El padre Franck Bango evangeliza a los pigmeos, pero le costó dos años ser aceptado por ellos, y revela cómo consiguió que fueran a misa y abandonaran las supersticiones

“Pensaban que Cristo no era compatible con sus tradiciones, pero yo descubrí que los pigmeos ya vivían determinados valores evangélicos sin tan siquiera saberlo. Se casan para toda la vida, y el concepto de divorcio es inexistente entre ellos, como también lo es la poligamia. No son para nada materialistas, carecen de dinero. Para ellos, sus bienes son su familia. Además, le dan mucha importancia a la verdad. Cuando les expliqué su proximidad con la doctrina de la Iglesia, las cosas empezaron a cambiar pues empezaron a escucharme”

4 de abril de 2018.- (J.L. / Religión en Libertad  Camino Católico)Los pigmeos, conocidos por ser una de las etnias de menor estatura en todo el mundo, viven como seminómadas en la selva que actualmente engloba a Congo, Camerún y Gabón viviendo de la caza con flechas y jabalinas, la pesca y la recolección. Sin embargo, es un pueblo amenazado, que cada año ve más reducida la tierra en la que siempre estuvieron debido a las explotaciones. Su número se estima ahora mismo entre los 150.000 y 200.000.

El padre Franck Bango es el primer responsable de la primera parroquia de pigmeos de todo el Congo. Le costó años ser aceptado y aún sigue haciendo misión con ellos para que abandonen completamente elementos de brujería y otra serie de cosas que les hacen un enorme daño.

Una parroquia solo para los pigmeos

Aunque los pigmeos de su parroquia no son los primeros católicos hasta ahora los pocos que había iban a los templos de los poblados a los que se iban moviendo, territorio que abarcaba varias diócesis. Esta misión la iniciaron los Espiritanos primero en los años 60 del pasado siglo y luego las misioneras franciscanas de María. Pero la verdadera novedad, explica este sacerdote a Ayuda a la Iglesia Necesitada en Francia, ha sido “crear en su poblado una parroquia fundada a petición suya y mantenida por ellos mismos”.

Bango llegó a esta comunidad de pigmeos en 2014. “No vine para dar apoyo financiero ni para ofrecer un servicio humanitario, como hacen las religiosas hasta hoy presentes en los ámbitos sanitario y escolar. Vine a evangelizar y punto. Los pigmeos eran algo reticentes”, cuenta este sacerdote.

Dos años hasta que le aceptaron

Esta desconfianza se producía en primer lugar, recuerda el padre Bango, porque no le conocían. De hecho, explica que “fueron necesarios dos años para que me aceptaran. He vivido con ellos, me he ido a pescar con ellos… Además, pensaban que Cristo no era compatible con sus tradiciones, pero yo descubrí que los pigmeos ya vivían determinados valores evangélicos sin tan siquiera saberlo”.

Entre esta serie de valores, el religioso destaca que “los pigmeos se casan para toda la vida, y el concepto de divorcio es inexistente entre ellos, como también es la poligamia. No son para nada materialistas, carecen de dinero incluso para comprarse un televisor. Para ellos, sus bienes son su familia. Además, le dan mucha importancia a la verdad”.

Una memoria fuera de lo común de los pigmeos

Fue con estos mimbres con los que este sacerdote empezó a evangelizar de verdad a esta comunidad de pigmeos. “Cuando les expliqué su proximidad con la doctrina de la Iglesia, las cosas empezaron a cambiar pues empezaron a escucharme, y como están dotados de una memoria fuera de lo común, lo retenían todo. De pronto, en junio de 2016, celebramos las dos primeras bodas con bautizos. En 2017, esas personas hicieron la Confirmación, y uno de ellos ya es catequista. En junio de 2018 habrá nuevas bodas”.

En total, la comunidad de pigmeos que abarca puede alcanzar unos 3.000 que están repartidos por toda la diócesis mientras que más o menos un centenar está en la parroquia situada en el poblado de Peké.

En estos momentos la mayoría de estos pigmeos acude a misa todos los domingos. Pero le costó bastante al sacerdote que así fuera. Cuenta que “en los primeros tiempos, cuando llegaba el fin de semana y celebraban su fiesta de circuncisión, una práctica tradicional en la que los jóvenes varones pasan a la madurez, bebían tanto el sábado que el domingo estaban demasiado borrachos y me decían: ‘padre, hoy va a rezar solo’. Entonces intenté explicarles que el alcohol hacía que sus mujeres e hijos los respetaran menos, y esto, poco a poco, empezó a surtir efecto. Ahora siguen acudiendo a las fiestas, pero ya no beben tanto… ¡para poder acudir a Misa al día siguiente!”.

El ejemplo del elefante

Otra de las consecuencias de esta vivencia de la fe cristiana es el no robar ni coger lo que les ajeno. “Ellos no tienen la cultura del ‘granero’, de la economía, porque no disponen de medios materiales para ello, como por ejemplo un frigorífico, y esto los expone a la precariedad. Cuando un hombre mata a un elefante, busca a su mujer, a sus hijos, al tío, etcétera, y todos juntos van al bosque para comérselo y ahí permanecen hasta que no queda nada. Así, cuando ven un plátano maduro, se lo comen aunque el árbol no sea suyo”.

La cultura pigmea también está llena de supersticiones y de ciertos elementos de brujería utilizados para maldecir y castigar. “Los pigmeos quieren liberarse de estas prácticas supersticiosas, y ahí es donde yo intervengo. Yo les explico que cuando hacen un mal al prójimo, le hacen un mal a Dios”, agrega.

Paciencia y mucho amor

Antes que él habían llegado al poblado grupos protestantes pero no habían calado entre los pigmeos. El sacerdote cuenta que estos grupos proclamaban que “cuando estás enfermo, la enfermedad no viene de Dios, sino de un tío o una tía que te han hechizado’. Esto dividía a las familias. A los pigmeos, para los que la familia es sagrada, estas iglesias no les convencían del todo”.

Sin embargo, él sí ha podido poco a poco ser acogido como uno más. ¿Cómo? “Hay que tener mucha paciencia y superar los momentos de desaliento. Y amarlos, amarlos mucho”, contestas él.

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