Papa Francisco en homilía: «Sin el poder del Espíritu Santo que entra en el corazón y sana todo, no podríamos vencer el mal ni los deseos de la carne, que dañan las relaciones» 

* «Así es el Espíritu: es fuerte, nos da la fuerza para vencer y es también delicado. Se habla de la unción del Espíritu; el Espíritu nos unge y está con nosotros. Como dice una hermosa oración de la Iglesia primitiva: ‘Que tu humildad, oh Señor, more en mí, con los frutos de tu amor’ (Odas de Salomón, 14,6). El Espíritu Santo, que descendió sobre los discípulos y se hizo cercano —es decir “paráclito”— actúa transformando sus corazones e infundiéndoles una ‘audacia que les impulsa a transmitir a los demás su experiencia de Jesús y la esperanza que los anima’ (S. Juan Pablo II, Carta enc. Redemptoris missio, 24)»

Vídeo completo de la transmisión en directo de Vatican News, traducido al español, con la homilía del Papa 

* «Somos enviados, hoy especialmente, a anunciar el Evangelio a todos, yendo ‘cada vez más lejos, no sólo en sentido geográfico, sino también más allá de las barreras étnicas y religiosas, para una misión verdaderamente universal’» (Redemptoris missio, 25). Y gracias al Espíritu podemos y debemos hacerlo con la misma fuerza y la misma amabilidad. Por eso nosotros nos rendimos al Espíritu, no nos rendimos al mundo, sino que continuamos hablando de paz a quien quiere la guerra; a hablar de perdón a quien siembra venganza; a hablar de acogida y solidaridad a quien cierra las puertas y levanta barreras; a hablar de vida a quien elige la muerte; a hablar de respeto a quien le gusta humillar, insultar y descartar; a hablar de fidelidad a quien rechaza todo vínculo y confunde la libertad con un individualismo superficial, opaco y vacío. Todo ello sin dejarnos atemorizar por las dificultades, ni por las burlas, ni por las oposiciones que, hoy como ayer, no faltan nunca en la vida apostólica (cf. Hch 4,1-31)»

19 de mayo de 2024.-  (Camino Católico)  En su homilía en la Santa Misa que ha presidido en la Basílica de San Pedro en la Solemnidad de Pentecostés, el Papa Francisco ha subrayado la importancia del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia, enfatizando tanto su poder transformador como su gentileza. Además, ha invitado a llevar el anuncio del Evangelio con fuerza pero sin imposiciones y con amabilidad para que todos sean acogidos. El Espíritu Santo -explica- nos ayuda en los momentos de lucha a salir fortalecidos y es un «huésped dulce y consolador».

Foto: Vatican Media, 19-5-2024

Al inicio de la homilía, el Pontífice ha recordado el relato de Pentecostés (cf. Hechos 2:1-11), subrayando cómo el Espíritu Santo trabaja en dos ámbitos dentro de la Iglesia: “en nosotros y en la misión, con dos características fundamentales: poder y mansedumbre”. “La obra del Espíritu en nosotros es poderosa, como lo simbolizan los signos de viento y fuego, que a menudo se asocian con el poder de Dios en la Biblia”, explica, citando el Éxodo. El Santo Padre destaca que, sin el poder del Espíritu Santo, nosotros solos no podríamos vencer el mal ni superar los deseos de la carne, esos impulsos que dividen y dañan las relaciones. “Estos impulsos estropean nuestras relaciones con los demás y dividen nuestras comunidades, pero el Espíritu entra en nuestros corazones y lo sana todo”, afirma.

Foto: Vatican Media, 19-5-2024

En otro momento, recordó que las dos características del Espíritu, poder y gentileza, siempre permanecen unidas: “El viento y el fuego no destruyen ni reducen a cenizas lo que tocan: uno llena la casa donde están los discípulos, y el otro descansa suavemente, en forma de llamas, sobre la cabeza de cada uno”, explica, subrayando la gentileza del Espíritu Santo como una característica recurrente en las Escrituras. Francisco también resalta la misión universal de la Iglesia nacida en Pentecostés, llamando a los cristianos a proclamar el Evangelio en todas las naciones. “Gracias al Espíritu, podemos y debemos hacer esto con su propio poder y gentileza”, afirmó, citando la encíclica Redemptoris Missio de San Juan Pablo II para enfatizar la necesidad de una misión verdaderamente universal.

Foto: Vatican Media, 19-5-2024

Más adelante, el Santo Padre insta a los fieles a actuar con el poder del Espíritu, pero sin arrogancia ni imposiciones. “Un cristiano no es arrogante, pues su poder es algo diferente, es el poder del Espíritu”, dice, animando a ser fieles a la verdad que el Espíritu enseña en sus corazones. También enfatiza que los creyentes deben proclamar paz, perdón y solidaridad: “Proclamamos incansablemente la paz a quienes desean la guerra, proclamamos el perdón a quienes buscan venganza, proclamamos la acogida y la solidaridad a quienes cierran sus puertas y levantan barreras”.

Foto: Vatican Media, 19-5-2024

Finalmente, el Papa Francisco hace un llamado a la esperanza, destacando que todos necesitamos levantar nuestra mirada hacia horizontes de paz, fraternidad, justicia y solidaridad. “Necesitamos esperanza. La esperanza se representa como un ancla, allí en la orilla, y al aferrarnos a su cuerda, nos movemos hacia la esperanza”, agrega. El Papa concluye su homilía con una oración, pidiendo al Espíritu que ilumine las mentes, llene los corazones de gracia, guíe los pasos y conceda paz al mundo. “Ven, Espíritu Creador, ilumina nuestras mentes, llena nuestros corazones con tu gracia, guía nuestros pasos, concede tu paz a nuestro mundo. Amén”, ha rezado el Pontífice. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha la homilía del Santo Padre traducida al español, cuyo texto completo es el siguiente:

Foto: Vatican Media, 19-5-2024
Santa Misa de la Solemnidad de Pentecostés
HOMILÍA DEL SANTO PADRE  FRANCISCO
Basílica de San Pedro
Domingo, 19 de mayo de 2024
Foto: Vatican Media, 19-5-2024

El relato de Pentecostés (cf. Hch 2,1-11), nos muestra dos ámbitos de la acción del Espíritu Santo en la Iglesia, en nosotros y en la misión; con dos características, la fuerza y la amabilidad.

La acción del Espíritu en nosotros es fuerte, como lo simbolizan los signos del viento y del fuego, que a menudo en la Biblia se relacionan con el poder de Dios (cf. Ex 19,16-19). Sin ese poder nosotros nunca podremos derrotar al mal ni vencer los deseos de la carne de los que habla san Pablo, es decir, vencer esas pulsiones del alma: la impureza, la idolatría, las discordias, las envidias (cf. Ga 5,19-21). Con el Espíritu podemos vencerlas, Él nos da la fuerza para hacerlo, porque Él entra en nuestro corazón “árido, duro y frío” (cf. Secuencia Veni Sancte Spiritus). Esas pulsiones arruinan nuestras relaciones con los demás y dividen nuestras comunidades, pero Él entra en el corazón y sana todo.

Foto: Vatican Media, 19-5-2024

Así nos lo ha mostrado Jesús cuando, movido por el Espíritu, se retiró durante cuarenta días al desierto para ser tentado (cf. Mt 4,1-11). Y en ese momento también su humanidad crecía, se fortalecía y se preparaba para la misión.

Al mismo tiempo, el actuar del Paráclito en nosotros es amable: es fuerte y delicado. El viento y el fuego no destruyen ni incineran lo que tocan: el primero resuena en la casa donde se encuentran los discípulos y el segundo se posa suavemente, en forma de llamas, sobre la cabeza de cada uno. Y también esta delicadeza es un rasgo del actuar de Dios que encontramos tantas veces en la Biblia.

Foto: Vatican Media, 19-5-2024

Así pues, es hermoso ver cómo la misma mano robusta y callosa que antes había arado los surcos de las pasiones, después, delicadamente, cultiva las pequeñas plantas de las virtudes, las “riega”, las “sana” (cf. Secuencia) y las protege con amor, para que crezcan y se fortifiquen, y nosotros podamos gustar, después del esfuerzo de la lucha contra el mal, la dulzura de la misericordia y de la comunión con Dios. Así es el Espíritu: es fuerte, nos da la fuerza para vencer y es también delicado. Se habla de la unción del Espíritu; el Espíritu nos unge y está con nosotros. Como dice una hermosa oración de la Iglesia primitiva: «Que tu humildad, oh Señor, more en mí, con los frutos de tu amor» (Odas de Salomón, 14,6).

Foto: Vatican Media, 19-5-2024

El Espíritu Santo, que descendió sobre los discípulos y se hizo cercano —es decir paráclito”— actúa transformando sus corazones e infundiéndoles una «audacia que les impulsa a transmitir a los demás su experiencia de Jesús y la esperanza que los anima» (S. Juan Pablo II, Carta enc. Redemptoris missio, 24). Como testimoniarán después Pedro y Juan ante el Sanedrín, cuando se les intentó prohibir que dijeran «una sola palabra o enseñaran en el nombre de Jesús» (Hch 4,18); ellos dirán: «Nosotros no podemos callar lo que hemos visto y oído» (v. 20). Y para responder así, tenían la fuerza del Espíritu Santo.

Y esto vale también para nosotros, que hemos recibido el don del Espíritu en el Bautismo y en la Confirmación. Desde el “cenáculo” de esta Basílica, como los apóstoles, somos enviados, hoy especialmente, a anunciar el Evangelio a todos, yendo «cada vez más lejos, no sólo en sentido geográfico, sino también más allá de las barreras étnicas y religiosas, para una misión verdaderamente universal» (Redemptoris missio, 25). Y gracias al Espíritu podemos y debemos hacerlo con la misma fuerza y la misma amabilidad.

Foto: Vatican Media, 19-5-2024

Con la misma fuerza: es decir, no con prepotencia e imposiciones —el cristiano no es prepotente, su fuerza es diferente, es la fuerza que viene del Espíritu—, ni tampoco con cálculos y engaños, sino con la energía que proviene de la fidelidad a la verdad, esa que el Espíritu inculca en nuestros corazones y hace crecer en nosotros. Por eso nosotros nos rendimos al Espíritu, no nos rendimos al mundo, sino que continuamos hablando de paz a quien quiere la guerra; a hablar de perdón a quien siembra venganza; a hablar de acogida y solidaridad a quien cierra las puertas y levanta barreras; a hablar de vida a quien elige la muerte; a hablar de respeto a quien le gusta humillar, insultar y descartar; a hablar de fidelidad a quien rechaza todo vínculo y confunde la libertad con un individualismo superficial, opaco y vacío. Todo ello sin dejarnos atemorizar por las dificultades, ni por las burlas, ni por las oposiciones que, hoy como ayer, no faltan nunca en la vida apostólica (cf. Hch 4,1-31).

Foto: Vatican Media, 19-5-2024

Y al mismo tiempo en que actuemos con esta fuerza, nuestro anuncio busca ser amable, para acoger a todos. No olvidemos esto: a todos, a todos, a todos. No olvidemos aquella parábola de los invitados a la fiesta que no quisieron ir: “vayan a los cruces de los caminos y lleven a todos, todos, todos, buenos y malos, a todos” (cf. Mt 22,9-10). El Espíritu nos da la fuerza para ir adelante e invitar a todos con amabilidad, Él nos da la delicadeza de acoger a todos.

Todos nosotros, hermanos y hermanas, tenemos mucha necesidad de esperanza, que no debe confundirse con optimismo, —no—, es otra cosa. A la esperanza se le representa como un ancla, allí, fija en la orilla, y nosotros aferrados a la cuerda de esa esperanza. Tenemos necesidad de esperanza, tenemos necesidad de elevar los ojos hacia horizontes de paz, de fraternidad, de justicia y de solidaridad. Este es el único camino para la vida, no hay otro. Es cierto, lamentablemente, a menudo no resulta fácil; es más, a veces se presenta sinuoso y cuesta arriba. Pero nosotros sabemos que no estamos solos: tenemos la seguridad de que, con la ayuda del Espíritu Santo, con sus dones, podemos recorrer juntos ese camino y hacerlo siempre más transitable también para los demás.

Foto: Vatican Media, 19-5-2024

Renovemos, hermanos y hermanas, nuestra fe en la presencia del Consolador entre nosotros y continuemos rezando:

Ven, Espíritu creador, ilumina nuestras mentes,

llena de tu gracia nuestros corazones, guía nuestros pasos,

concede a nuestro mundo tu paz.

Amén.

Francisco

Santa Misa, presidida por el Papa Francisco, de hoy domingo, solemnidad de Pentecostés, 19-5-2024

Papa Francisco en el Regina Coeli, 19-5-2024: «Escuchar la Palabra de Dios y adorar silencia la palabrería y da espacio en nosotros a la voz del Espíritu Santo» 


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