Hubert de la Pontais era alcohólico: «Bebía 3 litros de vino cada noche, por amor a mi esposa fui a un centro donde Dios era el médico jefe ¡La oración lo consigue todo!»

* «Mi esposa siempre me animó, incluso cuando peor estaba; fue mi salvavidas en la tormenta. Vivo ‘en convalecencia eterna en el hospital de Dios’. Esta frase resume mi historia: la de un hombre que se reconstruyó a sí mismo»

Camino Católico.- El «Enero Seco» termina en unos días. Un desafío importado de Inglaterra que invita a los voluntarios a no beber ni una gota de alcohol durante todo el mes de enero. Hubert de la Pontais, por su parte, no ha levantado el codo desde abril de 2021. Diecisiete meses de abstinencia suenan a resurrección para este corredor de préstamos hipotecarios de 37 años.

«Sigo considerándome un enfermo, pero ahora estoy armado para burlar las trampas del alcohol», cuenta Hubert con una mirada risueña a  Famille Chretienne. Hubert procede de una familia aristocrática y católica, es el penúltimo de un grupo de cinco hermanos «muy unidos», que fue feliz en los Scouts de Europa, pero un «zoquete» en la escuela. Así que no hay ninguna herida de infancia que explique su afición a la botella. La primera «juerga» se la permitió en la boda de su hermana mayor. Hubert, de 15 años, y uno de sus primos vaciaron hasta el fondo una botella de vodka. Era el acto «fundacional» para una borrachera que duraría diez años. «Con el alcohol, te hundes poco a poco, sin darte cuenta», afirma.

Ninguna velada sin una copa

A medida que las fiestas, primero en la escuela y luego como estudiante, se hicieron más y más regulares, los días sobrios se convirtieron en la excepción, no en la regla. Sus amigos le reprochaban: «¡Vas fuerte!»; él se tranquilizaba pensando en el gran Churchill, uno de sus modelos a seguir, que murió a los 90 años tras una vida pasada con un puro en los labios y un whisky en la mano. Instalado en París, joven profesional de 25 años, el consumo de alcohol de Hubert se fue volviendo contra él.

Hubert de la Pontais vive feliz con su familia después de recuperarse de su adicción

«Fueron esos 2 centilitros extra al día los que me llevaron al punto de beber de 2 a 3 litros de vino cada noche…», lamenta. Su adicción estalló tras la repentina muerte de su querido padre. «Murió en mis brazos, de un cáncer cerebral devastador», cuenta. Aunque durante el día lo daba todo en el trabajo -destacando-, el chico exitoso se derrumbó «como un árbol joven al que le han quitado la estaca de un golpe». Su cuerpo le enviaba señales de alarma: manos temblorosas y ojos «anillados como los de un panda» por la mañana.

Por amor afronta la sanación definitiva

Al igual que su salud, la frágil fe de Hubert se desmorona. La tentación del enemigo le recordaba cuan ineficaces habían sido las cadenas de oración y las misas ofrecidas por la recuperación de su padre. Hoy cree que el Señor vigilaba. ¿Alguna prueba? … Las decenas -dice- de miles de kilómetros recorridos en la carretera, alcoholizado, sin sufrir nunca un accidente; sus benévolos jefes, que intentaron sacarle de la rutina; y luego Audrey, que se convirtió en su esposa en 2016:

«Ella siempre me animó, incluso cuando peor estaba; fue mi salvavidas en la tormenta», jura este apasionado de la vela. Por ella, por Manon nacida en 2017 y por la pequeña Romie que él y su mujer se preparan para acoger, Hubert emprendió una última cura en 2021, jurando que será la definitiva.

Rezando «como un loco»

En Royan, a la entrada del centro de rehabilitación al que se trasladó, uno de sus primos le puso un rosario en la mano. Hubert dudó en aceptarlo, alegando que ya no sabía rezar, pero acabó tomándolo. Durante su estancia, empezó a rezar «como un loco», ayudado por su encuentro con Frederico, otro en rehabilitación, físico de primera línea, que siempre llevaba una estatua de María en la mochila.

«Con él, empezamos a reunirnos por las tardes para estudiar la Biblia», dice Hubert. De dos pasaron a veinticinco, de todos los orígenes sociales y religiosos. El domingo anterior al final de la cura de siete semanas, treinta y cinco de los cincuenta en rehabilitación fueron incluso a misa.

En aquellas semanas Hubert pudo «decir adiós» a su padre y «hola al Señor». Desde entonces, el hombre ha vuelto a vivir, ahora ebrio de oración. Incluso se tatuó el rosario de su primo en el hombro, que a su vez regaló a otro alcohólico. Lleva colgado del cuello otro hecho por un amigo, y jura: «¡La oración lo consigue todo! Vivo «en convalecencia eterna en el hospital de Dios». Esta frase resume mi historia: la de un hombre que se reconstruyó a sí mismo en una residencia de rehabilitación donde Dios era el médico jefe. Y si hablo de eternidad, es porque quizá Él necesita un referente alcohólico en el Cielo (risas)».


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