Tatiana Ramírez tiene trillizos, sufre derrame cerebral y su esposo Gildardo cuida su vida y la de sus hijos

* «Luchamos para que ahora nuestros hijos disfruten de la vida que Dios les dio ese miércoles santo», dice el papá

 33444 de julio de 2011.- Gildardo Ospina, un contador público bogotano, transmite paz. Sentado en el sofá de su casa, sonríe al ver a sus hijos divirtiéndose con su esposa.Son las 4 p.m., hora en que todos juegan en una colchoneta azul de tres metros de largo por igual de ancho. Tatiana lanza un pequeño balón amarillo de rombos coloridos. Felipe lo agarra, lo babea y se lo tira a su papá.

-Tati, recíbelo, te lo voy a tirar; va por la derecha -dice Gildardo, dulcemente.

Con ojos entreabiertos, Tatiana, ingeniera de sistemas, estira poco a poco su mano. Aunque le cuesta, trata de hacerlo como le enseña María del Carmen Patiño, su terapeuta, pero no logra agarrarlo.No importa, basta con el esfuerzo que hace. El balón se va rodando por la colchoneta.

La entrega de Gildardo se ve y se siente: en muchos se hubiera marchitado esta historia amorosa y paternal. Él se ha mostrado valiente y aguerrido desde el primer día de la «adversidad familiar»: el nacimiento de sus trillizos idénticos (un caso poco común en el mundo) y el derrame cerebral de su esposa, Tatiana Ramírez, dos días después del parto. «Tatiana es una mujer maravillosa, a quien solo debieron sucederle cosas buenas», comenta Mónica, su hermana.

(Mónica Toro / El Tiempo) Gildardo luce sereno.Su paciencia y la dedicación a su familia dan fe de la enormidad de su corazón: se levanta a las 4 de la mañana, baña a su esposa, le da el desayuno, bendice a sus hijos, sale al trabajo y extraña a Tatiana en el curso de la jornada. En la tarde, regresa a su casa, consiente a su esposa, la besa, le relata su día, juega con su ‘trillimanía’, hace tareas con su hija mayor, cenan en familia y, luego, descansa en el regazo de su esposa.

Tiene a su cargo no solo la conducción y el amor a su familia, sino la responsabilidad de manejar a las empleadas que lo acompañan en la labor de ser el gran papá que es.«Don Gildardo ha demostrado ser no solo el mejor papá, sino el más grande ser humano. Su dedicación no tiene precio ni comparación. Es intachable», señala Ximena Rivera, la ayudante en los cuidados de los bebés.

Factores en contra

Al tercer mes de embarazo, a Tatiana y a Gildardo los informaron de que eran tres bebés los que venían en camino. «Fue una desmesurada alegría saber que, por fin, después de cinco años de búsqueda, lográbamos un embarazo de forma natural. Nos enorgullecimos y, a la vez, nos preocupamos», recuerda Gildardo, alborozado. Desde el punto de vista médico, el embarazo era bastante poco común, pues los bebés compartían la misma placenta. Según la gineco-obstetra Giuliana Puccini, encargada del parto, esto sucede muy raramente y es un caso que solo recientemente se ha conocido en Colombia. Por todo esto, era un embarazo de alto riesgo. Se sumaban, además, tres abortos de Tatiana, tratamientos para perder peso y su edad: 41 años.

Al cuarto mes de gestación, Tatiana fue internada en la clínica. Empezando la semana 27, los médicos determinaron que algo andaba mal. Uno de los bebés, que hoy se llama Felipe, tenía dos semanas de crecimiento menos que sus hermanitos. Por eso llegaron a la conclusión, tras varias juntas médicas, de que lo mejor era acelerar el nacimiento. Había susto. En la semana 27, los pulmones, el hígado y el sistema inmunológico de los bebés no han madurado lo suficiente, pero Tatiana y Gildardo se arriesgaron. «Teníamos que respetar uno de sus derechos: la vida», relata.

Acompañada de múltiples oraciones, ella ingresó al parto. Se esperaba que nacieran de un kilo, lo normal para la semana 27. Pero Felipe pesó 708 gramos. Santiago, 905. Y Nicolás, 833. Casi lo que pesa una botella de agua. Un motivo más para encomendarlos a Dios. Salvarlos era la urgencia de Gildardo: «Empecé una batalla contra la muerte. Era yo, finalmente, quien también moría: moría de amargura, de desespero, de intranquilidad. Estaba agobiado. ¿Podrán salvarse mis angelitos con tantos chuzones, cirugías y transfusiones?».

No solo se salvaron. Hoy son pequeños que no solo han sobrevivido a 15 transfusiones, a las múltiples gripas, infecciones y dolores a los que están expuestos los prematuros. Hoy son un caso médico y humano digno de contar.

Juan Gabriel Piñeros, jefe de la Unidad de recién nacidos de la Fundación Universitaria Santa Fe, quien estuvo a cargo de los trillizos, cree que esta es una historia con un comienzo singular y que, pese a tantos factores en contra, ha tenido un desarrollo maravilloso. «Es la primera vez en la vida que recibo a unos trillizos nacidos de una misma placenta. Estos niños son de admirar: luchadores y amantes puros de la vida. Sufrieron como ningún otro, pero tuvieron una recompensa: su papá. Gildardo es único. Resalto su extremo autocontrol y la entrega total a su familia. Supera todos los límites», dice el doctor Piñeros, convencido de que como Gildardo no hay dos.

Tatiana sufre un derrame

Al siguiente día del parto, Tatiana bajó tan solo unos minutos a visitar a sus tres hijos. Estaban en una incubadora. El júbilo de verlos vivos se mezclaba con un quebranto abrumador de saber que no habían sido recibidos con una palmada en sus nalgas, como suele hacerse con los bebés para inducir el funcionamiento de sus pulmones, sino con un procedimiento para oxigenarlos artificialmente. Antes de regresar al cuarto, le dio las gracias a Dios por haberle permitido hacer realidad su sueño: ser de nuevo mamá.

La mañana del primero de abril fue normal. A las 4 de la tarde de ese día, Tatiana decidió acostarse a dormir un rato, pero su sueño duró más de un mes. Fueron cuatro vidas unidas por un grave riesgo. «Diagnóstico: hemorragia con daño en el tallo cerebral y estado de mínima conciencia, sin ninguna causa aún conocida», recuerda Germán Peña, neurocirujano encargado del caso.

La vida continúa

Un día, sin más, despertó. Su comunicación con el exterior, su única señal de vida posible, era levantar el índice de la mano derecha.Hoy, al cabo de ocho meses de estar en casa, a Tatiana se le ve dando pasos agigantados: sacar la lengua, mover la mano, sentarse, sonreír, comprender todo, comer y respirar por sí misma. Selecciona su ropa y sus accesorios. Se peina, pide que la maquillen y que le apliquen crema y perfume. Da besos y abrazos, escribe los nombres de sus hijos y de su esposo y los entrelaza en un corazón. Va a mercar, les compra ropa a sus hijos. Los siente.

Tatiana, más que una mujer en recuperación, es un ejemplo de amor hacia su familia, que la sacó de ese coma que a la luz de la ciencia médica parecía perpetuo. Solo se le ve gozo. Lucha en su silencio, a sabiendas de que nadie creía en su recuperación ni en la de sus hijos.

Los Ospina Ramírez se sienten bendecidos y sorprendidos por la recurrencia del número tres en su vida. Tatiana, Gildardo y Andrea eran tres. A Tatiana la vida le quitó tres hijos en sus abortos, pero también le entregó otros tres.

Hoy, Gildardo, con la ayuda de su ‘Tati’, de sus enfermeras, de Andrea, su hija mayor, de las familias y de los amigos de ambos, educan a sus hijosy perseveran por compensarles el sufrimiento que padecieron de recién nacidos.  «Luchamos para que ahora nuestros hijos disfruten de la vida que Dios les dio ese miércoles santo», dice el papá.

A la hora de despedirme, Tatiana lo hace con una seña de positivismo inconfundible: levanta su mano y su pulgar.

 

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