José Antonio Sau, periodista y escritor: «No podría vivir sin rezar porque nos hace mejores personas y es la forma en la que Dios se manifiesta a los demás y hace su voluntad»

* «Lo que hago es dialogar continuamente con Jesús como si fuera un buen amigo al que le cuento todo, le pido consejo y le explico mis planes para que los sopese y me enseñe el camino. A veces le he pedido demasiado para mí. Ahora le pido más por los demás. A veces no he estado a la altura de lo que Él nos pide, pero hay que mejorar continuamente, no solo por uno, sino por los demás»

Camino Católico.- José Antonio Sau es periodista y escritor, y con diversos reconocimientos en ambos ámbitos. Actual responsable de comunicación del Clúster Marítimo-Marino de Andalucía, ha desarrollado la mayor parte de su carrera en prensa escrita, especialmente en La Opinión de Málaga. Autor de seis libros, entre los que destacan ‘La chica de los ojos manga’ (2016, La Isla de Siltolá, finalista del XIII Premio Setenil al mejor libro de relatos editado en España), ‘Lola Oporto’ (Ediciones del Genal, 2018, finalista del I Premio Icue Negro, otorgado por el Festival de literatura policiaca Cartagena Negra) e ‘Historia de un suicida’ (La Isla de Siltolá, 2021), es, también, hermano del Sepulcro y no se achica a la hora de declarar su fe, tal y como explica a Ana María Medina en Diócesis de Málaga.

– ¿Quién le enseñó a rezar? ¿Qué recuerda de eso?

– En casa, mi abuela materna era muy creyente y recuerdo que me enseñó algunas oraciones cuando era pequeño. Mi madre también contribuyó bastante a que yo forjase una relación íntima con esta práctica, que, sobre todo, se ha afianzado a partir de los últimos años, ya bien entrado en la vida adulta. Antes sólo oraba yo, ahora también escucho. Pero hay un sacerdote que influyó mucho en mí: mi parroquia de toda la vida ha sido Santa María Goretti y, cuando tenía ocho o nueve años, tuvimos un párroco que se llamaba Agapito. Hacía misas para niños los domingos a las once de la mañana. La iglesia se llenaba. Sacerdotes como él me hicieron acercarme a la iglesia. Hoy su recuerdo se concreta en forma de sonrisa.

– ¿Qué significa la oración en su vida? ¿Podría vivir sin rezar? 

– No tengo un momento concreto del día para hacerlo. Lo cierto es que he descubierto que lo hago continuamente, a veces uno cree que está inmerso en un soliloquio, analizando su vida y poniendo las cosas en perspectiva, y resulta que al final lo que hago es dialogar continuamente con Jesús como si fuera un buen amigo al que le cuento todo, le pido consejo y le explico mis planes para que los sopese y me enseñe el camino. A veces le he pedido demasiado para mí. Ahora le pido más por los demás. A veces no he estado a la altura de lo que Él nos pide, pero hay que mejorar continuamente, no solo por uno, sino por los demás. No podría vivir sin rezar porque estoy continuamente haciéndolo y es una práctica integrada en mi día a día. Rezar nos hace mejores personas, por lo menos a quienes sí creemos. Y una buena persona es una bendición en su círculo íntimo, porque es la forma en la que Dios se manifiesta a los demás y hace su voluntad.

José Antonio Sau firmando uno de sus libros

– ¿En qué momentos la tiene más presente?  

– Reflexiono y oro de forma continua. A veces me he sorprendido orando, por ejemplo, cuando voy por la calle, de un sitio a otro y, al reflexionar sobre el momento vital, ya sea coyuntural o general, que atravieso. Es algo incluido en mi cotidianidad. No tengo que ir a una parroquia para hacerlo, aunque de vez en cuando me escapo a alguna y tengo una conversación incluso más íntima. Te diría que las primeras horas de la mañana son las que más uso para esta práctica. Antes, cuando iba desde el periódico al Ayuntamiento y pasaba junto a la Catedral, mientras el sol se derramaba sobre esas piedras antiguas y nobles, me invadía una sensación de bienestar inmensa y me daba por orar. Lo he integrado tanto en el día a día y tengo tanta conversación interior con Jesús que casi podría decirse que lo hago partícipe de esa oración de forma continua. Un amigo que falleció hace algún tiempo le dijo a otro: si esto, de lo que se trata, es de ir cuando se pueda o cuando te llame, al Sagrario o al templo que quieras, y echar allí un rato contigo y con Él, y contarle tus cosas. Siempre me acuerdo de ello.

– ¿Cómo reza, en qué momento, en qué lugar?  

– Pues como te he comentado, lo hago de forma continua durante el día, sobre todo cuando voy de un sitio para otro. A veces, si el trajín cotidiano me lo permite, entro en una iglesia y echo un rato a solas con Jesús y María. A veces he reflexionado sobre el trato que tengo con ellos y lo que busco, fundamentalmente, es apoyo y consuelo. Recuerdo algunos momentos puntuales de mi vida, tal vez cuando estaba más perdido, en los que oré y me fui muy confortado: por ejemplo, a veces, cuando era muy joven, iba a la capilla que el Descendimiento tiene en el Hospital Noble y, en los últimos años, a la abadía de Santa Ana, sede de mi cofradía. Aunque reconozco que tengo una relación especial con dos imágenes, son las que más sentimientos provocan en mí y, por consiguiente, más oraciones, cuando me hallo frente a ellas: Jesús Cautivo y la Virgen del Rocío. Pero lo cierto es que me gusta sorprenderme hablando con Él como si fuera un amigo, retomando tal vez una reflexión o una conversación del día anterior.

– ¿Por qué recomendaría la oración a alguien que no la practique?  

– Si uno está perdido, si uno está inmerso en el trajín del día a día y piensa que nadie lo escucha, si uno pasa un mal momento, si uno necesita de los demás pero es incapaz de encontrarlos, hay una manera muy fácil de tender un puente entre él y Dios, que es orar. Lo mejor es hacerlo en la soledad de la casa o en la intimidad de una parroquia, buscando la quietud de la tarde o el refugio de una mañana ajetreada. Y, si a uno le va bien, si su familia y amigos tienen salud, si sus sobrinos y sus hijos avanzan en la vida con bienestar, si uno no le pide mucho a la existencia, más allá de dar y de darse, también la oración puede complementar mucho, porque se convierte en un acto para dar gracias y, cuando uno está agradecido, se transforma en un instrumento de Dios, que quiere, sobre todo, que seamos buenas personas. El cristianismo siempre se concreta con una sonrisa franca y abierta al otro. Y para sonreír así a los demás, uno de los mejores caminos es la oración continua en la que no solo hablemos nosotros, sino que también hemos de escuchar.

– ¿Cuál es su oración para recomendar?

– Cuando oro suelo hacerlo con mis propias palabras. Al final, tejo un soliloquio que, si estoy atento, se convierte en un diálogo entre un padre y su hijo o, como a mí me gusta verlo, como mi mejor amigo, la mejor compañía que uno puede tener. Pero en esto soy clásico: me sigue fascinando la introspección que me facilita el simple hecho de rezar un Padre Nuestro o un Ave María. Son mis dos oraciones preferidas. Y las entono prácticamente todos los días. También suelo persignarme bastante. A veces lo hago de forma automática. Cuando me doy cuenta de que lo hago, sonrío.


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