Agnès Mariam de la Croix, monja que entró con una bandera blanca en Damasco y evacuó a 6.500 personas: «Con la gracia de Dios estamos vivas»

Agnès Mariam de la Cruz, en Toledo. Foto: Mónica Moreno

* «Varios terroristas quisieron juzgarnos en el tribunal militar, es decir, para degollarnos; pero los rebeldes moderados nos defendieron. Hubo un conflicto entre ellos durante media hora en la habitación cerca de la nuestra. Mientras tanto uno de ellos entró en nuestra habitación y disparó sobre la cabeza de nuestro mediador sin que sucediera nada. Una semana después, cuando pudimos continuar evacuando a la gente, esa misma persona vino a decirnos que su pistola estaba armada y no sabía por qué la bala no salió. Para nosotras fue un milagro del Señor»

Camino Católico.- Conversar con la madre Agnès Mariam de la Croix, carmelita descalza desde 1971, abadesa del monasterio de San Santiago el Mutilado en Siria, es darse cuenta de que para Dios nada hay imposible y de que se sirve de personas como ella, audaces en su fe, para llevar la paz y la reconciliación a todos los rincones del mundo. Cada día ayuda a más de 150.000 familias, en los diferentes proyectos que desarrolla. A través del movimiento Mussalaha –Reconciliación–, fundado por ella, promueve el diálogo para la paz en Siria, lo que le valió ser nominada en 2014 al Nobel de la  Paz.

La madre Agnès cuenta a Mónica Moreno en Alfa y Omega que en un viaje a Ginebra para hablar ante embajadores de todo el mundo trató infructuosamente de llevar una bala vacía que había atravesado el cuerpo de un mártir, un cristiano sirio asesinado por su fe. Si en el aeropuerto no la dejaron pasar por solo una bala, «¿cómo es posible que miles de terroristas llegaran tan fácilmente hasta Siria?», denuncia.

La bala que «milagrosamente» no se disparó

Una de los sucesos más sorprendentes que vivió la madre Agnès durante la guerra sucedió durante la ocupación de Damasco: «Queríamos evacuar a millares de personas atrapadas en esa región, un suburbio al oeste de Damasco. Sabíamos que había niños que morían de hambre y también adultos. Nos decían que tenían mucho sufrimiento por la falta de alimentos. Los rebeldes no accedieron al deseo de la gente de salir y después de esperar varias horas y de tirar todo por la borda, casi sin pensar dije: “Voy a ver lo que pasa dentro”. Pedí una bandera blanca. Una hermana me decía: “¿Qué vas a hacer? Yo no te lo permito”. Le dije: “Mire, tenga fe en el Espíritu Santo”. Y cuando vio que no había manera de convencerme, la pobre me siguió. La verdadera heroína es ella», dice.

Ya dentro de la ciudad, en el cuartel de los rebeldes «varios terroristas quisieron juzgarnos en el tribunal militar, es decir, para degollarnos; pero los rebeldes moderados nos defendieron. Hubo un conflicto entre ellos durante media hora en la habitación cerca de la nuestra. Mientras tanto uno de ellos entró en nuestra habitación y disparó sobre la cabeza de nuestro mediador sin que sucediera nada. Una semana después, cuando pudimos continuar evacuando a la gente, esa misma persona vino a decirnos que su pistola estaba armada y no sabía por qué la bala no salió. Para nosotras fue un milagro del Señor».

«Vivimos momentos muy duros y peligrosos –reconoce– pero con la gracia de Dios estamos vivas. Así pudimos evacuar 6.500 personas de Moaddamiyya, el número más grande de personas, hasta la liberación de Alepo donde las Naciones Unidas negociaron la evacuación de más personas».

Once millones de sirios sin techo

Hoy la situación en el país ha mejorado «gracias a las victorias del ejército sirio», dice la monja, que como la mayor parte de los cristianos sirios, se alinea con Damasco. Queda, no obstante, «una pequeña región donde están todos los terroristas, entre 50.000 y 100.000», y existe «un gran problema sobre qué hacer con ellos». Sigue habiendo además víctimas en el sur de Alepo por los bombardeos rebeldes.

Al mismo tiempo quedan las víctimas de un conflicto en el que –destaca– once millones de personas han perdido su casa. «La mitad de la población no tiene un techo», lamenta.

Entre estas víctimas «hay que situar a los cristianos, que han tenido que huir, y que son perseguidos. Como una familia cristiana de Alepo, con dos hijas, una de ellas autista. Su papá se fue en un barco a Italia, gastando todo lo que les quedaba para comprar el pasaje. Murió en el mar. Y ahora hay una viuda con dos hijas, una de ellas autista. Hay que ayudarlas. Son consecuencia de la migración tan precaria que se ha producido», a falta de vías legales y seguras, añade. Y remata sentenciando: «Yo creo que el género humano está gobernado por un sistema que no es humano».

Mónica Moreno
Toledo

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