Pascal y Eva Kolk, un jóven matrimonio que se enamoró y creció en la fe en la JMJ de Colonia

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* Eva: «En la JMJ comprendí que Dios siempre está ahí, y que ha estado junto a mí durante toda mi vida aunque yo le había ignorado porque pensaba que no le necesitaba»

*Pascal: «Los dos estamos seguros de que fue Dios quien nos puso juntos en el camino en cuanto le abrimos nuestros corazones»

25 de fgeneracin_jmj.jpgebrero de 2011.- «Generación JMJ: 25 años de la JMJ – 25 historias personales» es el título del libro recién editado por Cobel, cuya autora es Cristina Larraondo Erice, en el cual se recogen 25 testimonios que revelan la existencia de una auténtica revolución en el seno de la Iglesia. Millones de jóvenes han participado ya en las JMJ y su vida ha cambiado. Entre otros, cuentan su testimonio un matrimonio holandés, un sacerdote japonés, una estudiante norteamericana, una religiosa contemplativa española, una política de Mali, un seminarista británico, una ejecutiva de Indonesia, un periodista de Togo. Todos ellos pertenecen a la Generación JMJ. El libro incluye el testimonio inédito del único obispo que ha organizado dos JMJ y participado en este acontecimiento desde sus orígenes: el cardenal arzobispo Antonio María Rouco de Madrid.

En el capítulo tres, se relata la historia de un matrimonio holandés de Amsterdam cuyo mutuo amor surgió a orillas del Rin, en la JMJ de Colonia 2005. Son Pascal y Eva Kolk, 34 y 29 años. Pascal es empleado bancario y Eva trabaja de policía. Eva dejó la práctica católica a los quince años y a los diecisiete dejó de estudiar aunque seguía en búsqueda. Ofrecemos el testimonio de este matrimonio en primera persona, que puede leerse en las páginas 33 a 39 del libro.

(Pascal y Eva KolkCobel Ediciones) Me llamo Eva. Nací en 1981 en Delft, una localidad holandesa a mitad de camino entre Rotterdam y La Haya, aunque crecí en Maasdijk. Mis padres me educaron en la fe católica, pero cuando cumplí 15 años empecé a tomar decisiones por mi cuenta. Dejé de acudir a la iglesia porque quería hacer las mismas cosas que mis amigos como divertirme en las discotecas los fines de semana. La verdad es que durante mucho tiempo no eché de menos la práctica religiosa.

Además, a los 17 años abandoné mis estudios y conseguí trabajo en una tienda de deportes. Poco después hice un curso para ser profesora de gimnasia. Sin embargo, todo esto no me satisfacía. Un día decidí hacer el Stille Omgang por Amsterdam, un recorrido por la ciudad que en el siglo XVI sustituía a las
procesiones católicas cuando estas fueron prohibidas en el país tras la reforma protestante. Durante el camino recé a Dios y le pedí que me mostrara el sentido de mi vida. Poco después me di cuenta de que lo que quería de verdad era ser policía, así es que comencé de nuevo a estudiar. Ahora estoy feliz y me encanta mi trabajo, aunque se desarrolla en una zona muy difícil de mi ciudad.

Un día de enero de 2005 mi abuela Grard me preguntó si me gustaría asistir a la Jornada Mundial de la Juventud que se celebraría en agosto en Colonia. Ella es una mujer muy religiosa y me confesó… ¡que le encantaría ser más joven para acudir al encuentro con el Papa! Quería que yo pudiese disfrutar de una
jmj_colonia_2005.jpgexperiencia así y me prometió que me pagaría el viaje. Pero, por aquel entoces, hacía muchos años que yo no ponía un pie en la iglesia y le dije que no me apetecía ir.

Sin embargo, a los pocos días comencé a pensar que quizás era un buen plan pasar unos días en Colonia. ¿Por qué no ir? No tenía nada que perder y, si no me gustaba el ambiente, me volvería a Holanda cuando quisiese. Mis amigos empezaron a gastarme bromas cuando les conté mi proyecto. Me apunté al plan que organizaban conjuntamente mi diócesis de Rotterdam y la de Haarlem: realizaríamos el viaje en barco.

Cuando llegó el momento de zarpar me encontré con la sorpresa de que en el barco ¡viajábamos más de doscientos jóvenes! Como éramos tantos, los organizadores nos dividieron en pequeños grupos al frente de los cuáles había un responsable. El jefe de mi grupo era mi párroco, al que yo no conocía. Pronto
empezamos a tener reuniones en las que cada uno iba contando sin rubor, a pesar de que no nos habíamos visto antes, sentimientos íntimos, dudas de fe, inquietudes…

Yo era la única que tenía una noción muy precaria de la fe católica, pero todos me acogieron muy bien y me hicieron sentir muy a gusto. Pronto me fijé en un chico, Pascal, pero decidí no interesarme demasiado por él porque estaba un poco harta de los hombres. Mi experiencia del amor no había sido buena, siempre había terminado herida y ahora prefería estar sola. Además, en Colonia quería centrar mi vida en otros aspectos. Pero Pascal y yo conectábamos muy bien y nos reíamos mucho juntos. Cuando comenzó a preguntarme demasiadas cosas personales le dejé claro que aquel no era el momento adecuado para el amor. Enseguida me arrepentí porque empezaba a sentir algo muy fuerte por él.

El 17 de agosto, día previo a la llegada del Papa a Colonia, Pascal y yo decidimos escaparnos del plan del grupo y nos fuimos a comer a un Starbucks. Fue una jornada muy especial en la que hablamos de todo menos de nuestros sentimientos. Yo tenía miedo de dar el primer paso y ser rechazada por él. Pero, de vuelta al barco, sucedió lo inevitable y nos cogimos de la mano. Desde entonces Pascal y yo no nos hemos separado. Nos casamos el 4 de septiembre de 2008.

El Papa Benedicto XVI entró en Colonia en un barco colonia_clip_image001.jpgque pasó muy cerca del nuestro, así es que le pude ver muy bien. Fue un momento increíble: el sol brillaba en el cielo, miles de personas le esperaban en las orillas del Rhin, jóvenes sonrientes cantaban y le aclamaban a su paso. La JMJ de Colonia me cambió totalmente. Practicar la fe no siempre es fácil para mí; en ocasiones la veo como una lucha demasiado dura. Pero en la JMJ comprendí que Dios siempre está ahí, y que ha estado junto a mí durante toda mi vida aunque yo le había ignorado porque pensaba que no le necesitaba. Mi abuela tuvo mucho ojo: sabía que yo no era feliz y quiso que experimentara la alegría de la fe. Le estoy muy agradecida porque, además, por su empeño conocí a Pascal, el amor de mi vida.


Me llamo Pascal, nací en 1976 en Amsterdam y trabajo en un banco holandés. Soy católico practicante desde siempre, aunque mi fe se ha movido como el vaivén de una ola: unas veces ha sido importante en mi vida, otras menos; en ocasiones me ha supuesto mucho esfuerzo practicarla, en otras ha sido una bendición. En 2004 hubo en mi ciudad una gran campaña publicitaria que informaba sobre la Jornada Mundial de la Juventud que se celebraría al año siguiente en Colonia, Alemania.

Yo había acudido a la de París en 1997 y a la de Toronto en 2002, así es que no veía ninguna necesidad de participar en una tercera JMJ. Pero a medida que se acercaba la fecha me empezaron a entrar ganas de asistir… ¡y en el último momento me apunté con el grupo de mi diócesis! Por entonces no tenía novia: las cosas no me habían ido muy bien en ese sentido en los últimos años. Como ha contado Eva, mi diócesis (Haarlem) y la suya (Rotterdam) organizaron juntas el viaje en barco. Allí nos reunimos por grupos y, durante las jornadas previas a los encuentros con el Papa, el sacerdote que nos guiaba nos ayudó a profundizar en nuestra fe.

Me impresionaron mucho los testimonios de vida tan sinceros que los diez jóvenes de mi equipo iban contando a los demás, a los que apenas conocían. Una de las chicas del grupo era Eva: desde el primer momento nos encontramos muy a gusto juntos. Ella ya ha relatado lo que sucedió el 17 de agosto, pero yo quiero añadir algo.

Ambos queríamos tener alguna prueba de que estábamos hechos el uno para el otro. Puede parecer una tontería pero a Eva, que le encantan las mariposas, no le pasaron desapejmjcolonia.jpgrcibidas unas cuantas que volaron varias veces a nuestro lado… ¡algo realmente extraño en pleno mes de agosto en Colonia! Y en cuanto a mí, que soy fan de los tractores, me pareció increíble que, cada vez que me sentaba con Eva junto al Rhin, ¡pasaban barcos cargados con tractores!

Fuera de bromas, los dos estamos seguros de que fue Dios quien nos puso juntos en el camino en cuanto le abrimos nuestros corazones. Vivir una JMJ enamorado fue una experiencia maravillosa. Nunca olvidaré la primera Misa en la que estuvimos juntos como pareja: recuerdo el precioso sermón del obispo de Paramaribo (Surinam). Sus palabras, junto con mis sentimientos hacia Eva, me
llenaron de una enorme alegría. Tres años después nos casó el sacerdote guía de nuestro grupo.

Colonia ocupa desde entonces un lugar especial en mi corazón junto con Starbucks. Es una suerte compartir la fe con mi esposa: es un valor añadido a nuestro matrimonio. En la JMJ descubrí también que hay muchos jóvenes en el mundo dichosos de vivir la fe católica; saber que ellos están ahí, que yo no estoy sólo, me llena de fuerza cada día.

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