Andrés Giménez era portero de fútbol y será sacerdote: «Dios me llamó a amar a mis padres que se separaron. Doy mi vida para proclamar la buena noticia que he experimentado»

* «Todo lo que me faltaba en la familia, como el amor de los padres, hacía que para mí el amor de Dios no existiera o no pudiera tocarme. Y si algunos me querían era sólo porque veían en mí a un chico guapo o a un futbolista, a alguien… Era a través de lo que hacía como compraba ese amor. Tenía grabado en mí esta frase de Dios: ‘¡Amad a vuestros enemigos!’ Mis enemigos eran mis padres: ellos eran los que me habían abandonado. No estuvieron en los momentos más importantes de mi vida. Y Dios me estaba llamando a amarlos. Entonces mi vida comenzó a tomar otro sentido»

A.L.M. / Camino Católico.- “En el fondo no quiero ‘hacerme sacerdote’, pero si respondo ‘sí’ a esta llamada es porque sé que no estoy solo… Porque mi vocación no me pertenece sólo a mí. La lleva la Iglesia y lo sostiene la comunidad”, explica Andrés Giménez en Cath.ch., que como miembro del Camino Neocatecumenal está terminando su formación sacerdotal en la diócesis suiza de Friburgo. Su carrera empezaba a despuntar en el fútbol, vida a la que podría haberse dedicado si no hubiera decidido decir sí a Dios dejando así atrás la primera división en su Paraguay natal y por tanto la posibilidad de tener fama y dinero.

Nacido en 1992, Andrés creció en Caaguazú, Paraguay. Quinto y último hijo de sus hermanos, describe a su familia como católica y muy tradicional. En su infancia, había reglas estrictas a seguir, como tener que volver a casa siempre antes del atardecer.

“Recibimos valores cristianos, como el respeto, la generosidad, la benevolencia o los buenos modales. Nuestra familia estaba muy unida. Vivíamos juntos en el campo, teníamos todo a mano: un campo de fútbol en casa, venían amigos a nuestra casa a jugar, etc. Incluso aprendí a montar a caballo antes de saber montar en bicicleta. Pero por historias un tanto confusas, mis padres se separaron. Mis hermanas se fueron con mi madre. Mis hermanos y yo fuimos criados por mis abuelos maternos. Y nuestra familia estaba completamente destrozada”, recuerda el seminarista.

A los 10 años, Andrés se encuentra solo

Cuando tenía 10 años, Andrés y sus hermanos se mudaron a Asunción, la capital. “Me encontré solo. Sin la familia, recibí el apoyo de mis amigos. Me hicieron descubrir las cosas de la vida. Aunque mis abuelos siempre me criaron bien, con valores y principios, mis amigos llenaron este vacío familiar. Y después, cuando entré en la Iglesia, fue también esta forma de comunidad la que redescubrí”.

Cuando muere su abuelo, Andrés pierde una figura importante. Con el inicio de la secundaria, las amistades y la adolescencia, comienza a perder el sentido de los valores. Alrededor de los 16 años, regresa a la iglesia, pero sin interés por lo que allí sucedía. Solo quiere prepararse para su confirmación, la única forma de poder casarse más tarde. En este momento, comienza a hacerse preguntas existenciales: “¿Por qué vivir de cierta manera, si al final uno muere? Realmente no le encontraba sentido a mi vida”.

“Necesitaba a mi padre, pero no estaba”

Un día, lo invitan a un torneo de fútbol con el club de su barrio. “Estaba jugando como defensa. Tuvieron que cambiar al portero y me metieron en la portería. Ese día, los ojeadores me vieron y me ofrecieron una gira por América del Sur y por Europa. Me pidieron que preparara un expediente para este viaje, pero tenía que tener el permiso de mi padre, a quien no veía desde hacía once años. Tuve un mes para encontrarlo, pero no lo logré dar con él”.

Este hecho afectó mucho a Andrés. “Por una vez en mi vida que necesité a mi padre, él no estaba. Me hizo ‘matar a mi padre en mi corazón’, negarlo. Si un día me convirtiera en alguien y él me necesitara, yo tampoco estaría allí”.

Andrés es entonces seleccionado en un club que pasó de la segunda a la primera división. “Aterrizo de la noche a la mañana en una primera división, pero no tengo formación deportiva previa. Descubro este mundo que me parece maravilloso y que se ha convertido en mi razón de vivir. Como jugador, viendo a la afición, me di cuenta de que era capaz de dar alegrías a los demás. Eso es lo que me impresionó del fútbol».

Foto de archivo: Andrés Gimenez en entrenamiento | DR

“Mi hermano es más feliz que yo”

Pero cuando su entrenador le informa de la oportunidad de evolucionar y jugar en la selección, vuelve a empezar con un cuestionamiento existencial, mientras su madre empieza a tener problemas de salud. Al mismo tiempo, ve que su hermano Sandro, que asiste a un grupo de jóvenes en la iglesia, parece más feliz que él. Se siente atraído y luego se une y empieza a asistir al grupo.

En el verano de 2009, Andrés cursa estudios en el instituto público, pero aún pasa la mayor parte de su tiempo sobre el césped, con dos entrenamientos al día en el club Rubio ñu , un M17 de  primera división. Al mismo tiempo, asumió la coordinación de un grupo de jóvenes de la parroquia, comprometidos voluntariamente en la caridad, que visitan las leproserías y llevan allí los medicamentos.

Foto de archivo: Andrés Giménez con ropa de portero (verde) en el club Rubio ñu , en Asuncion | DR

Por casualidad se adentra en el Camino Neocatecumenal, pero se encuentra con un obstáculo. “Escuché las catequesis. Algo me dijo, pero no entendí. Porque todo lo que me faltaba en la familia, como el amor de los padres, hacía que para mí el amor de Dios no existiera o no pudiera tocarme. Y si algunos me querían era sólo porque veían en mí a un chico guapo o a un futbolista, a alguien… Era a través de lo que hacía como compraba ese amor. Y por mi parte, yo tampoco podía amar. Sentía una incapacidad para amar al otro”.

«El amor debe existir»

Luego, en su comunidad del Camino Neocatecumenal, conoció a un matrimonio que había adoptado a un niño. Cuando este último tenía problemas, sus padres adoptivos acudían a la iglesia para pedir ayuda. «¿Cómo es posible que esta gente se dé y se sacrifique por un ‘extraño’, por un niño que ni siquiera es suyo?», se pregunta Andrés. “Es porque el amor sí debe existir”, pensó para si mismo.

En la comunidad del Camino, Andrés se rodea de personas cercanas, que están iniciando un nuevo itinerario, como él, para redescubrir el bautismo que han recibido. “Vi cómo este amor de Dios se encarnaba en personas concretas, y eso me interpeló”.

En el itinerario del Camino Neocatecumenal, Andrés explica que una de las etapas consiste en reconocer la cruz de cada uno. “Mi cruz fue el abandono de mis padres. El hecho de haberme sentido abandonado y de tener que manejar mi vida por mi cuenta me hizo dudar de la existencia de Dios. Para mí, Dios no existía, o solo en teoría. Lo real era tener que levantarme temprano por la mañana para entrenar. Se había convertido en una razón para vivir”.

Fútbol: una disciplina de vida

El fútbol sigue “alimentando” a Andrés por un tiempo, porque este deporte le da cierta disciplina en la vida. “Durante mi primer año de selección en el club ‘ Liberdad ‘, me tenía que levantar a las 3 de la madrugada para ir a entrenar. Durante un mes, sábado tras sábado, estuvimos como una treintena de porteros, hubo entrenamientos, con un proceso de eliminación. Los jóvenes que eran escogidos al final de la mañana podían volver a la semana siguiente y los demás estaban ‘agradecidos’. Semana tras semana me seguían seleccionando, a pesar de venir de la nada y ni siquiera conocer todas las reglas del fútbol. Fui elegido, y ni siquiera sabía por qué. ¡Pero me sentí elegido!”

En ese momento, un catequista le gritó: “Tú quieres ser futbolista, pero ¿te has hecho la pregunta de qué quiere Dios para ti? Para mí estaba claro, si Dios me dio este talento fue porque quería que fuera jugador. Y tener éxito en el campo es un testimonio cristiano… Eso pensé. Pero entendí que esto no era necesariamente lo que Dios tenía planeado para mí”.

El seminarista Andrés Giménez en una misión popular por las calles de Suiza / Foto: Seminario Redemptoris Mater de Friburgo.

«Ama a tus enemigos»

Este pensamiento cambia por completo su vida. “Tenía grabado en mí esta frase de Dios: ‘¡Amad a vuestros enemigos!’ Mis enemigos eran mis padres: ellos eran los que me habían abandonado. No estuvieron en los momentos más importantes de mi vida. Y Dios me estaba llamando a amarlos. Entonces mi vida comenzó a tomar otro sentido”.

Participar en la catequesis del Camino Neocatecumenal le permitió descubrir las riquezas del bautismo. “Lo que marcó mucho mi itinerario fueron precisamente como está estructurado el Camino con tres encuentros pautados: una celebración de la Palabra el jueves por la noche, una Eucaristía el sábado por la noche y un encuentro de vida comunitaria –una ‘convivencia’–, un domingo al mes, para rezar laudes, comer juntos y compartir nuestras experiencias del mes. Es decir, compartit cómo Dios había actuado en nuestras vidas”.

Dos años después durante un encuentro vocacional sintió la llamada al sacerdocio y dio su disponibilidad. «No puedo explicar cómo. Mientras me sentaba a escuchar la catequesis, me di cuenta de que me había levantado cuando el sacerdote estaba llamando a posibles candidatos. Entonces me puse a disposición para ingresar en el seminario y me uní al grupo de discernimiento vocacional. Además del ritmo del Camino, teníamos tres encuentros al mes: una Eucaristía, un recorrido de experiencia y una Lectio Divina”.

Reconocer los errores

Para Andrés,  experimentar el amor de Dios era ante todo reconocer sus errores. “Si Dios dio a su Hijo por mí fue porque me amaba. ¿Por qué hacerme sacerdote si no soy capaz de amar? Para aceptar a Dios como Padre tuve que perdonar a mi padre. Así que no podía entrar al seminario sin haber obtenido el consentimiento de mi padre que yo había negado. Sin saber dónde vivía, logré encontrarlo en menos de un día. Éramos completos extraños el uno para el otro, pero poder ofrecerle mi perdón sin que se sienta juzgado me ha ayudado mucho en mi camino”.

Estar al lado de la cama de su madre moribunda también fue un momento decisivo para este seminarista. “Nunca olvidaré la mirada que me dio. Por primera vez en mi vida, me sentí amado de forma gratuita. Incluso cuando su tumba se cerró, fue su mirada la que quedó impresa en mi mente. Esta mirada me hizo darme cuenta de que la vida es eterna y la muerte no es el final. Y gracias a la muerte pude experimentar la vida y ver su significado”.

 “Dios existe y lo necesito”

Gracias a esta vivencia, Andrés se convence: Dios existe y lo necesita. “Fue esta experiencia la que me hizo aceptar esta llamada. No doy mi vida por el sacerdocio en sí mismo, doy mi vida al servicio de la Iglesia para llevar esta buena noticia que he experimentado. A través de mí, mi madre encontró a Cristo y yo a través de ella. Como dice Benedicto XVI, el cristianismo no es sólo una idea, sino un encuentro. Experimentar el amor de Cristo a través de otra persona. Esto es lo que me siento llamado a hacer: dar mi vida para que el otro pueda encontrar a Cristo”.

Después de dos años de estudios filosóficos y propedéutico y tres años de misión entre el sur de Francia y Suiza, Andrés llegó a la Suiza francófona en septiembre de 2017. Formó un núcleo de seminario con Ricardo Fuentes , ahora sacerdote, primero en Orbe, luego en Friburgo, con la reanudación de los estudios teológicos en la Universidad. “La obra de mi Maestro se centrará en la Vigilia Pascual, con la liturgia, como iniciación en el misterio, sobre el modelo del Camino Neocatecumenal, que se forma ‘en’ y ‘por’ la liturgia”.

¿Futbolista o cura?

¿Andrés hoy se siente más futbolista o cura? “Es precisamente una pregunta que le hice a un grupo de niños durante una Vigilia Pascual: ¿Es más importante para ti ser futbolista o ser sacerdote? Y un niño de nueve años me respondió sin dudar: ‘sacerdote’. Así que le pregunté por qué. Con sus palabras me dice: ‘Porque, a diferencia de un futbolista, un sacerdote es necesario para las necesidades de la Iglesia”.


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