Papa Francisco en la Audiencia General 10-2-17: «Que la Santa Misa sea una auténtica escuela de oración, en la que aprendamos a dirigirnos a Dios»

* «El silencio no se reduce a la ausencia de palabras, sino a disponerse a escuchar otras voces: aquellas de nuestro corazón y, sobre todo, la voz del Espíritu Santo. En la liturgia, la naturaleza del sagrado silencio depende del momento en el cual se realiza… Por lo tanto antes de la oración inicial, el silencio ayuda a recogernos en nosotros mismos y a pensar porque estamos ahí. Es esta la importancia de escuchar nuestro espíritu para abrirlo luego al Señor»

Video completo de la catequesis traducida al español y de la síntesis que el Papa ha hecho en nuestro idioma

10 de enero de 2018.- (13 TV Vatican News / Camino Católico)  En su catequesis de este miércoles 10 de enero durante la Audiencia General celebrada en el Aula Pablo VI del Vaticano, el Papa Francisco reflexionó sobre la importancia del silencio en la liturgia de la celebración eucarística e invitó a los sacerdotes a cuidar esos momentos: “Recomiendo vivamente a los sacerdotes que observen este momento de silencio, que sin quererlo podemos arriesgarnos a descuidar”.

El Santo Padre meditó sobre el canto del “Gloria” y la oración de la colecta en la celebración de la Misa, y se centró en el significado de los momentos de silencio.

“En la liturgia, la naturaleza del santo silencio depende del momento específico”,afirmó. Explicó que, durante el acto penitencial, ese silencio ayuda al recogimiento, mientras que tras la lectura o tras la homilía el silencio llama a meditar brevemente sobre aquello que se ha escuchado. Asimismo, después de la comunión, la oración favorece la oración interior de agradecimiento.

El Santo Padre destacó la importancia de escuchar nuestro ánimo y de abrirlo después al Señor: “Tal vez hemos tenido unos días de cansancio, de alegría, de dolor y queremos compartirlo con el Señor y pedir su ayuda, o pedirle que permanezca cercano a nosotros”.

Puede que “queramos pedirle por familiares o amigos enfermos, o que estemos atravesando pruebas difíciles”, o simplemente “pedirle por la Iglesia y por el mundo. Para eso sirve el breve silencio antes de que el sacerdote, recogiendo las intenciones de cada uno, dirija en Voz alta a Dios, en nombre de todos, la oración común que concluye los ritos de introducción, y haciendo la ‘colecta’ de las intenciones individuales”.

“El silencio–continuó– no se reduce a la ausencia de palabras, sino en la disposición a escuchar otras voces: la de nuestro corazón y, sobre todo, la voz del Espíritu Santo”. En el vídeo superior se visualiza y escucha la catequesis traducida al español y la síntesis que el Santo Padre ha hecho en nuestro idioma, cuyo texto completo es el siguiente:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el transcurso  de la catequesis sobre la celebración eucarística, vimos que el acto penitencial nos ayuda a despojarnos de nuestras presunciones y a presentarnos a Dios como realmente somos, conscientes de ser pecadores, con la esperanza de ser perdonados.

Justamente del encuentro entre la miseria humana y la misericordia de divina toma vida la gratitud expresada en el «Gloria», «un himno antiquísimo y venerable en el que la Iglesia, reunida en el Espíritu Santo, glorifica y suplica a Dios Padre y al Cordero» (Ordinario General del Misal Romano, 53).

El exhortar de este himno – «Gloria a Dios en lo alto del cielo» – repite el canto de los Ángeles en el nacimiento de Jesús en Belén, su anuncio gozoso del abrazo entre el cielo y la tierra. Este canto nos implica también a nosotros recogidos en oración: “Gloria a Dios en lo alto del cielo y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”. Después del Gloria, o cuando este no se reza, inmediatamente después del acto penitencial, la plegaria toma una forma particular en la oración llamada colecta, a través de la cual se expresa el carácter apropiado de la celebración, variable según los días y el tiempo del año (ver ibid., 54). Con la expresión ‘oremos’ el sacerdote invita al pueblo a recogerse en un momento en silencio, para que cada uno tome conciencia de estar en la presencia de Dios y hacer surgir, a cada uno en su corazón, las intenciones personales con las que participa en la Misa (cf. ibid., 54). El sacerdote dice «oremos»; y después, viene un momento de silencio, y cada uno piensa en las cosas que él necesita, que quiere pedir, en oración.

El silencio no se reduce a la ausencia de palabras, sino a disponerse a escuchar otras voces: aquellas de nuestro corazón y, sobre todo, la voz del Espíritu Santo. En la liturgia, la naturaleza del sagrado silencio depende del momento en el cual se realiza: ‘Durante el acto penitencial y después en la invitación a la oración, ayuda al recogimiento; después de la lectura de la homilía, es una invitación a meditar brevemente lo que se ha escuchado; después de la Comunión, favorece la oración interior de alabanza y suplica’. Por lo tanto antes de la oración inicial, el silencio ayuda a recogernos en nosotros mismos y a pensar porque estamos ahí. Es esta la importancia de escuchar nuestro espíritu para abrirlo luego al Señor. Tal vez venimos de días de trabajo, de alegría, de dolor, y queremos decirle al Señor, para invocar su ayuda, para pedirle que esté cerca de nosotros; tenemos familiares y amigos que están enfermos o que están pasando por pruebas difíciles; deseamos confiarle a Dios las necesidades de la Iglesia y del mundo. Y para esto sirve el corto silencio antes de que el sacerdote, recogiendo las intenciones de cada uno, exprese en voz alta a Dios, en nombre de todos, la oración común que concluye los ritos introductorios, haciendo precisamente la «colecta» de las intenciones particulares. Os pido a los sacerdotes que observéis este momento de silencio y que no tengáis prisa: «Oremos», y que se haga silencio. Os pido esto a los sacerdotes. Sin este silencio, corremos el riesgo de descuidar el recogimiento del alma.

El sacerdote recita esta súplica, esta oración colecta, con los brazos abiertos es la actitud del que reza, asumida por los cristianos desde los primeros siglos – como lo testimonian los frescos de las catacumbas romanas – para imitar a Cristo con los brazos abiertos en el madero de la cruz. ¡Y allí, Cristo es el orante y dice la oración! En el Crucifijo reconocemos al sacerdote que le ofrece a Dios el culto que a él le agrada, o sea, la obediencia filial.

En el rito romano, las oraciones son concisas pero ricas de significado: se pueden hacer muchas meditaciones hermosas sobre estas oraciones. ¡Tan hermosas! Volver a meditar en los textos, incluso fuera de la misa, puede ayudarnos a aprender cómo acudir a Dios, qué pedir, qué palabras usar. Que la liturgia se convierta para todos nosotros en una verdadera escuela de oración.

 (Después, al saludar a los peregrinos de lengua española, el Papa ha dicho:)

Queridos hermanos:

Dedicamos la catequesis de hoy al canto del gloria y a la oración colecta que forman parte de los ritos introductorios de la Santa Misa. El canto del gloria comienza con las palabras de los ángeles en el nacimiento de Jesús en Belén y continúa con aclamaciones de alabanza y agradecimiento a Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Representa, en cierto modo, un abrirse de la tierra al cielo en respuesta al inclinarse del cielo sobre la tierra.

Después del Gloria viene la oración llamada colecta. Con la expresión “oremos”, el sacerdote invita al pueblo a recogerse un momento en silencio, para que cada uno tome conciencia de estar en la presencia de Dios y formular en su espíritu sus deseos. Hacer silencio significa disponerse para escuchar la voz de nuestro corazón y sobre todo la del Espíritu Santo.

La oración colecta está compuesta, primero, de una invocación del nombre de Dios, en la que se hace memoria de lo que él ha hecho por nosotros, y en segundo lugar, de una súplica para que intervenga. El sacerdote recita esta oración con los brazos abiertos imitando a Cristo sobre el madero de la cruz. En Cristo crucificado reconocemos al sacerdote que ofrece a Dios el culto agradable, es decir, el de la obediencia filial.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en modo particular a los grupos provenientes de España y América Latina. Pidamos a la Virgen María que interceda por nosotros para que la Santa Misa sea de verdad una auténtica escuela de oración, en la que aprendamos a dirigirnos a Dios en cualquier momento de nuestra vida. Que el Señor los bendiga. Muchas gracias.

Francisco

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