Ana Margarita González quería ser modelo, le gustaba el deporte, pero Dios la llamaba y «decidí ser una monja de las que no salen»

* “Tenía 15 años y dejé a mi novio. Sentía un vacío grande. El amor humano es hermoso, porque Dios lo ha bendecido, pero no era mi camino, porque aunque sea consagrada sigo siendo una mujer que ha encontrado la fuente del verdadero amor en Jesucristo. El amor que podemos brindarnos entre nosotros es finito, el amor de Dios es infinito y es el que sacia de verdad”

16 de marzo de 2016.-(Jairo Dueñas – Fotos: David Schwarz / Cromos / Camino Católico) Ana Margarita González Sánchez, a los quince años, quería ser modelo, un año después cambió su vocación para retirarse muy joven a la vida contemplativa y hoy ya lleva 21 años como monja de clausura. Entramos en su encierro. Ella está convencida de que es una mujer común y corriente, pero no es cierto. No es común que lleve 21 años aislada del mundo exterior por voluntad propia.

No puede ser una mujer normal alguien que cuando quiere verse en un espejo, no busca un tocador sino que se sienta frente a una plegaria enmarcada, el Himno a la caridad, Carta de San Pablo a los Corintios (1Cor 13,1-13). Me mira desde sus anteojos metálicos y concluye con un susurro: “Ese debería ser el espejo de todos”. Sus ojos cafés brillan más que los de muchas mujeres que se dicen satisfechas, y su boca habla de felicidad, la que no logran los avisos de diseños de sonrisas que hay por la ciudad. 

Aceptó nuestra visita con una reja de por medio y con los ojos encima del fundador de la congregación, San Francisco de Sales, desde su imagen enmarcada con aura dorada incluida.

La hermana Ana Margarita González Sánchez nos contó su vida en el monasterio de la Visitación de Santa María, fundado en 1892 y desde hace 95 años instalado como una nube silenciosa de ladrillos rojos, junto a la Iglesia de Cristo Rey en la 74 con 11. Hoy la oración y el bullicio se cruzan en la misma esquina. 

– Gracias por recibirnos.

– Por nada, bienvenidos a la casa de Dios. Yo me llamo hermana Ana Margarita.

– ¿Ana Margarita qué?

– González Sánchez. Bueno, nosotros no nos llamamos con nombre y apellido, por amistad y familiaridad. Simplemente Ana Margarita, ya cuando es de cara al público si nos llamamos con los apellidos.

– ¿Cuánto lleva siendo monja de las que no salen?

– Llevo 21 años. Estuve 6 años aquí, en Madrid 9 años y medio; en Valencia seis meses y, luego, me fui a Valladolid donde he estado 5 años, y de allí regresé en diciembre a Bogotá, donde empezó mi clausura.

– ¿Qué hay dentro de estas paredes?

– Dios y el amor de las hermanas. Nuestra vida de fraternidad puede testimoniar al mundo de afuera, que se puede vivir en comunión y alegría.

– Un mensaje para la gente que piensa que las monjas de clausura son infelices.

– ¡Ay no! (Sonrisa angelical). Todo lo contrario. Hay veces estas rejas asustan pero son como las costillas en el cuerpo humano, que están protegiendo el corazón de la iglesia, que somos nosotras bombeando, constantemente, esa savia divina que viene de Dios, para pedir por los sacerdotes, los fieles laicos, los matrimonios, las familias, los jóvenes.

– ¿Qué significó alejarse del mundo exterior?

– Significó volver a nacer porque para entrar aquí hay que morir. Una vez que entras aquí no todo está hecho, hay que dar muerte a ese hombre viejo. Yo era una jovencita del mundo de 15 años, cuando yo me acerco a la oración esos primeros meses no sabía hablarle a Dios.

– Y hoy, 21 años después, ¿Cuál es su relación con él?

– Hay momentos en los que lo siento como mi Dios y yo la criatura pequeñita, y hay momentos más intensos, como de más intimidad, más de corazón, que él es mi esposo, como dice el salmo: “como un joven se casa con su novia, así te desposa el que te construyó”.

– ¿A qué cosas mundanas murió?

– Al cine y los paseos, porque yo viajaba mucho con mis papás, íbamos a San Andrés, a Cartagena, Quito. Al deporte también morí, yo era muy deportista en natación, baloncesto, vólibol, softball…

– ¿Aquí adentro no se hace deporte?

– Aquí jugamos pero no te vas a poner a hacer gimnasia olímpica. 

– ¿En el encierro se muere la vanidad?

– Sí se muere, claro que sí, ya no te preocupas tanto por la belleza física, sino por la belleza del alma.

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Ana Margarita González es diferente aunque no lo admita. Se viste diferente y mientras lo hace siempre reza. Todos los días se pone su armadura, así se refiere a su vestimenta, y para cada prenda tiene una oración, una distinta para la túnica, el hábito, la toca, la venda, el velo, el crucifijo, el cinturón y el rosario. Solo su cara queda en la superficie, como en la cresta blanca de una ola negra.

***

– ¿Qué fue lo más difícil de dejar? 

– Lo más difícil fue morir a la propia voluntad, eso cuesta porque ya tienes que ir configurando tu voluntad y tu manera de ver las cosas, a la manera de Dios. Renuncié a mi independencia, por ser hija única te mandabas sola. Aquí tienes tu horario establecido, tus normas que cumplir, aunque eso en ningún momento ha cohibido mi personalidad.

– ¿Hace lo que usted decide o lo que deciden sus superiores? 

– Mi superiora me dice algo y yo estoy en la libertad de obedecer o no obedecer, pero sé que obedeciendo imito la obediencia de Jesucristo en la tierra, entonces lo hago. 

– ¿Alguna vez quiso salirse?

– No, la vida religiosa es muy bonita, gozos plenos, pero también tiene sus espinas, como toda vida humana tiene sus problemas, y sí he pasado momentos difíciles pero nunca he dicho: “¡Señor, se acabó!”.

– ¿Aquí están completamente desconectadas?

– Tenemos internet y televisión. Al día no vemos las noticias, a no ser que haya pasado algo muy grande, por ejemplo la muerte de un Papa, la elección del Presidente o una catástrofe.

– ¿Y el tema de la paz en Colombia? 

– La verdad me intereso a nivel de oración, en lo que consiste no me he informado. 

– ¿Las hermanas de clausura pueden ver televisión?

– Hay días concretos que se pueden ver películas, por ejemplo películas de un santo. Nosotras vemos Cristovisión los domingos, las noticias de este canal o lo que ha pasado en la Conferencia Episcopal, pero no todos los días.

– ¿Tiene celular?

– No, no debo tenerlo, la superiora tiene uno pero es, por ejemplo, para cuando una hermana enfermera sale con una enferma al médico, entonces se lo lleva. 

– ¿Cuánto tiempo es permitido en internet?

– Depende, por ahí media hora pero no son seguidas, por intervalos. Yo he publicado en internet varios videos del Corazón de Jesús de cinco o diez minutos. Las páginas que yo consulto son católicas, sé hasta donde tengo que llegar, a veces aparece una página de Facebook o un chat y como yo soy monja de clausura no puedo comunicarme con eso.

– ¿No cree que todos estos medios de comunicación debilitan su vida contemplativa?

– No, antes nos arraiga más porque nosotras desde aquí ejercemos nuestra maternidad espiritual, para nosotras no es indiferente lo que pasa en el mundo de afuera.

– ¿Cómo ejercen esa maternidad espiritual?

– El fin primordial de la oración es unirme a Dios, descubrir su voluntad en mi vida, y recibir esa fuerza espiritual interior para mi diario vivir, porque como te digo esa fuerza de nosotras repercute, somos la raíz y el árbol sois vosotros, lo que nosotras recibimos aquí adentro, afuera se transmite espiritualmente.

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Ella es diferente, es el único ser terrenal que conozco que cuando la llaman lo hacen con una campana. ¡Tiene su propia tonada! ¡Tán! ¡Tantán! ¡Tantán! Así suena en código morse su contraseña. Mientras conversamos sonaron varios tañidos en el patio del convento, pero ninguno con su melodía, todos los llamados eran para otras hermanas, de las 22 que en silencio la acompañan.

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– ¿Tiene algún hobby? 

– La música, toco el órgano, me defiendo un poquitocon la guitarra y la flauta.

– ¿Cuál es su color favorito?

– El rojo, porque simboliza la alegría y el amor.

– ¿Dónde nació?

– En Bogotá, en La Palermo, un Viernes Santo, el 24 de marzo del 78, ya casi cumplo años.

– ¿Tiene hermanos?

– No, soy hija única.

– ¿Y sus papás?

– Mis padres, Miriam y Álvaro, viven actualmente en España, cuando yo viajo a España, ellos viajan y actualmente viven allá.

– ¡Detrás de su hija única!

– ¡Sí! Se sienten como responsables, como custodios.

– ¿Qué recuerdo tiene usted de Bogotá?

– El colegio Pureza de María, que queda en la 147 con séptima, donde estudié.

– ¿Ahí estudió primaria y secundaria?

– No, yo no terminé bachillerato, llegué hasta tercero de bachillerato porque ya en mi adolescencia y mi juventud, el camino empezó un poco a desviarse, pero bueno, el Señor me sostuvo con su mano. Perdí segundo bachillerato porque estaba en el grupo de porristas del colegio.

– ¿Era porrista de las que lanzan al aire? 

– No, de las que sostenía.

– ¿Descríbame a Ana Margarita, la porrista?

– Bueno, yo tenía mi novio, llegaba tarde a casa y lo que me preocupaba era divertirme. Yo quería estudiar modelaje, es más, una vez nos dijeron que iba a haber un casting y mis amigas me decían que me presentara, me dieron la dirección y mi mamá me dijo que fuera.

– ¿Cómo le fue en el casting?

– Me fui a una peluquería y me arreglé lo mejor que pude, pero con el taxista que me llevaba no pudimos encontrar la dirección. Al día siguiente mis amigas me dicen que me estuvieron esperando en tal esquina, de tal edificio y yo había estado ahí y no había visto la dirección. Ahora comprendo que el ángel de la guarda y el Señor no quería guiarme por ahí.

– ¿Pierde segundo de bachillerato?

– Sí, repito y lo vuelvo a perder, entonces me echaron. Me fui al colegio Santa Mariana de Jesús. Allá nos encontrábamos todas las que no habíamos aprobado en ningún colegio.

– ¡El rebaño de las descarriadas!

Sí, ahí estuve, pasé el año. Entro a tercero y cuando iba en mitad de año fue cuando sentí el llamado de Dios. Eso tuvo como a San Pablo, su ráfaga de luz pero también su oscuridad, la vida se mueve entre luces y sombras.

Un lugar lejos del mundo 

– ¿A qué edad la llama Dios?

– Ya tenía 15 años. Sentía un vacío grande. El amor humano es hermoso, porque Dios lo ha bendecido, pero no era mi camino, porque aunque sea consagrada sigo siendo una mujer que ha encontrado la fuente del verdadero amor en Jesucristo. El amor que podemos brindarnos entre nosotros es finito, el amor de Dios es infinito y es el que sacia de verdad.

– ¿Y todo eso lo sintió a los 15 años?

– Sí, yo termino con el novio, a él le costó muchísimo, a su familia también, a mis padres también, pero claro, mi papá comprendía que estaba pasándome algo, que esto venía de arriba.

– ¿Qué dijo en su casa?

– Mi papá me preguntó qué me estaba pasando y le dije que quería ser religiosa. Que quería ser de las que no salían, aunque yo no sabía que existían monjas de clausura. Claro, mi papá se quedó asombradísimo, porque él lo deseaba pero nunca me lo había dicho. Como él conoce  curas y  monjas, le pedí que me ayudara a buscar cuál era mi sitio, y me dijo: “bueno, pero esto queda entre tú y yo, tu mamá que no sepa nada, ya después se lo diremos”, porque ella en esa época era de un carácter muy fuerte.

– ¿En cuánto tiempo su deseo se volvió realidad?

– Pasó un año yo creo, porque mi papá me llevó a las que atendían en la Basílica de Nuestra Señora de Lourdes, a las Dominicas hijas de Nuestra Señora de Nazareth, ellas tienen vida mixta, contemplativa y activa, pero yo quería ser de las que no salen. Me llevó entonces a las Hijas de San José de Mongue, ellas cuidaban niñas huérfanas, y yo les dije: “no, no, los niños no”. Ahí fue que le pedí a mi papá que me  llevara a esa iglesia que siempre está cerrada en la 74 con 11, la iglesia se llama de Cristo Rey, pero el monasterio se llama de la Visitación de Santa María. Va mi papá un día de colegio, me saca antes de que saliéramos y nos vamos a cumplir la cita.

– ¿Qué pasó en su primera cita?

– Eso fue en el año 94. Vine aquí, hablé con la madre, le conté lo que me pasaba y me invitó en las vacaciones de mitad de año, para que hiciera la experiencia. Nuestra congregación tiene la facilidad para que jóvenes que tienen la inquietud pero que no están seguras, puedan experimentar. 

– ¿Qué hizo ese mes?

– En la entrevista yo le había dicho a la madre que a mí me gustaba cuidar a las personas mayores, entonces ella me puso a cuidar a una hermana que estaba en la enfermería. Para mí aquello era cuidar como al mismo Jesús en persona, un ser inofensivo que ya no sabe pensar por su demencia senil, yo estaba allí con ella, le cuidaba, le rezaba, le hablaba. Después de un mes de oración, de silencio, de fraternidad, de santa misa diaria, de santo rosario, al salir al mundo mi vida cambió, me estrellé y dije: “no, no, mi centro, mi mar, mi océano está allá”.

*** 

Que me perdone la hermana, pero ¿Cómo puede ser igual a los demás mortales alguien que hace 21 años no oye a Franco de Vita, a pesar de ser su cantante favorito; y que solo hoy se vino a enterar, por esta entrevista, que Colombia el año pasado había ganado la corona en Miss Universo?

***

– ¿Qué pasa el día en que se encierra definitivamente?

– Cuando vinieron a entregarme, ese día era un domingo a las 9 de la mañana, 15 de enero del 95, mientras mi mamá decía: “Ya para qué vivo, me voy a pegar un tiro”, y yo tenía una paz impresionante y pensaba en lo que es la gracia de Dios porque él te da la fuerza para dejarlo todo. Al abrirse la puerta había un cuadro de “Ecce Homo”, y me dice mi papá: “cuando entres dile que es para siempre, y si no, no entres”. Se abre la puerta, entro y le digo interiormente que es para siempre, que no me deje volver al mundo, beso el suelo y se cierra la puerta. 

– ¿No le preocupaba su mamá y sus ganas de no vivir?

– No, yo sabía que Dios no lo iba a permitir. Yo tenía una foto de mi fiesta de 15 ampliada en mi habitación, tenía un vestido de terciopelo negro con curuba, y mi mamá cogía el cuadro y venga a llorar y llorar, ya el Señor eso lo ha curado, ha llenado todos los vacíos.

– ¿Las monjas de clausura son una especie en vía de extinción?

¡- No! 

– Pero ¿aumentan  o disminuyen?

– Actualmente la vida de clausura es bastante difícil para las jovencitas, les gusta más peregrinar que aquí que allá, les da miedo dar el paso final a un monasterio de clausura, aun así, lo más llamativo es que Dios sigue llamando, pero somos los hombres los que no queremos escuchar ni oír.

– Hace 21 años cuando usted entró, ¿cuántas eran?

– Éramos 38…

– ¿Y ahora?

– Y ahora somos 22.

– ¿En España sucede lo mismo?

– Sí, sucede lo mismo. No solamente en nuestra orden, los monasterios en general están muy empobrecidos. Hay conventos de 12 o 14 hermanas de clausura, entonces piden ayuda a América, pero aquí también se están viendo afectados, no hay respuesta de la juventud.

– ¿Cuál es el país con mayor número de monjas de clausura?

– Ahora mismo no te sabría decir, porque Italia y Francia están muy empobrecidos, hay lugares concretos donde hay un florecimiento llamativo, como en Lerma, España, donde hay 180, la que la fundó era una monja clarisa, se llama hermana Verónica, era la maestra de novicias y tenía un carisma especial, primero llegó una joven, luego otra, luego otra, total que han llegado a ser 180.

– ¿Hay una edad específica para entrar a la vida en clausura?

– Nosotras no tenemos límites, es más, el fundador San Francisco de Sales, dijo que podíamos recibir mujeres viudas.

– ¿Pero aquí cuál es la edad promedio de ingreso? 

– Hoy en día entran de 25 en adelante, cuando yo entré, entrábamos más jóvenes.

“Dejemos de razonar tanto”

– Hermana ¿el último ingreso de una monja a este claustro?

– Tenemos una novicia de votos temporales, que son los primeros tres años devotos para luego saber si se queda, ella tiene 34 años.

– ¿A qué horas se levanta?

– A las 5 menos cuarto.

– ¿Pone despertador?

– No, suena un timbre para toda la comunidad

– ¿A qué horas se acuesta?

– A las 10 ya tiene que estar todo apagado. 

– ¿Cómo es un día normal?

– Nos levantamos a las 4:45 a.m., a las 5:30 a.m. tenemos el Canto de Laudes, de 6 a 7 a.m. tenemos la hora de oración, a las 7 a.m. tenemos la Santa Misa, a las 7:45 a.m. el desayuno, y de 8:15 a.m. a 10:40 a.m. cada una se dirige a su empleo.

– ¿Cuáles son los oficios? 

– La ecónoma que es la encargada de los gastos y cuidado de la casa; la portera interna que transmite los mensajes al llegar; la cocinera, la despensera, que prepara las frutas; la ropera encargada de hacer los hábitos; la maestra de novicias, la sacristana interna…

– ¿Usted en qué trabaja? 

– En el noviciado pasábamos por todos los oficios. Hoy en día tengo la ropería, los hábitos, tengo que hacerlos y mantenerlos. Me demoro por ahí una semana haciendo uno.

– ¿Qué le dice a los escépticos de su vocación? 

– Eso del escepticismo es muy complicado. La fe es algo que nos hace ver a Dios en todas las cosas, y todas las cosas en Dios, entonces dejemos de razonar tanto, y dejémonos llevar más del corazón si los sentimientos son buenos.

– ¿Desde aquí adentro cómo percibe el mundo de afuera?

– Se siente un gran ruido, la ausencia de Dios, las prisas que lleva la gente los absorbe, lo noto muchísimo, había más silencio cuando empecé, ahora el tráfico aquí está tenaz. 

– ¿Hasta cuándo aquí adentro?

– Hasta la muerte. 

***

Así le escribieron sus padres, el día que se consagró como monja de clausura: “Querida hija, hace ya un año te entregamos y sentimos que el alma se desgarraba para hundirse hecha jirones en la tristeza profunda de la ausencia; poco a poco, aunque esta es aún palpable, el cuidado amoroso del Señor y la Santísima Virgen María, ha reparado lo desgarrado y ha fortalecido lo débil”.

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