La Inmaculada Concepción nos enseña a entregar TODA nuestra vida a Dios / Por Conchi Vaquero y Arturo López

Camino Católico.- La parroquia, a la que pertenecemos celebra estos días la fiesta de su patrona, la Inmaculada Concepción. Llenos de gozo, en comunión con toda la Iglesia, festejamos, en medio del Adviento, el poder fijar nuestra mirada en la Virgen María como modelo y ejemplo vivo del plan original de Dios para todos los seres humanos. María fue preservada desde el principio anticipadamente, por los méritos de la muerte de Cristo en la cruz, de la mancha de todo pecado incluido el original. Si Adán y Eva no hubiesen desobedecido a Dios, nuestra vida habría estado llena de gracia como la de la Madre de Dios.

No podemos excusarnos en el pecado original y en el espíritu del mundo que nos absorbe como un aspirador para no transformarnos por la muerte y resurrección de Jesús en inmaculados, o sea en santos. «Porque yo soy el Señor, su Dios, y ustedes tienen que santificarse y ser santos, porque yo soy santo.» (Lv 11, 44). La Virgen María con su aceptación de ser la Madre del Mesías nos engendra a todos a una nueva vida para que nos transformemos en inmaculados acogiéndonos a la Salvación realizada por Cristo en la Cruz.

Jesús nos da a su madre para que sea la nuestra

Antes de morir crucificado, el Hijo de Dios, nos da a la Virgen María como madre nuestra y modelo para que podamos conseguir el objetivo de cumplir la voluntad de Dios: ser santos. Si habláramos en términos humanos afirmaríamos que el último párrafo del testamento espiritual de Cristo, antes de pronunciar las palabras «todo está cumplido» , es según el evangelio de Juan 19, 26-28:

«Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.»
Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.
Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dice: «Tengo sed.»»


Como discípulos amados estamos llamados a convivir en nuestra casa con la Virgen María como Madre. Llevarse a casa a María no significa relegar a un segundo plano a Jesucristo, Dios Padre y al Espíritu Santo. María nos hará vivir siempre en comunión con la Santísima Trinidad: con el Amor de Dios Padre, la voluntad del Altísimo revelada en Cristo y una insaciable sed propiciada por la presencia del Espíritu Santo en nuestro corazón.

Atender las cosas del Padre

Jesús vive con la Virgen María y San José en su casa creciendo en sabiduría y siendo obediente. El Hijo de Dios estuvo 30 años preparándose para hacer su gran misión. Cristo aprendía de sus padres y por tanto de la Virgen María la voluntad de Dios, para poder llevar a cabo la Salvación en medio de los hombres. María con su «SÍ» total en la Anunciación acepta hacer y enseñar eternamente la voluntad de Dios a cuantos estén a su lado, incluido su Hijo.

Cuando Jesús se pierde en el Templo de Jerusalén y sus padres le encuentran, María es quien interpela al Hijo de Dios. La Inmaculada Concepción recibe una primera gran lección de Jesús, que el Evangelio explicita que ella la guardó siempre en su corazón. Cristo responde a su madre: «Tengo que atender las cosas de mi Padre». Por primera vez Jesús trata a su madre como discípula. Manifiesta claramente que Él es el Hijo de Dios y que el Padre del cielo y su voluntad están por encima de toda otra paternidad. Cristo vuelve a casa con sus padres y sigue siendo obediente y aprendiendo. María y José ya han comprendido por la revelación del Espíritu Santo, que la voluntad de Dios que se habían comprometido a cumplir, al ser los padres terrenales de Jesús, debe presidir sus vidas.

Todos somos hijos de Dios por la salvación en Cristo Jesús. Somos hijos con el Hijo. Por eso si tenemos una convivencia espiritual y cotidiana con María, madre de Dios y madre nuestra, la primera actitud que hará crecer en nosotros es la que ella aprendió en el Templo de Jerusalén: Ni los padres terrenales u otra persona que quiera cumplir la voluntad de Dios debe pasar por delante del Padre celestial queriendo imponer sus criterios.

Tener la mirada de Dios

Dios respeta profundamente a todos sus hijos, creyentes, agnósticos y ateos. Él llama suavemente y no obliga a nadie. Sale a nuestro encuentro pidiendo permiso para hacerse presente en nuestras vidas. Nosotros debemos actuar de la misma forma. Dios nos ama aunque nosotros ni siquiera le tengamos en cuenta o no creamos en Él. Estamos llamados a amar a los demás de la misma manera que Dios nos ama a nosotros: Gratuitamente, fielmente pese a todos los pecados. Él quiere darnos cada instante un profundo abrazo de salvación en toda nuestra actividad cotidiana. Meditando con María en nuestro corazón, aprenderemos a tener la mirada que Dios tiene hacia los demás. Tener la visión de la Santísima Trinidad sobre cada persona nos hará inmaculados, sin mancha, porque veremos a los otros como el Sagrario viviente en el que Dios habita.

Conocemos unos padres que viven llevando una dolorosa cruz. Uno de sus hijos inmerso en actitudes mundanas ha cortado toda relación con ellos. Los progenitores oran para que el Señor rehaga la relación con su hijo. De momento solo sienten la llamada a orar y a respetar su decisión. Ellos saben que el amor de Dios Padre les hará vivir una experiencia como la del hijo pródigo. Conocen sus propias debilidades y aunque desearían que Dios respondiera a su oración, son conscientes que deben dejarse penetrar por la mirada del Padre celestial para acoger a su hijo sin un resquicio de resentimiento y con la alegría del Espíritu Santo.

Estos padres están asumiendo en su oración que Dios es el Padre omnipotente de su hijo y que le está buscando a cada instante para conducirlo por caminos de amor. Estos padres han llevado a María a su casa como Juan, el discípulo amado. No es una situación fácil. María, humanamente también lo vivió al perder a Jesús en el Templo, pero pudo cumplir la voluntad de Dios aceptando que el Altísimo debía ocupar el primer lugar en el corazón de Jesús y de todos los vivientes.

María desea enseñarnos a amar como Dios ama

Una persona muy devota de los santuarios marianos, de grupos de oración dedicados a la madre de Dios, que ora el rosario, está viviendo en una espiral de ansiedad espiritual y humana, porque no acepta las decisiones de sus hijos, mayores de edad. Esta persona desea morirse, está depresiva, agotada y llena de resentimiento y culpa hacia los demás y hacia si misma. Ha vivido situaciones y relaciones familiares muy difíciles. Ha experimentado el vacío y la soledad.

Esta persona con su esfuerzo abocado a la desesperación, quiere que sus hijos se le sometan. Su casa está llena de rosarios, libros e imágenes de la Virgen María. No dudamos que sus oraciones a la madre de Dios darán fruto un día y la harán madurar espiritual y humanamente. Hoy aunque la presencia de cosas materiales es muy amplia en su casa, ella no puede escuchar las enseñanzas que María quiere grabarle en su corazón como consecuencia de las heridas de su existencia. La fidelidad piadosa y hasta supersticiosa de que la Inmaculada Concepción debe concederle que sus hijos se le sometan le supondrá la intercesión de María para hacerla crecer en la voluntad de Dios y no en sus deseos carnales, humanamente comprensibles. Dios siempre quiere el mayor crecimiento y respeto para todos. Él y María nos enseñarán cada día como amar a los demás.

Tener sed de Dios

La Virgen María con su vida nos muestra como tener sed de Dios. Ella contempló e interiorizó la exclamación de Jesús: «Tengo Sed». La Madre de Dios es Inmaculada desde el principio porque Dios le da la gracia de tener sed de Él. «Tengo sed» es el lema de las Hermanas de la Caridad de la Madre Teresa de Calcuta. Esa expresión equivale a decir «hágase en mí según tu Palabra». Cuando María dice «SÍ» en la Anunciación es fruto de la sed de Dios que tiene todo su ser.

A medida que aumente nuestra sed de Dios nuestro ser crecerá en santidad e irá transformándose en Inmaculado. María vive el culmen de su insaciable sed de Dios al ver morir a Jesús en la cruz, al ser designada por el Salvador como Madre de la Humanidad. La Inmaculada Concepción tiene que esperar junto a la cruz, mientras una espada le traspasa el corazón. Las espadas tienen forma de crucifijo. Ese dolor agudo, profundo y afilado es además consuelo y alegría interior sabiendo que la Voluntad del Padre se ha cumplido. Luego vive la resurrección y espera junto a los apóstoles la venida del Espíritu Santo.

Entregar TODO y vaciarnos de nosotros mismos

La Virgen María intercede y quiere que imitando a Jesús digamos que «SÍ» a Dios sin condiciones. El joven rico se queda triste. Está cerca de hacer la Voluntad del Padre, pero no puede venderlo TODO, entregar a los pobres los beneficios y seguir a Jesús.

Dios en nuestro «SÍ» incondicional nos pide que le entreguemos TODO:

– TODO nuestro cuerpo.
– TODO nuestro ser emocional.
– TODO nuestro conocimiento intelectual.
– TODO nuestro prestigio.
– TODO lo material.
– TODAS las relaciones: familiares, laborales, de amistad y de enemistad.
– TODAS nuestras heridas.
– TODOS nuestros pecados……..
SIN GUARDARNOS NADA PARA NOSOTROS.

LA INMACULADA CONCEPCIÓN ENTREGÓ JUNTO A DIOS PADRE A JESUCRISTO PARA NUESTRA SALVACIÓN.

Por eso María puede ayudarnos a caminar vaciándonos de nosotros mismos para que Cristo sea el Señor de nuestra vida y podamos engendrar la imagen del Resucitado en nuestro corazón en todo momento de nuestra vida. Estamos llamados a ser la suave y ligera paja que en el portal de Belén dió cobijo a Jesús. El Salvador debe ocupar cada día más y más todo nuestro ser para iluminar a través de nuestro testimonio de vida a los demás.

Conciencia de pecado para ser salvados

Una persona entregada a Dios con todo su ser nos explicaba lo mal que se siente cuando peca de forma continuada con las mismas faltas. No puede comprender cómo Dios actúa a través de ella bendiciendo a los demás. Realmente ésta es una percepción de combate espiritual donde quién vive la experiencia se encuentra pobre, débil y desvalido. Sentirse pobre y pecador nos sitúa en un lugar cercano a la Salvación. Recibiremos el auxilio de María para aplastar todo pecado y poder del mal en nuestra vida.

Tener conciencia de nuestro pecado y necesitar de Dios para levantarnos es estar abiertos a su Voluntad. El problema serio propiciado por el espíritu del mundo nos surge cuando creemos tener conocimientos y fuerzas suficientes para afrontarlo todo sin necesidad de nadie, ni siquiera de Dios. María engendrando a Jesús aplasta todo mal, pecado y muerte: Enmanuel, Dios con nosotros. La Inmaculada Concepción siempre nos dirá las palabras de las bodas de Caná: «haced lo que Él os diga». Jesús nos encomendó seguirle perdonándonos y reconciliándonos con el sacramento de la Confesión. Jamás podremos ir al sacramento si no tenemos sed de Dios y no deseamos ser santos. Luego podremos decir con la liturgia eucarística las palabras que nos dan la certeza de querer caminar llenos de gracia: «Que el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo que tomamos sean para nuestra salvación». La Inmaculada Concepción participó en la instauración de la Eucaristía para que Jesús siguiera en presencia real siendo Pan Vivo, alimento de Vida Eterna.

Los Santos han tenido como modelo a María

San Pedro Crisólogo (imagen de la derecha): «…la Virgen se ha convertido verdaderamente en madre de los vivientes mediante la gracia, Ella que era madre de quienes por naturaleza estaban destinados a la muerte». (Sermón 140, 4; PL 52, 557B-557B).

El sacerdote Sedulio: «Una sola ha sido la mujer por la que se abrió la puerta a la muerte y una sola es también la mujer a través de la cual vuelve la vida». (Himno 1, 5-8; CSEL 10, 153; PL 19, 753).

San Venancio Fortunato: «Oh excelente belleza, oh mujer que eres la imagen de la salvación, potente por causa del fruto de tu parto y que gustas por tu virginidad, por tu medio la salvación del mundo se ha dignado nacer y restaurar el género humano que la soberbia Eva ha traído al mundo». (In Laudem Sanctae Mariae; PL 88, 276-284).

San Fulgencio di Ruspe: «…la bondad divina ha realizado este plan para redimir al género humano: por medio de un hombre, nacido de una sola mujer, a los hombres les ha sido restituida la vida». (La fe, al diácono Pedro, 18; CCL 91, 716-752; PL 65, 675-700).

San Cirilo de Jerusalén: «Por medio de la Virgen Eva entró la muerte; era necesario que por medio de una virgen, es decir, de la Virgen, viniera la vida…». (Catequesis, XII, 15; PG 33, 741).

El Pseudo-Gregorio Niceno: «…de la Virgen Santa ha florecido el árbol de la vida y de la gracia… De hecho, la Virgen Santa se ha hecho manantial de vida para nosotros… En María solamente, inmaculada y siempre virgen, floreció para nosotros el retono de la vida, ya que sóla ella fue tan pura en el cuerpo y en el alma, que con mente serena respondió al ángel…». (Homilia sobre la Anunciación; La Piana, 548-563).

San Romano, el Melode: «Joaquín y Ana fueron liberados de la vergüenza de la esterilidad y Adán y Eva de la corrupción de la muerte, oh Inmaculada, por tu natividad. Ésta festeja hoy tu pueblo, rescatado de la esclavitud de los pecados, clamando a ti: ‘La estéril da a luz a la Madre de Dios, madre de nuestra vida'». (Himno de la Natividad de Maria; Maas-Trypanis I, 276-280)

San Proclo de Constantinopla: «Ha sido sanada Eva… Por eso le decimos: «Bendita tú entre las mujeres» (Lc 1,42), la sola que has curado el dolor de Eva, la sola que enjugaste las lágrimas de la atribulada…». (Homilía V sobre la Madre de Dios; PG 65, 715-727).

Textos extraídos de la Liturgia de la Iglesia Oriental del I al VI siglo

Oremos con esos textos de la Iglesia Oriental:

«Por Eva la corrupción, por ti la incorruptibilidad; por aquella la muerte, por ti, en cambio, la vida… ¡El Médico, Jesús, ha venido a nosotros por ti!, para curarnos a todos, como Dios, y salvarnos… Ave. Inmaculada y Pía, salve, baluarte del mundo…». (Kondakia a la Madre de Dios Virgen; BZ 58,329-332).

«Inmaculada Madre de Cristo, orgullo de los ortodoxos, a ti te ensalzamos. Eres Vida, oh Casta, por ti has dado la vida a quienes te ensalzan…».
(Himno en Honor de María Virgen; BZ 18, 345-346).

«Ave, por ti el dolor se extingue… Ave, tesoro inagotado de vida… Ave, medicina de mis miembros: Ave, salvación de mi alma». (AKATHISTOS, I. La Anunciación; Horologion, 887-900).

«…Oh, Virgen doncella inmaculada, salva a quienes en ti buscan refugio». (Megalinaria Festivos – Himno para la Navidad; BZ 18, 347).

«Inmaculada Madre de Dios (…) nosotros, que hemos conseguido tu protección, oh Inmaculada, y que por tus oraciones hemos sido liberados de los peligros y custodiados en todo tiempo por la Cruz de tu Hijo, nosotros todos, como se debe, con piedad, te ensalzamos… Nuestro refugio y nuestra fuerza eres tú, oh Madre de Dios, socorro poderoso del mundo. Con tus plegarias proteges a tus siervos de toda necesidad, oh sola bendita». (Troparios ciclo semanal – Theotokiaferiales; Horologion, 787-815).

Oración final extraída del último día de la novena a la Inmaculada Concepción

¡Oh Reina Purísima de los ángeles y de los hombres! Mil gracias y alabanzas te damos porque a las puertas de la vida hallaste la dracma preciosa que perdimos todos en nuestro primer principio, hallando la gracia que te salió al encuentro ya la Divinidad que te esperaba en los umbrales de la naturaleza tomando tus potencias en el primer Instante de su ser, al nobilísimo objeto que las estrenó porque se creaban solo para El. Te rogamos, Purísima Señora, que, pues no hubo en tu Purísima Concepción ser sin conocer a Dios, ni conocimiento sin amor ni amor sin merecimiento, nos concedas conocer a nuestro Buen Padre Dios para que conociéndole le amemos, amándole le poseamos y poseyéndole le gocemos por toda la eternidad. AMEN.


Acción de gracias por los veintiún años de casados

Nos vais a permitir que al final de esta reflexión demos gracias a la Santísima Trinidad y a la Inmaculada Concepción por los veintiún años de casados que se cumplen en este día tan señalado. En nuestra parroquia con la Inmaculada protegiéndonos hemos podido crecer espiritualmente y nacer de nuevo en Cristo Jesús, para Gloría de Dios Padre por el don de su Espíritu Santo. Gracias a nuestros hermanos de la Comunidad Familia, Evangelio y Vida y a cuantos han intercedido para que nuestra familia sea una Iglesia domestica. Orad para que seamos luz para el mundo con nuestra vida y podamos hacer la Voluntad de Dios siendo fieles al camino que el Altísimo nos tiene reservados a nosotros y a nuestros hijos. Nosotros renovamos nuestro compromiso matrimonial siendo una sola carne para que el mundo crea que Dios envió a Jesús nacido de María Inmaculada para morir crucificado, salvar a la humanidad y resucitar. ¡Que la Inmaculada Concepción nos enseñe a tener preparado nuestro corazón para acoger a Jesús que se nos hace presente en cada persona con la que nos relacionamos!

Conchi Vaquero y Arturo López

 

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