Pauline con secuelas de un accidente y una enfermedad neurológica: «Le digo: ‘Señor, te ofrezco mis dolores. ¡Tómalos y lánzalos como flores sobre el mundo!’ Y lo hace»

«Gracias a esta enfermedad y a estas secuelas del accidente, encontré un camino de profunda y duradera felicidad, un camino de alegría. A diario sigue siendo un calvario, pero jamás estoy triste, ¡jamás! Siento una alegría y una paz permanentes, porque el Señor me ayuda a soportarlo, me ayuda, me empuja, tira de mí, me lleva. Está conmigo todos los días, a cada paso. ¡Ha sido un descubrimiento absolutamente maravilloso!» 

A.L.M. / Camino Católico.- Pauline lucha contra las secuelas de un grave accidente que le sucedió esquiando y contra la enfermedad neurológica de Lyme que la hace sufrir a diario. Ella  Hasta el día en que “comprendí que Dios estaba ahí para mí y solo esperaba una cosa, que yo descargase sobre Él este fardo, que Él lo llevaría por mí… ¡mi vida quedó transformada!”, dice en un vídeo de  Découvrir Dieu. Esta es su historia contada en primera persona.

Pauline vive con las secuelas del accidente que padeció y con su grave enfermedad neurológica, pero es feliz todos los días porque pone en las manos de Dios su sufrimiento
«Cómo Dios transformó todos los sufrimientos de mi vida en una felicidad profunda»

Mi nombre es Pauline y les voy a contar cómo Dios literalmente transformó todos los sufrimientos de mi vida en una felicidad profunda, una auténtica alegría y un regalo enorme.

Hace unos nueve años, siendo una niña, sufrí un grave accidente cuando esquiaba: Caí sobre la cabeza y sufrí un importante traumatismo craneal y perdí la memoria durante veinticuatro horas…  Las secuelas de aquel accidente tuve perduran hoy.

Seis meses después del accidente me diagnosticaron la enfermedad de Lyme, una infección bacteriana que se transmite por la picadura de garrapata y que en algunos casos puede evolucionar hacia dolor articular y muscular grave, disfunciones cognitivas, somnolencia incontrolable.

Las secuelas del accidente y la enfermedad me han producido consecuencias físicas graves en el día a día.

Todos los días tengo numerosos problemas, sobre todo neurológicos. Padezco grandes dolores de cabeza, como si la tuviera metida en una prensa y la sensación de que se me va a romper, o bien lo contrario, de que mi cerebro va a estallar. Sufro una fatiga extremadamente pesada que me duerme durante todo el día y tengo que luchar contra el sueño porque me duermo de golpe y no puedo mantenerme despierta.

Además tengo problemas de equilibrio, por los que a veces me tienen que ayudar a andar porque no puedo hacerlo por mí misma. Padezco problemas de memoria, de concentración. Sufro problemas respiratorios: a veces, a poco que me muevo me agoto y tienen que ayudarme, por ejemplo, a subir las escaleras o simplemente a caminar. Y además tengo afectada la visión, y la audición. Todo ello, muy incapacitante en el día a día.

Pauline contando su testimonio de fe y cómo afronta su vida con Dios

Estaba destinada a tener estos problemas toda mi vida. Y tenía 13 años. Era un golpe tremendo.

Entonces comencé un periodo de combates muy difícil, porque tenía que afrontar esta violencia que padecía a diario. Un periodo de desesperación: yo no rezaba a Dios para que me ayudase, porque quería luchar con mis propias fuerzas, hacía todo lo que podía para sobrevivir. Y eso me hacía muy infeliz, porque no lo conseguía, era demasiado débil para afrontar toda esa violencia cotidiana.

Al cabo de dos años de esta dura batalla, conoció a una persona “a través de la cual se reveló el Señor”. Padecía la misma enfermedad que ella, pero conseguía lo que ella no: ser feliz. ¿Así que sufrir no te hace necesariamente desdichada?, me dije. Esta persona me explicó que era Dios quien le daba esa felicidad. Pensé: ‘Hace años que lucho con mis propias fuerzas y he olvidado confiarme en Dios’. Y lo cierto es que Él solo quiere una cosa: que me apoye en Él, que no luche con mis fuerzas sino que descanse en las suyas”.

Pasados dos años viviendo en esa lucha diaria, conocí a una persona a través de la cual se reveló el Señor. Padecía la enfermedad de Lyme como yo. Y ella dio testimonio de que era feliz. Y me abrió los ojos. ¿Así que sufrir no te hace necesariamente desdichada?, me dije. Esta persona me explicó que era Dios quien le daba esa felicidad. Pensé: ‘Hace años que lucho con mis propias fuerzas y he olvidado confiarme en Dios’. Y lo cierto es que Él solo quiere una cosa: que me apoye en Él, que no luche con mis fuerzas sino que descanse en las suyas.

Fue así como Dios realmente vino a mí para decirme: ‘¡Eh, bonita, que estoy aquí! ¡No te olvides de mí! ¡Estoy aquí para ti!’ Lo comprendí a través de distintos sucesos que pasaron. Y una vez comprendí que Dios estaba ahí para mí y solo esperaba una cosa, que yo descargase sobre Él este fardo, que Él lo llevaría por mí… ¡mi vida quedó transformada!

Los dolores continuaban y aún continúan, pero empezó a vivirlos “de una forma totalmente distinta”: “Ya no eran fuente de desesperanza ni de tristeza. Podía ofrecerlos para, de alguna manera, participar en los sufrimientos de Jesús camino del Calvario y en la Cruz. ¡Es un gran misterio! Cada vez que sufro, le digo: ‘Señor, te ofrezco mis dolores. ¡Tómalos y lánzalos como flores sobre el mundo!’ Y sé que Él lo hace, me lo ha demostrado más de una vez”.

Y así, todos los dolores que experimenté desde el principio no se disiparon: siguen presentes, y todavía hoy. Sin embargo, los empecé a vivirlos, gracias a Dios, de una forma totalmente distinta. Estos sufrimientos ya no eran fuente de desesperanza ni de tristeza. Podía ofrecerlos para, de alguna manera, participar en los sufrimientos de Jesús camino del Calvario y en la Cruz. ¡Es un gran misterio! Cada vez que sufro, le digo: ‘Señor, te ofrezco mis dolores. ¡Tómalos y lánzalos como flores sobre el mundo!’ Y sé que Él lo hace, me lo ha demostrado más de una vez.

De esta forma, gracias a esta enfermedad y a estas secuelas del accidente, encontré un camino de profunda y duradera felicidad, un camino de alegría. A diario sigue siendo un calvario, pero jamás estoy triste, ¡jamás! Siento una alegría y una paz permanentes, porque el Señor me ayuda a soportarlo, me ayuda, me empuja, tira de mí, me lleva. Está conmigo todos los días, a cada paso. ¡Ha sido un descubrimiento absolutamente maravilloso!

 Pauline

El video del testimonio de  Pauline en francés


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