La paga del Reino es igual para todos / Por Raniero Cantalamessa, OFM Cap.

«Id también vosotros a mi viña»: XXV Domingo del tiempo ordinario

Isaías 55, 6-9; Filipenses 1,20c-27a; Mateo 20 1-16ª

17 de septiembre de 2011.- La parábola de los trabajadores enviados a trabajar en la viña en horas distintas del día ha creado siempre grandes dificultades a los lectores del Evangelio. ¿Es aceptable la manera de actuar del dueño, que da la misma paga a quienes han trabajado una hora y a quienes han trabajado una jornada entera? ¿No viola el principio de la justa recompensa? Los sindicatos hoy se sublevarían a quien se comportara como ese patrón.

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La dificultad nace de un equívoco. Se considera el problema de la recompensa en abstracto y en general, o en referencia a la recompensa eterna en el cielo. Visto así, se daría efectivamente una contradicción con el principio según el cual Dios «da a cada uno según sus obras» (Rm 2, 6). Pero Jesús se refiere aquí a una situación concreta, a un caso bien preciso: el único denario que se les da a todos es el Reino de los Cielos que Jesús ha traído a la tierra; es la posibilidad de entrar a formar parte de la salvación mesiánica. La parábola comienza diciendo: «El Reino de los cielos es semejante a un propietario que salió a primera hora de la mañana…».

El problema es, una vez más, el de la postura de los judíos y de los paganos, o de los justos y los pecadores, de cara a la salvación anunciada por Jesús. Aunque los paganos (respectivamente, los pecadores, los publicanos, las prostitutas, etc.) sólo ante la predicación de Jesús se han decidido por Dios, mientras que antes estaban alejados («ociosos»), no por ello ocuparán en el reino un lugar distinto e inferior. Ellos también se sentarán a la misma mesa y gozarán de la plenitud de los bienes mesiánicos. Es más, como ellos se han mostrado más dispuestos a acoger el Evangelio, que no los llamados «justos», se realiza lo que Jesús dice para concluir la parábola de hoy: «los últimos serán primeros y los primeros, últimos».

Una vez conocido el Reino, es decir, una vez abrazada la fe, entonces sí que hay lugar para la diversificación. Entonces ya no es idéntica la suerte de quienes sirven a Dios durante toda la vida, haciendo rendir al máximo sus talentos, respecto a quien da a Dios solo las sobras de su vida, con una confesión remediada, de alguna forma, en el último momento.

La parábola contiene también una enseñanza de orden espiritual de la máxima importancia: Dios llama a todos y llama en todas las horas. El problema, en suma, es la llamada, y no tanto la recompensa. Esta es la forma con que nuestra parábola fue utilizada en la exhortación de Juan Pablo II sobre «vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo» (Christifideles laici). «Los fieles pertenecen a ese pueblo de Dios que está prefigurado por los obreros de la viña… Id también vosotros a mi viña. La llamada no se dirige solo a los pastores, los sacerdotes, los religiosos y las religiosas, sino que se extiende a todos. También los fieles laicos son llamados personalmente por el Señor» (nr.1-2).

Quisiera llamar la atención sobre un aspecto que quizás sea marginal en la parábola, pero que es muy sentido y vital en la sociedad moderna: el problema del desempleo. A la pregunta del propietario: «¿Por qué estáis aquí todo el día parados?», los trabajadores contestan: «Es que nadie nos ha contratado». Esta respuesta podría ser dada hoy por millones de desempleados.

Jesús no era insensible a este problema. Si describe tan bien la escena es porque muchas veces su mirada se había posado con compasión sobre aquellos corros de hombres sentados en el suelo, o apoyados en una tapia, con un pie contra la pared, en espera de ser «fichados». Ese propietario sabe que los obreros de la última hora tienen las mismas necesidades que los otros, también ellos tienen niños a los que alimentar, como los tienen los de la primera hora. Dando a todos la misma paga, el propietario muestra no tener sólo en cuenta el mérito, sino también la necesidad. Nuestras sociedades capitalistas basan la recompensa únicamente en el mérito (a menudo más nominal que real) y en la antigüedad en el servicio, y no en las necesidades de la persona. En el momento en que un joven obrero o un profesional tiene más necesidad de ganar para hacerse una casa y una familia, su paga resulta la más baja, mientras que al final de la carrera, cuando uno ya tiene menos necesidades, la recompensa (especialmente en ciertas categorías sociales) llega a las nubes. La parábola de los obreros de la viña nos invita a encontrar un equilibrio más justo entre las dos exigencias del mérito y de la necesidad.

Evangelio

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «El reino de los cielos se parece a un propietario que, al amanecer, salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido. Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: ¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar? Le respondieron: Nadie nos ha contratado. Él les dijo: Id también vosotros a mi viña. Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz: Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros. Vinieron los del atardecer, y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Al recibirlo, se pusieron a protestar contra el amo:Éstos últimos han trabajado sólo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno. Él replicó a uno de ellos: Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? Así, los últimos serán los primeros; y los primeros, los últimos».

Mateo 20, 1-16

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