Tiempos de Getsemaní / Por Jordi Rion Vallés

*  «Mediante la oración Jesús llenó su lámpara de aceite a rebosar, obtuvo consuelo divino y consiguió las fuerzas necesarias para seguir adelante. En lugar de esperar resignadamente al enemigo, se levantó con decisión y valentía, yendo al encuentro de sus captores. A ellos quiso recibir, no con la espada (cf. Lc 22,51; Jn 18,10-11) sino con el poder de Dios (cf. Jn 18,6). El amor lo llevó a la victoria de la Cruz usando las armas espirituales y no las materiales. Recordando las palabras inspiradas escritas por Santiago: «¿Está alguno entre vosotros afligido? Haga oración» (st 5,13). Por eso es preciso orar sin cesar unos por otros para salir victoriosos de tantos getsemaní, personales, sociales, mundiales. ¡Nunca estaremos solos!»

Jordi Rion / Camino Católico.- Algo trascendental y de vital importancia sucedió en un huerto llamado Getsemaní cuando los cuatro evangelistas quisieron dejar constancia de aquel intenso momento. En aquellas complejas horas convergen una serie de elementos centrados en la Persona de Jesús quien, como siempre, nos da un perfecto ejemplo de cómo actuar, tanto a nivel personal como social.

Cuando Jesús necesitaba más apoyo de los suyos, recibió abandono y soledad. Por un lado no le apoyaron espiritualmente; los suyos se quedaron dormidos (cf. Mt 26,40.43). Por otro lado no le acompañaron físicamente; cuando fue arrestado «todos los discípulos lo abandonaron» (Mt,26,56). Realmente, a Cristo, después de haber entregado su vida para sanar y salvar a otros, lo dejaron solo cuando necesitaba el apoyo de los supuestos discípulos más fieles; «Toma consigo a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir pavor y angustia. Y les dice: mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad. (Mc 14, 33-34)). La famosa traición de Pedro, al cantar el gallo (cf. Mc 14,66-72), sólo fue la punta de un gran iceberg de traiciones. ¿Dónde estaban los que acudían a Él en las fiestas y alegrías?. La debilidad humana sometida a la pereza, el miedo y la incapacidad para interpretar la relevancia del momento, bloquearon todo ápice de fidelidad al Maestro.

También, según numerosos testimonios de líderes cristianos, una de las experiencias por las que generalmente pasan muchos santos es la soledad. En momentos cruciales no siempre es fácil encontrar apoyo intercesor; cuando se necesita iniciar un nuevo proyecto parece materializarse la parábola de los comensales que no se presentaron al banquete de bodas (cf. Mt 22) y ya sea por pereza, miedos o la falta de entendimiento, muchos proyectos cimentados en la visión de un instrumento de Dios pasan por esta dura experiencia de la soledad. Unos lo llaman tiempo de maduración, otros de discernimiento, otros traición, etc…

Como «el discípulo no es más que su maestro» (Mt 10,24), de igual modo que a Jesús le traicionaron los más cercanos, a los cristianos nos puede suceder de forma semejante. Seguro que muchos podrían dar testimonio de ello.  A veces, quien más recibe más traiciona.

Más allá del ministerio de los cristianos, la soledad se ha convertido en una plaga de la sociedad moderna, independientemente de sus creencias. Siempre se unen la deficiente vida espiritual con el abandono presencial para dar lugar a omisiones que generan desamparo. Ciertamente, el mundo está experimentando su propio tiempo de Getsemaní cuando se está desamparando y eliminando a los indefensos y dependientes, desde la más pura inocencia del no nacido hasta la bellísima experiencia del anciano, pasando por millones de refugiados, hambrientos, explotados, abusados, etc… Los cuales no cesan en su clamor de socorro. Jesús continúa llamando a sus discípulos, supuestamente más fieles, para estar a su lado, tanto de forma espiritual, como humana a través de aquellos que claman auxilio.

Como es lógico pensar, el abandono genera sufrimiento y angustia. hemos oído que Jesús sudó sangre (cf. Lc 22,44) y esta expresión se ha convertido en una frase hecha para ocasiones análogas. En estos tiempos de Getsemaní mundial, la humanidad no solo suda sangre sino que se está desangrando. Pero, así como Jesús sufrió siendo plenamente conocedor de la profunda realidad y significado de los acontecimientos, y ofreciéndose voluntariamente para cumplir la voluntad de Dios, en nuestros días, millones de personas sufren y mueren sin sentido, sin misión, sin piedad… sin saber el por qué.

Es revelador conocer la etimología de la palabra Getsemaní para encontrar la salida. No se trata de una salida, entre varias posibilidades, no. ¡Sólo hay una salida!. Pues bien, el origen de Getsemaní es una palabra aramea cuyo significado es “prensa de aceite”. Esto evoca a la maravillosa parábola de las diez vírgenes (cf. Mt 25,1-13), donde las prudentes se proveyeron del aceite necesario. En este legendario huerto con olivos que generan el aceite para la vida material, Jesús se abasteció del aceite sobrenatural para superar victoriosamente el tiempo de lucha.

En la actualidad, somos conocedores de numerosas guerras en el mundo, aunque unas trasciendan más que otras. La de Ucrania por su cercanía europea ha sido cubierta periodísticamente con imágenes y testimonios de sufrimiento y crueldad que han entrado en nuestros hogares. Lejos de buscar interpretaciones a tales hechos ni de interpretar el derecho a la defensa propia, quisiera únicamente remarcar unas palabras del presidente de Ucrania cuando pedía ayuda internacional. Él decía: “sólo pedimos tres cosas: armas, armas, armas”. El mundo vive su Getsemaní y el diablo intenta aprovechar los tiempos de flaqueza para generalizar la destrucción e iniquidad. Lleva las situaciones al límite y ofrece falsas salidas para dilatar el sufrimiento.

Volviendo al Getsemaní original, la situación se había vuelto prácticamente insoportable para Jesús. En su agonía se evidencia la lucha contra la furia y poder de Satanás que aprovecha los momentos de debilidad para atacar perversamente y sin piedad. Había llegado la hora del poder de las tinieblas (cf. Lc 22,53). Y, ¿Cuál fue la solución?: Oración, oración y oración.

La falta de apoyo y compañía, seguramente por la necesidad humana de sentir la cercanía de los suyos, fue suplida por un ángel que lo confortaba (c. Lc 22,43), al cual se le ha identificado por algunas tradiciones como Egudiel, Miguel o Gabriel. ¡Dios no nos dejará solos si acudimos a Él!

Mediante la oración Jesús llenó su lámpara de aceite a rebosar, obtuvo consuelo divino y consiguió las fuerzas necesarias para seguir adelante. En lugar de esperar resignadamente al enemigo, se levantó con decisión y valentía, yendo al encuentro de sus captores. A ellos quiso recibir, no con la espada (cf. Lc 22,51; Jn 18,10-11) sino con el poder de Dios (cf. Jn 18,6). El amor lo llevó a la victoria de la Cruz usando las armas espirituales y no las materiales.

Recordando las palabras inspiradas escritas por Santiago: «¿Está alguno entre vosotros afligido? Haga oración» (st 5,13). Por eso es preciso orar sin cesar unos por otros para salir victoriosos de tantos getsemani, personales, sociales, mundiales. ¡Nunca estaremos solos!

Jordi Rion Vallés


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