Testimonio de Amal, que recuerda las palabras de su hijo muerto en un bombardeo en Alepo: “no tengas miedo, mamá, de los que pueden matar el cuerpo, pero no pueden matar el alma”

Lo cuenta la hermana María de Guadalupe desde un barrio cristiano del centro de esta histórica ciudad de Siria, uno de los tantos castigados sin descanso por las bombas que al azar “llueven” sobre sus calles y edificios

“Porque no soy la única que sufre. Hay tantas familias destrozadas en Siria. La Virgen se lo ha llevado y lo tiene en sus brazos. Ahora Ella lo cuida mejor de lo que yo podría hacerlo. Él ya estaba preparado para el Cielo!”

15 de noviembre de 2013.- (Hna. María de Guadalupe, SSVM / Forum Libertas / Camino Católico) Voy a relatar una historia muy dolorosa. La relato convencida de que aun siendo trágica puede provocar efectos saludables en muchos, como lo ha hecho en nosotros y en tantos otros. 

Amal es madre de cuatro jóvenes varones. Ella apenas ha pasado los 50, ellos todos ya graduados y aún solteros. Muchachos emprendedores, abnegados, y de seria vida cristiana. Extrañamente maduros para su edad. Una familia muy unida, unida por los lazos de una fe sólida y asentada. 

Viven en un barrio cristiano del centro de la ciudad de Alepo, uno de los tantos castigados sin descanso por las bombas que al azar “llueven” –como dicen acá- sobre sus calles y edificios. Amal sufría de pensar que alguna pudiera caer sobre su casa, como les ha pasado a tantas familias. Su hijo mayor, Naum, le decía entonces: “no tengas miedo, mamá, de los que pueden matar el cuerpo, pero no pueden matar el alma”. Ella se tranquilizaba con estas palabras y una vez más ponía su familia en manos de Dios. 

Llegó el día en que Naum debió hacerse una pequeña intervención quirúrgica. Su madre insistía para que buscara un hospital cualificado donde hacerla, pero él se decidió por el que estaba cerca de su casa, ya que se trataba de una simple operación que implicaría apenas unas horas de internación. 

Eran alrededor de las 10 de la mañana cuando ya operado lo derivaron a una habitación donde esperaría al doctor que le diese el alta. Desde la ventana podía divisar la Iglesia, que se alzaba señorial entre los desparejos edificios. Su madre lo acompañaba. Era el hijo mayor, el primogénito, “portador de la descendencia” en el contexto cultural árabe, por lo que ella le tenía especial dilección. La vida piadosa que llevaba se dejaba traslucir en sus conversaciones, profundas y maduras, pero a la vez alegres y joviales, mechadas de tanto en tanto con frases de la Biblia que, como muchos cristianos aquí, conocía en gran parte de memoria. 

Se entretenían conversando. Eran pasadas las 12 del mediodía y el doctor se tardaba en llegar. Cuando entonces tembló el hospital entero por la caída de un misil en el edificio contiguo. Naum calmando a su madre le dijo que corriera a pedir asistencia para que lo cambiaran de habitación, pues la suya daba a la calle y temía que, como es habitual, se sucedieran las explosiones. Apenas se había retirado cuando ocurrió un segundo estruendo, mucho más estrepitoso, provocado por un misil caído justo frente al hospital. Amal, que iba por las escaleras en busca de ayuda, se volvió desesperadamente a la habitación para proteger a su hijo. Pero Naum ya “dormía”… Las esquirlas de aquel misil habían impactado sobre las ventanas de la habitación y una de ellas fue a dar a su costado derecho, atravesándole el corazón. 

Naum fue la única víctima mortal en aquellas dos monstruosas explosiones… ¿Qué consuelo puede encontrarse en esta tierra para una madre que así pierde a su hijo? ¿Qué bálsamo podría aliviar semejante dolor? Sin embargo allí la vemos, participando de la Santa Misa, y llorando silenciosamente mientras reza. Reza por todas las madres que, como a ella, la guerra les ha arrancado a sus hijos. “Porque –dice- no soy la única que sufre. Hay tantas familias destrozadas en Siria”. Y mientras fracasan quienes pretenden consolarla con razonamientos humanos, ella se conforta recordando una y otra vez las palabras de su hijo: “no tengas miedo, mamá, de los que pueden matar el cuerpo, pero no pueden matar el alma!”. 

“La Virgen se lo ha llevado y lo tiene en sus brazos. Ahora Ella lo cuida mejor de lo que yo podría hacerlo” -me dice mientras solloza-. Y levantando los ojos iluminados de esperanza concluye sonriendo:“¡Él ya estaba preparado para el Cielo!”. 

Hna. María de Guadalupe, SSVM

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