Comentario del evangelio del Domingo: Comiendo su Carne y bebiendo su Sangre, Jesús habita en nosotros y nosotros en Él / Por P. José María Prats

“Y hoy, tantas y tantas personas que se declaran “católicos no practicantes” han optado por hacer oídos sordos a este «lenguaje tan duro» (Jn 6,60) de Jesús: «si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros». Pero el Señor, que conoce y se compadece de nuestra debilidad, ha querido sostenernos en la fe mediante signos extraordinarios –los llamados milagros eucarísticos– que ha realizado sobre todo en momentos en que se ha puesto en duda su presencia real en la eucaristía. El más conocido es el milagro de Bolsena”

Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo – Ciclo A:

Deuteronomio 8, 2-3.14b-16a / Salmo 147 / 1  Corintios10, 16-17 / Juan 6, 51-58

18 de junio de 2017.-  (P. José María Prats / Camino CatólicoPara meditar en este día el misterio del Santísimo Cuerpo y Sangre del Señor, la liturgia nos propone el discurso eucarístico de Jesús, un pasaje de una claridad y contundencia extraordinarias: el pan que Jesús dará es su Carne para la vida del mundo; comiendo su Carne y bebiendo su Sangre en un contexto de amor y obediencia a su palabra, Jesús habita en nosotros y nosotros en Él; más aún, si no hacemos esto, no tenemos vida espiritual en nosotros.

El texto del evangelio que sigue a este pasaje dice que estas palabras de Jesús escandalizaron a muchos de sus discípulos, los cuales desde ese momento dejaron de seguirlo. Esta reacción, de hecho, se ha seguido produciendo a lo largo de la historia: muchos cristianos se han negado a aceptar la presencia real de Jesucristo bajo las especies del pan y del vino. La Reforma Protestante, por ejemplo, liquidó sin más este misterio. Y hoy, tantas y tantas personas que se declaran “católicos no practicantes” han optado por hacer oídos sordos a este «lenguaje tan duro» (Jn 6,60) de Jesús: «si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros».

Pero el Señor, que conoce y se compadece de nuestra debilidad, ha querido sostenernos en la fe mediante signos extraordinarios –los llamados milagros eucarísticos– que ha realizado sobre todo en momentos en que se ha puesto en duda su presencia real en la eucaristía. El más conocido es el milagro de Bolsena.

En el siglo XI, el teólogo francés Berengario de Tours empezó a poner en duda la presencia real de Jesucristo en la eucaristía, y durante los siglos XII y XIII sus teorías fueron sostenidas también por los cátaros. En este contexto, un sacerdote de Bohemia llamado Pedro de Praga, atormentado por la duda de la presencia real de Jesús en la eucaristía, decidió peregrinar a Roma en el verano de 1263 para reforzar su fe. De regreso a su tierra paró en la localidad de Bolsena y pidió celebrar la misa en la Basílica de santa Cristina. En el momento de la consagración, después de haber implorado al Señor que se desvaneciesen sus dudas, la sagrada forma comenzó a sangrar sobre el corporal. Asustado y confuso, el sacerdote interrumpió la celebración y envolvió la hostia en el corporal. Al conocer la noticia, el Papa Urbano IV, residente en aquel momento en la ciudad vecina de Orvieto, envió al obispo local a investigar la veracidad de los hechos y traer las reliquias. Éstas fueron recibidas por una solemne procesión liderada por el mismo Papa quien, arrodillándose, adoró la Sangre de Cristo contenida en el corporal y mandó custodiar las reliquias en la Catedral.

Movido por este milagro, en 1264, Urbano IV extendió a toda la Iglesia con la bula Transiturus la solemnidad del Corpus Christi nacida en 1247 en la diócesis de Lieja para celebrar la presencia real de Cristo en el eucaristía cuestionada por Berengario de Tours. Santo Tomás de Aquino, por encargo del Papa, compuso para esta fiesta el famoso himno Pange lingua / Tantum ergo. Por otra parte, la piedad suscitada por la presencia de estas reliquias, movió a los ciudadanos de Orvieto a edificar una nueva catedral, que sería una de las obras maestras del gótico italiano.

Estos signos se han ido repitiendo a lo largo de la historia. En el año 2013, por ejemplo, en la Parroquia de San Jacinto de la ciudad polaca de Legnica, en una sagrada forma que había caído al suelo y había sido depositada en agua para que se disolviera, apareció un tejido rojo. El obispo de la ciudad estableció una comisión para investigar el hecho. Sin revelar su procedencia, se pidió a dos laboratorios médicos el análisis de dos muestras de aquel tejido. Los dos análisis dieron el mismo resultado a pesar de usar técnicas forenses distintas: “se puede afirmar con claridad que se trata de tejido de miocardio, o sea, del corazón, y aparecen las características del músculo estriado transversal del corazón en agonía”.

El Señor, pues, sigue hablando alto y fuerte, confirmando las palabras del evangelio de hoy. El que tenga oídos, que oiga.

P. José María Prats

Evangelio

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:

«Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo».

Disputaban los judíos entre sí:

«¿Cómo puede este darnos a comer su carne?».

Entonces Jesús les dijo:

«En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.

Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.

El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.

Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mi.

Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre»

Juan 6, 51-58

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