La primera misión de los padres: llevar a los hijos a Dios


María Belén, una niña de 6 años, llega a casa llorando, porque una amiga suya le ha contado que su padre se ha quedado sin trabajo y que había tantas discusiones en casa que sus padres han decidido separarse. A los tres días, llega el propio padre de María Belén a casa y cuenta que él también se ha quedado en paro. María Belén se acuerda entonces de lo que le ha pasado a la familia de su amiga y pregunta a sus padres con ansiedad: «¿Y qué nos va a pasar a nosotros ahora?» Y entonces dice su papá: «Nada, cariño, Dios proveerá». Y María Belén pasa del drama que se le había venido encima a cantar y a jugar, como si no pasara nada.
La anécdota la refiere el propio tío de María Belén, el padre escolapio Rafael Belda, autor del libro Al paso de los niños. Los niños en la Biblia (Edicep): «Éste es un modo imborrable de transmitir la fe que deja una huella y un sello interior mucho más firme que cualquier argumento verbal. Un niño, lo que necesita es vivir la vida así. Al decir: Dios proveerá, y al proponer: Vamos a rezar, vamos a rezar el Rosario, vamos a la iglesia…, estás confesando tu fe en que Dios nos cuida, y esto da al niño un eje interior que nadie puede romper».
(Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo / Alfa y Omega) Muchos niños crecen hoy sin la menor noticia de Dios, sin conocer que tienen un Padre en el cielo, que les ha dado la vida y con el que se encontrarán cuando terminen su existencia en este mundo. Por eso es tan importante transmitir la fe a los hijos, y hacerlo bien. Afirma el padre Rafael Belda que «los niños no sólo tienen capacidad para relacionarse con Jesús, sino también necesidad. Es un derecho de todo niño el ser acercado a Dios, y es un deber nuestro hacerlo… No es sólo que ellos tienen derecho a Dios; es que nosotros tenemos la obligación moral de llevarles a Él. Es muy importante que un niño nunca recuerde el día en que empezaron a hablarle de Jesús, porque eso significa que fue desde siempre. Y esta tarea comienza ciertamente en la familia».



Para acabar, no hay que olvidar una cosa: en esta tarea de introducir a los niños en la vida de fe no estamos solos. La semana pasada, el obispo de Green Bay (Estados Unidos) aprobó como dignas de fe las apariciones de la Virgen en Champion (Wisconsin). Allí, la que educó al mismo Hijo de Dios en Nazaret, pidió a la joven Adele Brise, en 1859: «Enseña a los niños el Catecismo, cómo signarse con el signo de la cruz, y cómo acercarse a los sacramentos: esto es lo que deseo que hagas. Ve y no temas nada. Yo te ayudaré».
Segundo: Los niños tienen una gran capacidad de espontaneidad y sinceridad. Cuanto más niños, más naturales, sin respetos humanos. Esa libertad es un signo del Evangelio, porque Jesús es así, dice lo que siente y manifiesta la verdad que vive. Muchas veces nosotros calibramos excesivamente las consecuencias de lo que hacemos y decimos.
Tercero: La profunda necesidad de los niños de amar y de ser amados. Es lo definitivo. Los niños necesitan experimentar mucho el amor, y también saben dar amor, cariño, cercanía…