionero tan extraordinario que un pequeño grupo de personas fue capaz de llevar en muy poco tiempo el anuncio del Evangelio hasta los confines de la tierra.

El Señor ha seguido y sigue bautizando con su Espíritu cada vez que la Iglesia celebra los sacramentos del bautismo y la confirmación, y hoy hay en el mundo occidental cientos de millones de personas bautizadas y confirmadas. Sin embargo, ¿cómo es que en general se ve tan poco ardor misionero?

Creo que la respuesta es que en muchísimos de estos bautizados el Espíritu Santo está casi apagado, bloqueado en su dinamismo por las estructuras de la cultura actual.

El libro de los Hechos de los Apóstoles nos muestra muy claramente cuál es el dinamismo natural del Espíritu: «Los que habían sido bautizados perseveraban en la enseñanza de los apóstoles y en la unión fraterna, en la fracción del pan y en las oraciones … Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común … alababan a Dios…» (Hch 2,42-47).

Este dinamismo encuentra hoy serias dificultades para desplegarse: La oración, por ejemplo, que es como la respiración y el gemido del Espíritu, resulta muy difícil en el contexto de un estilo de vida que promueve la dispersión. La enseñanza de los apóstoles queda prácticamente anulada por el machaqueo constante de las doctrinas políticamente correctas, y la unión fraterna, que es el ámbito natural donde el Espíritu de amor y de unidad puede moverse y actuar, es difícil de vivir en una sociedad cada vez más fragmentada y anónima o en comunidades parroquiales muy empobrecidas humana y espiritualmente.

La gran intuición de muchos de los nuevos movimientos de renovación eclesial nacidos entorno al Concilio Vaticano II ha sido precisamente la de regresar al inicio, a la raíz de la vida cristiana: revivir significativamente la experiencia del bautismo y proporcionar a continuación el apoyo, los medios y el entorno necesarios para que esta experiencia pueda crecer y fructificar. Como en los tiempos apostólicos hay que empezar zarandeando las mentes y los corazones con la potencia del kerigma para romper las ataduras del Espíritu y que éste pueda salir de su encierro y proclamar con voz potente que «Jesús es el Señor». A continuación hay que integrar a estas personas en comunidades donde se viva el amor y la unión fraterna de forma real y concreta, donde se encuentre apoyo y aliento para conocer y vivir cada vez más perfectamente la enseñanza de los apóstoles y donde la oración, la alabanza y la fracción del pan (que designa en la Biblia a la eucaristía) sean el alimento y la expresión natural y espontánea de la identidad de la comunidad.

Para plantear bien la nueva evangelización no podemos olvidar nunca aquellas palabras del Señor a Zorobabel durante la reconstrucción del Templo de Jerusalén: «No es por el poder ni por la fuerza, sino por mi Espíritu» (Zac 4,6). No se trata, pues, de hacer mil piruetas o de rebajar el mensaje evangélico para tratar de llenar nuevamente nuestras iglesias vacías. Se trata de que el Espíritu Santo que Jesús recibe hoy en el Jordán arda con fuerza en nuestros corazones. Él, actuando en nosotros es quien reconstruirá el nuevo templo que es la Iglesia.

P. José María Prats 

Evangelio

En aquel tiempo, como el pueblo estaba a la espera, andaban todos pensando en sus corazones acerca de Juan, si no sería él el Cristo; respondió Juan a todos, diciendo:

«Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, y no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego».

Sucedió que cuando todo el pueblo estaba bautizándose, bautizado también Jesús y puesto en oración, se abrió el cielo, y bajó sobre Él el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma; y vino una voz del cielo:

«Tú eres mi hijo; el Amado, en ti me he complacido».

Lucas 3, 15-16.21-22


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