Juan de Cáceres, alejado de la iglesia 15 años, Dios lo llamó y hoy es sacerdote «En mi época de barman hice de confesor de todo el mundo»

* «Un día, un buen amigo que no tenía ni idea que yo había dejado de ir a misa hacía quince años, me invitó a acudir junto a él a unas charlas sobre la oración. Con el tiempo le confesé que solo iba por la cerveza que me tomaba después con él. Jamás me enteré de qué iban. Sin embargo, algo cambió. Comencé a ir a misa de nuevo, me confesé, me volví a matricular en Derecho. Todo encajó. Pasados dos años de esto sentí la llamada. Así, como suena. Mi primera reacción fue decir que no. Me puse todo tipo de objeciones: mi trabajo, mis créditos, mi vida… Pensaba que lo que me tocaba era asentarme, conocer a una mujer que me hiciera muy feliz y tener una familia. ¡Pero Dios es muy insistente! Y a partir de ahí no dejó que esta idea saliera ni de mi corazón ni de mi mente»

CaminoCatólico.com.- Estudiante de Derecho, socio de un bar de pinchos, propietario de un pub de copas de moda, comercial de encuestas… A sus cuarenta recién cumplidos, Juan de Cáceres (Santander, 1978) es ahora sacerdote tras ser ordenado el pasado 21 de enero. Hace siete años su vida dio un giro. «Ni yo mismo lo esperaba». Siempre alegre y muy andarín, se cansó de ser un eterno universitario y de disfrutar más de la luz de las farolas que de la del sol. Con la llegada de la treintena entró «en una crisis personal bastante profunda». La casualidad salió a su paso y, en medio de ese laberinto, unas charlas sobre la oración le enseñaron el camino hacia el sacerdocio. Él imaginó que esa vía se iniciaría en Roma. Sin embargo, la Diócesis de Santander tenía otros planes. Comenzó en el Seminario de Pamplona y la Universidad de Navarra (2011) y concluyó su formación en el Seminario de Corbán. Ahora tiene un arduo trabajo por delante: rezar nada menos que por 2.600 feligreses repartidos por las parroquias de Beranga, Praves, Hazas de Cesto y Solórzano. Los jóvenes, sus inquietudes y –«¿por qué no?»– también las vocaciones, entre sus debilidades. Lo entrevista Mariana Cores en el Diario Montañés.

–¿Cómo se llega a ser cura sin una vocación arraigada?

–Ni yo mismo lo sé. Después de terminar el colegio, me matriculé en Derecho a través de la UNED. Me fui un verano a Inglaterra a mejorar mi inglés y allí conseguí mi primer sueldo. Me di cuenta de que eso de ganar dinero estaba muy bien, así que me busqué un trabajo de camarero de un bar de copas, del que terminé como encargado. Eran los años buenos, antes de la crisis, así que me animé a entrar como socio en un bar de pinchos y en el año 2006 abrí, junto a otros socios, uno de los bares de copas más de moda de Santander en aquel momento (el ‘Haddock’). Fue una época súper bonita. Hice muchos amigos. Pero a los pocos años llegó la crisis económica, a la vez que yo entraba en la treintena. Me empecé a plantear qué sería de mi futuro. No quería estar detrás de una barra toda mi vida. Y además entré en una crisis muy profunda.

–Unas charlas sobre la oración supusieron un punto de inflexión.

–Estaba muy perdido, con unos créditos que me ahogaban y con la crisis casi no había clientes. Además, mis amigos dejaron de salir como antes. Empezaron a casarse, a tener parejas estables. Me encontraba solo. Y un día, un buen amigo que no tenía ni idea que yo había dejado de ir a misa hacía quince años, me invitó a acudir junto a él a unas charlas sobre la oración. Con el tiempo le confesé que solo iba por la cerveza que me tomaba después con él. Jamás me enteré de qué iban. Sin embargo, algo cambió. Comencé a ir a misa de nuevo, me confesé, me volví a matricular en Derecho. Todo encajó.

–¿Y cómo se llega de ahí a llevar alzacuellos?

–Pasados dos años de esto sentí la llamada. Así, como suena. Mi primera reacción fue decir que no. Me puse todo tipo de objeciones: mi trabajo, mis créditos, mi vida… Pensaba que lo que me tocaba era asentarme, conocer a una mujer que me hiciera muy feliz y tener una familia. ¡Pero Dios es muy insistente! (risas). Y a partir de ahí no dejó que esta idea saliera ni de mi corazón ni de mi mente.

–Llegó a un trato con el obispo de aquel entonces, Vicente Jiménez, para iniciar el seminario lejos de Santander. ¿Por qué eso era importante?

–Inicialmente pensé ir a Roma. Después comprendí que era mejor quedarme en España, pero debía de mantener distancia con mi vida anterior. Aquí hubiera sido difícil. Estuve trabajando en el bar hasta el día anterior a irme a Pamplona, donde pasé tres años fantásticos, de 2011 a 2014.

–Chino, carpintería, arreglo de bicis… El seminario fue todo un aprendizaje.

–Yo ya sabía hablar chino y aprovechando que en Pamplona había una comunidad muy amplia de chinos, hacía de intérprete. También colaborábamos con el mantenimiento del seminario. Fueron unos años en los que aprendí muchas cosas, entre otras a escuchar a compañeros, que hoy son mis hermanos, que pasaron miles de penurias, cuyas vidas corrían peligro por sus creencias o por su pobreza. Me ayudó a ser humilde.

–Además de sus parroquias, da clase de religión tres días a la semana. ¿Qué da más vértigo?

–Los chicos son fantásticos, aunque impone entrar en una clase llena de adolescentes (risas). Pero puede que mis años de barman, en los que hacía un poco de confesor de todo el mundo, me hayan ayudado a relacionarme bien con ellos. Me encanta estar a su lado. Más que hablar yo, dejo que ellos expresen lo que piensan. Tienen muchas cosas que contar. Lo mismo hago con los chicos a los que doy catequesis en mis parroquias. No se trata de darles solo una charla. Organizamos salidas, les escucho. Intento motivarles. Eso es lo que buscamos todos, ¿no?

–El obispo le ha encomendado, además, la difícil tarea de descubrir vocaciones.

–Tengo la misión de ayudar a los jóvenes a descubrir su vocación. Para ello, el obispo Manuel Sánchez Monje me ha nombrado delegado pastoral. Muchas personas han sentido lo mismo que yo, pero no han sabido cómo seguir porque la sociedad a veces no te deja. Aquí estoy yo para escuchar y guiar.

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